[Capitulo N°1]

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Dominic.




—¡Dominic, despertaaaateeeee! ¿¡No escuchas el despertador o qué!? 

—¡AAH! —grité ante la voz de Daniel. Cuando me pude sentar en la cama, me sobé la oreja, donde mi querido hermano me había gritado. Lo miré con mala cara.

—No es mi culpa que te quedes dormida  —levantó los hombros, señal de que le importaba tres pepinos cómo lo mirara—. Además, mamá me dijo que te despertara como sea. Ahora, permiso, voy a seguir durmiendo. 

—Que gente... —murmuré, caminando hacia el baño para ducharme—. Bueno, al menos, no me quedé dormida.


Me metí a la ducha, y al terminar de asearme, abrí toda la fría. Dejando que el agua helada llegara a mi espalda desnuda. Agarré una toalla, me envolví en ella, y salí del baño, casi corriendo, antes de que uno de sus hermanos me viera. No quisiera tener la mala suerte de que ellos me vieran en paños menores.

Entro a mi pieza, cerré con llave y empecé a vestirme. Unos jeans acampanados, una remera negra, medias verdes y mi zapatillas favoritas; unas Topper blancas. Me saque el pelo, con la misma toalla con la cual me saque el cuerpo, para luego dejarla colgada en la puerta de mi armario. Agarro mi mochila, una campera negra por las dudas y salí.

Al llegar a la cocina, veo a mamá preparar tostadas y chocolate para desayunar. Melisa y Mariano, los mellis, comían sin prestar atención a otra cosa.


—Tomá, comé rápido que se hace tarde —me apuró mientras dejaba la comida en la mesa.


Una vez que todo terminamos, mamá nos llevó al colegio. Y al ser el primer día de los más pequeños, se quedó un rato. Así que tuve que comportarme, nada de escándalos. 

Las horas pasaron bastante rápido. Entre explicaciones de la profesora de Matemáticas, Inglés, y Literatura, mi cabeza estaba cansadísima, parecía querer explotarme en cualquier momento. En cuanto sonó el timbre del recreo, salí corriendo hacia al baño. Me re meaba. 

Al volver, tuve el pequeño percance de chocarme con alguien. Lo ignoré y volví al aula.


—Corazón de melón, ¿Me prestas una lapicera? —le dije a Ian, llegando a su lado. Me miró, sonriendo—. Porque parece que acá andan todos chorros... —dije aumentando el tono de voz.

—Shh —me callaba, riendo. Buscó en su cartuchera y encontró una para prestarme—. Tomá y dejáte de joder.

—Yo no jodo —respondí haciéndome la desentendida—, sólo decía que acá son todos chorros...

—Estás loca.

—Yo no estoy loca —le recriminé—. Che... ¿Sabías que sos un angelito? —le dije, ignorando lo que le había dicho, mirándolo con cariño. 

—¿Qué querés pedirme ahora? —preguntó, entre risas. Me hice la indignada, mientras me ponía una mano en el pecho. 

—En serio, tarado, sos re bueno conmigo...¿Cómo te voy a pedir algo? Pff—dije dramatizando un poco—. ¿De qué te reís? De verdad te lo digo.

—Bueno, sí, vos también sos re buena conmigo. —aceptó finalmente, mientras seguía riéndose. 

—Esa frialdad... me partís el corazón, estúpido.

—Que exagerada —reía—, dale. Decime qué querés, porque tanto cariño por nada no me lo creo eh.

—¿¡Cómo podés pensar eso de mi?!

Resiliencia [En proceso/edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora