16. Es una promesa

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¿En qué estaba pensando para irme de esa forma? se preguntó Fabrizio cuando detuvo el auto frente a la casa.

Loreley, que estaba sentada en el sillón con un libro en la mano, alzó la vista al escuchar el ruido de la puerta al cerrarse. Sorprendida por verlo tan furioso, se levantó rápidamente.

—¿Qué pasó? ¿Dónde está mi hermano?

—No te preocupes, lo que está pasando no tiene que ver contigo. ¡Y ya déjame en paz de una vez por todas!

—¡Oye! Desquitarte conmigo por lo que sea que sucedió entre ustedes no es justo. —Le sujetó del brazo—. Me preocupo por mi hermano y también por ti.

Loreley lo siguió por el largo pasillo de la mansión, sus pasos resonando en el suelo de mármol. Antes de que Fabrizio pudiera entrar en su habitación, ella lo detuvo, bloqueando la puerta con su cuerpo. Las paredes adornadas con retratos parecían observar la escena en silencio.

Fabrizio se dio cuenta de que no tenía por qué desquitarse con la chica que solo estaba preocupada por su hermano. Su furia empezó a desvanecerse, reemplazada por una sensación de culpa. Se detuvo y bajó la mirada, incapaz de sostener la de Loreley.

—Lo siento... —murmuró, su voz quebrándose—. No debería haberte hablado así. Todo esto me está sobrepasando.

Loreley vio la sinceridad en sus ojos, el arrepentimiento que lo consumía. En sus ojos, Fabrizio era un hombre atormentado, atrapado en sus propios demonios.

—No quise ser una entrometida. Lo siento. Simplemente me puedes responder si está bien. Odiaría que algo malo le suceda. Es todo lo que tengo. Al igual que tú.

—Sí, no te preocupes, tu hermano está bien.

Loreley lo miró fijamente, y en sus ojos vio la sinceridad de Fabrizio. Supo que no le mentía. Si él decía que su hermano estaba bien, no había razón para dudar.

—Vete...—Lo ahuyentó con las manos como si fuera un animal y sonrió—. Te conozco y sé que quieres estar solo.

Fabrizio se quedó mirándola por un momento más, agradecido por su comprensión. Luego se acercó, la besó en la frente y entró en el cuarto, cerrando la puerta suavemente detrás de él.

—Descansa —Murmuró Loreley, con una sonrisa triste estampada en la cara mientras lo veía cerrar la puerta tras de sí.

~* ~

—¿En serio se fue? —preguntó sorprendida mientras salían del departamento. Su sorpresa fue enorme al notar que se había marchado durante el tiempo que se quedaron solos para hablar.

—Es común en Fabrizio. No te preocupes.

—¿De verdad escapa cuando algo no le gusta?

—No es eso, Elizabeth. —No se pudo contener y acarició la mejilla sonrojada de la mujer que tenía delante. Los ojitos de ella brillaron con intensidad cuando la caricia pasó a su labio inferior. Había fuego en sus ojos, pero ninguno hizo un movimiento para acercarse al otro. Sentían que no era correcto cuando uno de ellos se había desnudado por completo, dejando expuesta una parte de su alma—. Veo que estás frunciendo el ceño. ¿Es molestia?

—Me enfada su actitud. No lo conozco lo suficiente para juzgarlo, pero, ¿irse de esa forma? ¿Por qué no te ves enojado? Para tener treinta y uno, actuó como un niño caprichoso.

—Fabrizio es una persona a la que no le gusta meterse en la vida de los demás. No estoy enojado porque sé que siempre fue así. Es leal, como ya te lo dije. Un claro ejemplo es la actitud con la que cuidó a mi padre años atrás. Estoy seguro de que Fabrizio guarda un millón de secretos de papá.

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