17. Sitios para adultos

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—Nunca entendí por qué te obligan a estudiar en casa.

Loreley, sobresaltada, estuvo a punto de caerse de la banqueta alta en la que estaba sentada. Creía estar sola ya que su tutor salió a contestar una llamada, así que, por supuesto, se asustó al escuchar esa voz irrumpir de repente. Aun así, intentó disimular su sobresalto y la miró con el ceño fruncido.

—Nadie me obliga a nada.

—Entonces, ¿por qué nunca te mandaron a la escuela como a una adolescente normal? ¿Acaso padeces de algún retraso mental o algo así? —Francesca soltó una carcajada maliciosa, disfrutando de la incomodidad en el rostro de Loreley. Apretando los labios para contener su risa, continuó—: Pregunto porque es la única idea que me viene a la mente. Ya sabes, tú... con miedo a que te discriminen por ser tan lenta y retrasada.

Loreley respiró hondo, intentando mantener la calma. Francesca sabía exactamente cómo hacerla sentir pequeña, pero esta vez no se dejaría intimidar.

—Para tu información, mis maestros se sienten orgullosos de mí. Mis notas son las más altas, y siempre me dicen que mi coeficiente está por encima del promedio, incluso estudiando en casa.

Francesca soltó una risita sarcástica.

—Obviamente, tus notas van a ser las más altas. No tienes con quién competir. —Se detuvo un segundo, observando la tensión en los hombros de la adolescente y decidió clavar el cuchillo más hondo—. Debe ser fácil sobresalir cuando no hay nadie más a tu alrededor. ¿No te has preguntado si te tienen en casa porque eres demasiado débil para enfrentarte al mundo real?

Loreley entrecerró los ojos, dispuesta a no dejar que Francesca la hiriera más.

—Eso no tiene nada que ver —replicó con voz firme—. Mis educadores son profesionales altamente capacitados. Han dedicado años a enseñarme, y no me dirían que soy buena solo por cumplir. Además, no entiendo por qué estás aquí haciéndome perder el tiempo. Tengo un examen que preparar.

—¿Un examen? —Francesca arqueó una ceja con fingida sorpresa—. Claro, sentada en medio de la cocina con tu "tutor", quien probablemente solo esté aquí por el dinero que tu hermano le paga. —Señaló hacia la puerta del fondo que daba al patio donde el tutor de Loreley había desaparecido hace unos minutos—. Apuesto a que ni siquiera te está prestando atención. Estudiar en casa es aburrido y completamente estúpido. Necesitas salir, ver gente, tener amigas. ¿O qué? ¿No tienes con quién hablar de chicos? —Su sonrisa se ensanchó cruelmente—. No me digas que tu único amigo es Adriano... ¡Oh, claro! No puedes pedirle consejos de amor porque, sorpresa, estás enamorada de él.

Loreley cerró de golpe el libro que tenía sobre la isla de granito, haciendo que uno de los guardaespaldas en la sala, siempre atentos a su alrededor, se pusiera en guardia por si algo malo sucedía. Sin embargo, Loreley no desvió la mirada de Francesca. Se cruzó de brazos, levantó el mentón y, con altanería, le devolvió la mirada desafiante.

—En serio, ¿qué es lo que quieres? ¿Cómo es que sigues entrando a la casa? ¿Tienes una llave? —preguntó con irritación, su voz temblando de enfado.

Francesca sonrió de manera aún más arrogante y avanzó lentamente, haciendo que sus tacones resonaran sobre el piso de mármol. Sus movimientos eran lentos y calculados, su figura enfurecida irradiaba una mezcla de desprecio y malicia. Era una mujer hermosa, pero con una ferocidad peligrosa. 

Se detuvo frente a la isla de granito, apoyando la cadera contra la mesada, cruzando los brazos bajo sus pechos, los cuales se alzaban imponentes bajo el ajustado vestido rojo con un pronunciado escote en V. Su postura era altiva, segura, y su sonrisa astuta y cruel.

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