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Me estaba volviendo buena para quitarle la timidez a mi jefe, por ejemplo ahora en el viaje de vuelta a Seattle, aprovechando que Ross había tomado píldoras para dormir y Taylor iba con el piloto, nos escabullimos al baño -el jet tenía una habitación, pero un baño era más emocionante- era demasiado pequeño, apenas pudimos acomodarnos sin chocar con nada y montarnos uno sobre otro  fue difícil pero apenas terminamos entre risas nos acomodamos la ropa  y abrimos la puerta, yo salí asegurándome que en la cabina todo estaba en calma, cuando mi jefe vino detrás de mi trastabilló con la alfombra que cubría el piso y acabó de rodillas, la fricción le rasgó la tela en los pantalones.

-¿Qué pasa? -Ross se levantó de un salto.

-No es nada -Christian se levantó con agilidad- un tropiezo.

-Ajá, lo estaba ayudando -dije, ya que seguía a su lado.

-Si, claro -la mujer se acomodó de nuevo y cerró los ojos, sin sospechar nada.

Llegamos a eso de las seis, luego de aterrizar y tener de vuelta nuestras maletas, había dos autos esperándonos lo que me sorprendió, Taylor abrió la puerta del primero.

-Llevaré a la señora Ross a su casa.

-Gracias Taylor -ella se despidió de nosotros sin decir nada pero con una sonrisa que mostraba que sabía lo que iba a pasar.

Christian y yo nos montamos en el otro auto que, para mi sorpresa, comenzó a conducir él, me pidió indicaciones para dejarme en mi departamento, no hablamos mucho en el camino, seguro era otro de sus lapsus de timidez, se detuvo delante del edificio y frunció el ceño.

-Aquí también vive la novia de mi hermano.

-¿En serio, cómo se llama?

-Katherine.

-¡Oh! ¿Eres hermano de Elliot?

-El mundo el un pañuelo -se rió- sí, entonces tú debes ser la compañera de piso.

-Sí, soy yo.

-La que agradeció que se fuera unos días para que aprovecharan el tiempo a solas.

-Agh, no de nuevo -me cubrí el rostro con las manos- la última vez que se quedaron a solas hicieron una orgía con la nevera y encontré espaguetis en el techo, salsa de barbacoa en la regadera y jalapeños en mi cama.

-Suena a Elliot -se rió.

-En fin, deséame suerte.

-¿Y si mejor... vienes a mi casa? -tamborileó sus dedos sobre el volante- podríamos hablar sobre el trabajo.

-No hay mucho que hablar, Andrea debería estar en su oficina mañana y mi tiempo como sustituta terminó.

-Ya lo veremos después -el motor rugió de nuevo- te voy a alejar de encontrar tu cama como una cobertura para nachos, ¿qué me dices?

Ay, estaba perdiendo la timidez, me felicité a mi misma por dentro y asentí, él sonrió de una forma que me retorció las tripas y me humedeció las bragas, cuando arrancó el auto en lugar de marchar al frente el auto se fue hacia atrás chocando contra otro que estaba estacionado, miró sobre su hombro y pareció aliviado.

-Vaya, pudo ser peor -soltó el aire entre los dientes- tendré que disculparme con el dueño de ese pobre bicho azul.

-¡Es mi auto!

-Joder, lo siento.

-Yo también -lloriquié.

Llamó a una grúa que se llevó mi pequeño auto con la delantera como un acordeón prometiendo que quedaría como nuevo, su auto carísimo y finísimo con tecnología alemana solo tuvo una pequeña abolladura y perdió un faro, lloré un poco la verdad, le tenía mucho cariño a Wanda y esperaba que se recuperara de ese golpe, estaba aún tan triste por esa situación que apenas reparé que llegábamos al piso de mi jefe, treinta veces más grande que el lugar donde yo vivía, me mostró la zona que era impresionante y luego al detenernos frente a una puerta su actitud se volvió misteriosa.

-Quiero mostrarte algo, está detrás de esta puerta.

-¿Qué es?

-Mi cuarto de juegos.

-Uhu, como... ¿tu Xbox? ¿juegos de mesa? ¿tienes tu propio teatro musical?

No dijo nada, usó una llave para abrir la puerta, estaba todo oscuro hasta que las luces del techo se encendieron poco a poco mostrando una habitación de color rojo, con una cama de cuatro postes parecida a la que tenía en Nueva York, palas, látigos, instrumentos de tortura medieval...

-¡Ay Dios!

-Anastasia quiero que...

-¡Ay Dios!

-Esta es una faceta de mí que...

-Ay Dios...

-Quiero que conozcas...

-¡Eres un mentiroso! -me giré para verlo, sintiéndome furiosa- ¿qué fue tosa esa faceta de hombre-tímido que estabas aplicando conmigo? y ahora resulta que eres un maldito sádico, oh no, no volveré a hacer de casa de rehabilitación, me voy.

-Ana espera -actuaba muy bien como sorprendido, con los ojos casi desorbitados y esa expresión de estupefacto- hablemos...

-¡Habla con un psiquiatra! -salí a prisa- yo me voy, es todo, esta vida de hembra empoderada que buscaba quitar el lado tímido de un hombre que se esconde debajo de todo su poder fue suficiente, es la primera y última vez que salgo con un superior.

-Anastasia yo nunca me hice el tímido contigo -venía detrás de mí- tú fuiste la que me ibas mostrando las bragas por todos lados y me mirabas de una forma... ¡creí que la tímida que estaba saliendo a relucir eras tú!

-Pues no, yo estoy harta de ser la chica tímida y romántica, por eso dejé la carrera de literatura para entrar a negocios.

-¿Te gusta leer?

-Y los números, pero ya hablamos suficiente -llamé al elevador- me piro, puedes enviarme mi cheque o lo que quede de él.

-Ah no, estas alterada, vamos a hablar por favor -detuvo las puertas abiertas- no quiero que dejes mi empresa.

El hombre sabía por donde llegar.

-Pues... pues no dejaré tu empresa.

-¿En serio? 

-Pero si dejaré de acostarme contigo.

-Oye no -dejó caer los hombros- así no va la cosa.

-¿Ves que solo buscas una cosa? Es todo, gracias por todo señor Grey.

Presioné el botón de cerrar puertas y por fin me quedé a solas en el reducido lugar.

-Te veré abajo -dijo la voz amortiguada de Christian.

Me preparé para correr cuando llegara a la planta baja, y lo intenté, pero para si sorpresa había varios hombres de mantenimiento con cajas de herramientas pasar a toda prisa.

-Disculpe señorita -dijo uno de ellos pasando a mi lado.

-¿Pasó algo grave?

-Se atascó el elevador de servicio, no es grave la verdad, el detalle es que el tipo más importante del edificio se quedó dentro.

-¿Christian Grey?

-El mismo, ¿lo conoce?

-Soy su asistente.

Y mierda, le había pasado mi mala suerte.

Asistente|Relato|ChristasiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora