5. Festejar el triunfo

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A Giovanni no le importaban las miradas curiosas que le lanzaban. Prácticamente fingía no notar los vistazos recelosos de las personas que llenaban el gimnasio de Uriel.

Entendía que era el único con un impecable y perfecto traje negro a medida, con cada costura y detalle diseñados para resaltar su estatus de millonario. Sin embargo, no había tenido tiempo para cambiarse a algo más cómodo después de unos trámites en el centro de la ciudad con su abogado. La urgencia de llegar al gimnasio para presenciar la primera ronda de la pelea de Elizabeth eclipsaba cualquier preocupación por su apariencia o la ostentación de su riqueza.

La adrenalina corría desenfrenada por sus venas, llevándolo al límite de la locura mientras su corazón latía al ritmo frenético de la pelea. La ansiedad se apoderaba de él con cada grito y abucheo proveniente de los fanáticos que apoyaban a sus favoritos, creando una atmósfera cargada de emoción y tensión.

Lo que estaba sucediendo sobre ese cuadrilátero parecía sacado de una película de acción, pero era real. Elizabeth emergía como una fuerza imparable: fuerte, agresiva, implacable y segura de sí misma frente a su contrincante. Cada golpe resonaba en el aire con una fuerza impactante, mientras el público quedaba atrapado en un estado de asombro y admiración ante la habilidad y determinación de la combatiente.

Su excitación, incómoda pero palpable, crecía bajo el bóxer, como un latigazo en sus entrañas. No entendía el motivo o cómo explicarlo, pero ver a Elizabeth destrozar a su oponente lo estaba excitando de una manera que le resultaba desconcertante.

De repente, una sonrisa se dibujó en su rostro al notar la expresión altanera en ella. Era la misma actitud que había mostrado cuando les cerró la puerta en la cara a él y a Fabrizio hacía apenas dos semanas. Este encuentro, aunque no tan cercano como hubiera deseado, marcaba la primera vez que la veía desde entonces. 

Los gritos de los espectadores se volvían ensordecedores mientras la rubia intentaba desesperadamente escapar de los puños agresivos de Elizabeth. Estaba claramente exhausta, y después de un golpe inesperado que la tomó por sorpresa, cayó en el centro del cuadrilátero.

Con el sonido de la campana, los segundos parecieron pasar volando. Elizabeth levantó los brazos con orgullo en el aire, mientras la multitud estallaba en vítores por "Liz", como la llamaban cada vez que competía.

— ¡Es una bestia! —Giovanni miró a su lado al escuchar una voz familiar. Era Fabrizio, quien ya se había duchado y llevaba el bolso deportivo colgando del hombro. El moratón en su mejilla era el único recordatorio visible de su reciente combate en el cuadrilátero.

—Sí, lo es. —respondió Giovanni, hundiendo las manos en los bolsillos de su pantalón de vestir—. Por cierto, lamento llegar tarde para verte. Estoy seguro de que destrozaste al otro tipo.

—Me llamó cobarde antes de empezar, así que se ganó lo que recibió por su arrogancia. —Sonrió con soberbia.

La breve conversación los distrajo lo suficiente como para perder de vista a Elizabeth, que ya había dejado el cuadrilátero.

Bañada en sudor y con los músculos doloridos, pero aún sintiendo la adrenalina correr por sus venas, Elizabeth se acercó a Uriel con una sonrisa fatigada. Él la recibió con orgullo, reconociendo el esfuerzo y la dedicación de la joven que consideraba como parte de su familia.

— ¡Impresionante, Liz! —exclamó Uriel, con una sonrisa sincera.

— ¡Estoy en la siguiente ronda! —respondió ella, radiante de felicidad.

—Así es, estás en camino. Ahora vete, sé cuándo necesitas un descanso —dijo, con una mezcla de cariño y comprensión.

—Gracias, Uriel. Nos vemos el lunes —respondió expresando su gratitud.

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