Viajero ¿Te has perdido?

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-¿Está usted bien?- Dijo un señor mayor sentado en un banco blanco junto a tí. Tu asientes, aún con ganas de llorar por los sucesos recientes y, sin así quererlo, una lágrima escapa de tus ojos para recorrer toda tu mejilla.

-Permítame decirle que no lo parece-opinó el señor de piel ya arrugada extendiéndote un pañuelo.-No me malinterprete, todos tenemos días así... Mas no soporto ver a gente llorar...- Ahora si que sentías las lágrimas formándose en tus ojos y resbalando por tus mejillas sin control alguno.

- Escucha-habló el anciano-Vamos a hacer una cosa, le voy a contar una historia para alegrar su día, y, le advierto que los inicios tristes no siempre tienen un final desgraciado ¿Está usted bien con eso?- Dijo el anciano con una sonrisa en su cara. Te sonaste los mocos mientras limpiabas los restos de las lágrimas que antes atravesaban salvajemente tus pómulos, y le diste una sonrisa al anciano-Me parece bien, por favor, empiece a relatar la susodicha historia- Dijiste tras mirar tu reloj.

Y comenzó a relatar.

Un joven de cabello oscuro merodeaba por las callejuelas de la ciudad, sin realmente un rumbo fijo. Era como una hoja movida por el viento. Sin embargo, él no era nada parecido a una hoja que revolotea pacíficamente en las oscuras tardes de otoño, desde luego que no. Él era el zorro, que, movido por su astucia; lograba sustento.

Sus pasos resonaban por el callizo a medida que él avanzaba.

-Demonios ¿Dónde cojones está?- se dijo el muchacho a sí mismo, mientras se indignaba al ver la hora que marcaba su preciado reloj de bolsillo.

-¿Me buscabas a mí, Ágnostos?- El muchacho se giró para así mirar al sujeto que le había hablado por su seudónimo.

-¿Y a quién si no? ¿Has visto lo tarde que es ya?- Dijo "Ágnostos" mientras apuntaba a la luna, quien había decidido salir para hacerle compañía a Ágnostos durante la espera.

-Vale... No te enfades... Después de todo, hemos venido aquí para hablar sobre algo ¿No es así?- Dijo cuidadosamente el hombre de cabellos canosos, mirando alrededor nerviosamente y bajando la voz consideradamente.

-Así es, le he traído lo que usted me pidió... imagino que tendrá el dinero correspondiente ¿O acaso estoy equivocado?- inquirió el más jóven, alzando una ceja, ya perturbado por el nerviosismo del contrario.

-Si, si, tengo todo el dinero, pero deme la mercancía rápido antes de que me atrapen- Habló el hombre de canas y barba mientras retiraba el dinero de su abrigo, para finalmente entregárselo a Ágnostos.

-Bien...- Y con esa palabra, Ágnostos completó el intercambio dándole al hombre su pedido: una caja a revosar de opio, tabaco y algunos alcoholes un tanto extrafalarios.

Sin decir ni una palabra más, Ágnostos abandonó la callejuela al igual que el hombre de barba; dirigiéndose finalmente hacia su próximo destino: su "casa"

Si es que a esa pequeña choza se le podía realmente llamar casa. Para Ágnostos, puede que su casa no estuviera en buenas condiciones o que no tuviera una buena apariencia, pero por lo menos lo podía llamar hogar.

Guardó el dinero en su escondite preferido, mientras se cambiaba de ropa y empezaba a comer bindaetteok para cenar.

Su vida era sencilla, no obstante peligrosa. A pesar de todo, el sabía perfectamente con quien debía juntarse y con quien no. Digamos que si no lo supiera, probablemente él ya no estaría libre por las calles. No sólo eso, él tambien sabía proteger su identidad y defenderse si las cosas salen mal; no sólo físicamente.

Pero... Realmente estaría mintiendo si dijera que es feliz con esa vida. Tener siempre todo perfectamente planeado lo estaba agotando, quiero decir ¿A quién diablos le gustaría jugarse siempre el pescuezo a cambio de dos condenadas monedas? Sin embargo, no es como si tuviera otra opción de todas formas. Él continuaría con esto hasta que su deuda fuera saldada, y, no es precisamente poca cosa.

La vida del muchacho era con diferencia la historia más injusta que había oído jamás, obligado por gente desconocida a una miserable vida hasta el final, y aún así, sus descendientes tendrían que cargar con el deshonor y la vergüenza por su culpa...

Lo que él mas anhelaba, era volver a decir su nombre, sin tener que ocultar su rostro, sin tener que avergonzarse, sin tener que esconderse del resto de la sociedad...

Él sólo quería gritar a los cuatro vientos que se llamaba Park Seonghwa, y que por eso nadie le iba a quitar el hecho de ser persona.

No hay destino que valga || [Seongjoong]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora