[Capitulo N°15]

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Dominic.










—¿Y qué hiciste cuándo te fuiste? —le preguntaba el abuelo al papá de Ángel, mientras estaban sentados cerca del fogón (dónde hacían asados). 




—Y nada, me fuí con la mamá de Ángel...—empezaba a contar, dejé de escuchar cuando decidí irme hacia el otro lado del patio, dónde estaba Ángel con mis hermanos.





—¿Qué hacen? —pregunté en cuanto llegué. Ángel, quién estaba de espaldas, se dio vuelta y me miró sonriendo, también sonreí.




—Nada en particular, le estaba contando a Ángel esa vez que hiciste caca verde en casa de la bis-abuela. —dijo Daniel y los demás se largaron a reír, menos Ángel. Mi cara, se puso como tomate en cuestión de segundos.



Al rato, pude reaccionar. 






—¡¿Qué?! —grité—. ¡No se rían! —me acerqué a Daniel y me tiré sobre él, con toda la fuerza logré que callera al pasto—. ¡Sos un tarado! —gritaba mientras le pegaba piñas y él reía—. Tonto, tonto, tonto.




—Hay que separarlos... —escuché a Ángel.




—No, no te preocupes. Siempre reacciona así cuando Daniel cuenta eso —reía Melisa.




 Escuincla del demonio






—¡Dominic! —escuché el grito de mamá—. ¡Deja a tu hermano! ¡Gael! ¡Tus hijos se están peleando! —le hice caso y me separé, dejando que se pudiera levantar. 



—¡Esta contando lo que pasó en casa de bisa! —me quejé mirándola, y apuntando a Daniel.




—¡Daniel! ¡Te dije que dejaras de contar eso!




—¿Qué?  —levantó los hombros—. No es mi culpa que sea gracioso.




—¡No es gracioso! —grité otra vez, me saqué la ojota y decidida me tire encima de él. Pegándole con la ojota—. ¡No —golpe— es —doble golpe— gracioso!




—¡Gael! —gritó mamá—. Decile algo a tus hijos.




—¡Dominic! —escuché a papá, me cansé de pegarle a Daniel así que decidí parar y alejarme—. Anda a ayudar a tu mamá y a la abuela. —asentí y camine a la cocina, sin ver la cara de Ángel.



No quiero ni pensar en su cara al verme en esa situación. Que vergüenza.




—Vos, mañana vas a ayudar a tu abuela con los animales.



—Pero pa-




—No hay peros que valgan.














(...)








Estaba sentada a una distancia pertinente,  mirando el fuego del pollo al disco que estaba haciendo el abuelo. Tengo terrible hambre y aún no termina de cocinarse.



No sé que me pasaba, después del incidente con mi queridísimo y amado hermano, se me habían ido las ganas hasta de vivir. 




Y ni siquiera sabia dónde estaba Ángel.




Resiliencia [En proceso/edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora