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Era mi primer día de clases después de dos años sin pisar la preparatoria.

Cuando entré por primera vez no me sentía muy convencida, ya que estudiar nunca había sido lo mío o eso recordaba. Hice una de las decisiones más estúpidas de mi vida y decidí dejar la preparatoria en ese entonces, mis padres estaban furiosos conmigo, así que para compensar mi error comencé a trabajar. La paga era medianamente buena pero el horario era de lo peor, tenía que despertar a las seis de la mañana para salir a las siete y llegar a las nueve al trabajo, y claro, salir del mismo doce horas más tarde. Me di cuenta que si quería conseguir algo mejor, necesitaba estudios los cuales no tenía y bueno, aquí estaba de nuevo, llegando a la misma preparatoria que había dejado dos años atrás. La diferencia es que ahora yo había cambiado, bueno no tanto, cuando venía aquí mi cabello castaño me llegaba casi a la cintura, ahora solo a la mitad de la espalda y bueno, tampoco es que presumiera de un cuerpazo, altura y hermosura, pero este pequeño cuerpo de 1.62 centímetros de altura tenía lo suyo. Lo único que me disgustaba, eran algunas cicatrices que me quedaron después de que aquél tiburón me mordiera, aunque no suelo hablar de eso.

Pero bueno, para entrar a ésta preparatoria lo único que necesitas es suerte, ya que solamente te inscribes y hacen un sorteo de lugares entre los estudiantes que se inscribieron. Lo único malo, es que me había tocado en el turno de la tarde.

Por suerte, el autobús que suelo tomar para llegar aquí me deja justo a un lado de la entrada.
Bajé del autobús y miré la hora en mi celular, faltaban diez minutos para la primera clase y ya sabía el procedimiento, el primer día no se hacía mucho ya que solamente hay que presentarse frente a la clase y te dan los planes de trabajo.

Justo frente a la entrada de la escuela hay una acera la cual rodea una pequeña área verde, rodeada por algunos arbustos y un par de árboles dentro. Había una chica más o menos de mi edad —o eso parecía— sentada sobre el pasto con la espalda recargada al árbol, a un lado de ella había una mochila negra la cual supuse que era de su autoría, sostenía un libro con una mano y en la otra algo que me daba un poco de disgusto, un cigarrillo. Pero no cualquier cigarrillo, un porro. Si ella era una estudiante ¿cómo pensaba siquiera que la iban a dejar entrar en esas condiciones?
No le presté más atención, me senté en la acera y dirigí la mirada de nuevo hacia la entrada de la escuela.

Un par de minutos más tarde una voz conocida llamó mi atención a lo lejos con un parentesco.

— ¡Prima! —giré la cabeza en dirección a la voz, la voz era de literalmente mi primo.

Alexander, dieciséis años y su primera vez en preparatoria. Guapo —y no lo digo sólo porque seamos familia, realmente es guapo—, más alto que yo a pesar de la diferencia de edades la cual era de tres años, piel blanca, delgado y cabello castaño claro, casi güero.

Se sentó a un lado de mi y me abrazó con efusividad a pesar de que nos veíamos casi diario ya que vivimos en la misma cuadra.

— ¿Cómo está mi preciosa prima? —me dio un beso en la mejilla y pasó uno de sus brazos al rededor de mis hombros lo que me hizo sonreír y olvidar el mal sabor de boca de la chica del árbol.

— ¡Hola Alex! —le devolví el abrazo—. Muy bien, ¿qué tal el tuyo? ¿nervioso por tu primer día?

— Muy bien también —rió por lo bajo—. Aunque ansioso en realidad.

— ¡Uy! El pequeño Alex ansioso, ¿por qué estás ansioso?

— Ansioso por saber si en nuestro salón hay chicas lindas —arqueó una ceja y me sonrió con picardía—. Aunque probablemente tú esperes lo mismo, ¿o me equivoco?

— ¡Cállate idiota! —rodé los ojos mientras le soltaba un codazo suave en las costillas y reía.

Alex es una de las personas además de mis padres y hermana que saben acerca de mi sexualidad, soy homosexual. Mi hermana y él se lo tomaron bastante bien cuando se los dije, aunque más Alexander, tanto que hasta bromeó diciendo que pasarían primero por su detector de chicas que me convenían.
Mis padres por otra parte, no les cayó muy bien la noticia cuando se los dije, pero con el tiempo lo aceptaron y me aman tal y como soy.

AdictaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora