El lunes por la mañana, cuando Elizabeth despertó, un solo pensamiento pasó por su cabeza: no dejarse derrumbar por nadie que no lo mereciera.
Salió de la cama de un salto y, con pasos firmes y decididos, se encaminó hacia el baño. Después de vaciar su vejiga, se lavó los dientes, la cara, y ató su cabello en una alta cola de caballo. Sus ojos marrones se encontraron con su reflejo en el espejo, revelándole una mujer decidida, independiente, guerrera y valiente.
Determinada a no dejarse pisotear, regresó a la habitación para cambiarse de ropa. Después de un rápido desayuno, que consistió en un jugo de naranja acompañado de una manzana, salió del apartamento con la mente y el cuerpo dispuestos para un entrenamiento intenso, algo que tanto le gustaba.
Mientras descendía las escaleras, la agradable sensación del sol la invadió, haciendo que una sonrisa se dibujara en su rostro. Era una de esas mañanas en las que el clima se mostraba indulgente: ni un ápice de frío ni una pizca de calor, simplemente una temperatura perfecta. Era como si la naturaleza misma estuviera conspirando para que disfrutara de un inicio de día sin complicaciones.
Desde lejos, Uriel la divisó mientras se acercaba al gimnasio. Una sonrisa se dibujó en su rostro al reconocerla, pues la chica que entraba con pasos firmes y seguros era la misma que había conocido años atrás. El corazón de Uriel se llenó de alegría. Aquella Elizabeth era la que él admiraba, la que desafiaba con valentía los obstáculos que se le presentaban en la vida.
—Buenos días, Lizbeth. Te ves muy bien esta mañana —saludó con una sonrisa sincera.
—Me levanté con el pie derecho —respondió ella, con un toque de humor en su voz mientras se aproximaba—. Lamento mucho lo que sucedió el fin de semana en tu casa.
—No te disculpes —intervino, sacudiendo la mano en un gesto de desdén—. Todos cometemos errores cuando nos sentimos abrumados por los problemas. Así que hazme el favor y ahorra las disculpas.
—Gracias. Prometo comportarme mejor la próxima vez.
—Estoy seguro de que lo harás— señalando detrás de él, al cuadrilátero, dijo—. Ahora, ¿qué te parece si le enseñas a ese holgazán lo que significa dar el cien por ciento incluso en un entrenamiento?
El joven que estaba en el cuadrilátero tragó saliva al escuchar a su entrenador y miró a Elizabeth, quien hacía sonar sus dedos mientras daba un par de brincos, preparándose para enfrentarlo.
—¡Oye, no pienso pelear contra una mujer! —exclamó retrocediendo contra las cuerdas, como si buscara escapar.
—No me veas como una mujer si tanto te asusto —respondió ella con determinación.
—No me asustas —le gruñó él.
—Perfecto, asunto arreglado —comentó Uriel con una sonrisa entretenida. Luego, dirigió su atención al joven—. No te acobardes. Ella no será paciente contigo. Te va a patear sin contemplaciones.
—¡Mierda! —exclamó el chico—. ¡Bien, hagámoslo!
Con las energías bullendo en su sistema, Elizabeth dio un par de pasos hacia atrás y comenzó a realizar rápidos estiramientos, flexionando sus brazos y piernas en movimientos fluidos.
Mientras tanto, el joven en el cuadrilátero observaba con nerviosismo, moviendo inquieto los pies. Sus manos temblaban ligeramente, pero su determinación comenzaba a aflorar a medida que se preparaba mentalmente para el enfrentamiento.
Elizabeth, sintiendo la tensión en el ambiente, decidió darle un último vistazo a su oponente antes de iniciar el combate. Mantuvo su mirada firme y decidida, transmitiendo una confianza serena que contrastaba con la agitación del joven. Con un gesto de determinación, cerró los puños y adoptó una postura de combate, lista para hacer frente a lo que fuera que el ring les deparara.
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Juegos de azar [+18]
Romance"Elizabeth debe jugar a tiempo sus cartas, porque nunca se sabe cuando se acabará el juego. Mucho menos cuando manda el corazón..." ESTA NOVELA SE ENCUENTRA DE NUEVO DISPONIBLE. CONTINUA LA HISTORIA CON SUS CAPÍTULOS CORREGIDOS, ASÍ COMO TAMBIÉN LLE...