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-¿Cómo se vive sin mala suerte? Es que no tengo idea cómo andar por el supermercado sin tirar las cosas por donde paso, sin que los bebés lloren cuando los saludo... ¡incluso al llegar a la caja me hicieron un descuento! 

-Es muy raro que el tiempo que llevo contigo no haya pasado ya algún pequeño caos, ni siquiera has derramado el café.

-¡Lo sé! Y me estoy volviendo loca por eso.

-Tranquila Ana -mi prima Andrea me pasó otra galleta de su plato, estábamos en una cafetería charlando luego de mi primer semana fuera de la empresa de Grey- tal vez todo era mental, y ahora con la cabeza despejada pones más atención a las cosas.

-¡No es verdad y lo sabes! Si todo empezó cuando nací y pusieron en el registro que fui un niño.

-La mejor historia que escuchamos cada navidad de tu madre - se rió- pero bueno, entonces piensa, ¿algo cambió que provocara este cambio en ti?

Automáticamente me llevé la mano al cuello donde el dije de trébol de cuatro hojas descansaba, el regalo que me había dado Christian que no me había quitado en ningún momento, el solo pensar en él me hacía sentirme acalorada y extrañarlo, pero al mismo tiempo me entraban ganas de patearlo por engañarme.

-Ni idea -dije antes de beber mi té.

-En ese caso yo veo todo bien, así que deja de hacerte ideas raras y dime ¿ya encontraste trabajo? mi jefe sigue queriendo hablar contigo, seguro te hará una buena oferta.

-No estoy interesada en sus ofertas -menos si incluyen látigos, añadí para mí.

-Bueno, siempre puedes comenzar a emprender, ¿y qué tal tu idea de hacer tu propio negocio?

-Puede ser que empiece con eso, luego del generoso cheque que recibí por trabajar en la empresa.

Pagamos la cuenta y nos detuvimos en la puerta de la cafetería para despedirnos, su esposo estaba estacionado esperándola del otro lado de la calle.

-Llámame si quieres sacar más odio de mi jefe -dijo luego de un abrazo- quien por cierto me espera mañana con mucho trabajo, su computadora recibió un raro virus y he tenido que trabajar en sus archivos perdidos.

-Oh, ¿y está bién?

-Claro, bueno, físicamente no tanto, se lastimó un brazo en una de sus sesiones de kickboxing pero le quitarán el cabestrillo en dos semanas.

¡Grey tenía mi mala suerte! Maldito fuera, de camino a casa -donde me encontré cien dólares tirados en la acera- pensé en una cosa: recuperar lo que me había quitado, y solo había una forma: acostándome con él.

Ok no, tenía que devolverle el dije, pero la otra opción me gustaba más.

Así que el lunes muy temprano, antes de que Andrea o Christian aparecieran por ahí, aún tenía el pase para entrar y no fue raro para las personas que me vieron en el camino, incluso usé el elevador que llegó sin demora a su oficina, me acomodé en la silla frente a su escritorio donde me estaba quedando medio dormida hasta que lo escuché llegar, estaba lista para sorprenderlo pero apenas dio dos pasos dentro so profunda voz sonó alta y clara.

-Buenos días Anastasia.

Mierda, seguramente tenía cámaras o algo así.

-¿Cómo supiste que estaba aquí?

-Puedo ver tus piernas colgando y conozco bien esos tobillos -dejó el maletín que llevaba y caminó hasta su silla, sin tomar asiento- ¿cómo has estado?

-Muy bien, seguramente más que usted -señalé su brazo lastimado.

-Un accidente de nada.

-¿Y qué me dice de su computadora?

-Un virus por ver páginas porno -encogió el hombro bueno- le pasa a cualquiera.

-¿Cómo subió hasta aquí?

-Por las escaleras -dijo luego de unos segundos.

-¡Lo sabía, me has robado mi mala suerte!

Sus sensuales labios se apretaron antes de sentarse, por poco se cae, luego al poner la mano sobre el escritorio un bolígrafo rodó hasta caer al suelo, no hizo ademán para levantarlo, solo me miró de frente con las cejas muy juntas.

-Sobre lo que pasó en mi departamento aquel día...

-No vine a hablar de eso -lo corté- no quiero saber de esas cosas que te gusta hacerle, o hacerte, o que te hagan o lo que sea que hagas en esa cámara de tortura medieval.

-Ana... es un cuarto de BDSM, es para explorar los placeres de la sexualidad, no torturo a nadie ni me torturan.

-Yo los he visto en videos porno y te aseguro que nadie se ve divertido.

-Eso es como ver las películas de Disney de las princesas comparado con las historias reales de los Hermanos Grimm, ¿sabes cómo termina en realidad Blanca Nieves o La bella durmiente?

Vaya, sonaba interesante dicho así, sentí mis mejillas sonrojarse así que tuve que sacudir la cabeza para despejarme y concentrarme de nuevo.

-Sí lo sé.

-¿Te gustaría explorarlo de primera mano?

Por dentro estaba como ¡Síiiiiiiiiiiiiiiiii!, por fuera crucé las piernas y apoyé ambas manos en su escritorio.

-Christian vine a una sola cosa, así que deja de distraerme o de hablar de cuentos de princesas.

Me llevé las manos al cuello, abrí la cadena y la dejé frente a él, que sin dejar de mirarme, pasó de una expresión coqueta a dolida en un segundo.

-Eso es para ti.

-Pues no, ahora es para ti, lo necesitas más que yo.

-Ana la mala suerte no existe.

-Es mentira y lo sabes, tú no estás acostumbrado a vivir así.

-Solo son algunos hechos desafortunados.

-Es mi mala suerte y la quiero de vuelta -empujé la cadena hacia él- aquí tienes, que lo disfrutes y hasta nunca.

Me encaminé a prisa para salir de la oficina y tomar las escaleras, un segundo antes de tocar el pomo de la puerta su brazo bueno se colocó en la puerta para evitar que se abriera, sentí su aliento en mi nuca y su entrepierna presionó mi trasero.

-¿No te vas a despedir?

Lo miré de frente, ay esos ojos, esos labios, ese cabello... no Ana, concéntrate, concéntrate en algo que no sea el aroma de su perfume o como se abulta su pantalón, eres una mujer, una hembra, eres fuerte, tú puedes con esto, le di un beso en la mejilla, su barba me picó unos instantes, el me besó de la misma forma pero demoró unos segundos, luego su boca bajó un poquito, besando la zona bajo mi oreja, luego mi cuello, mi clavícula... ¡soy una mujer empoderada! soy... soy... soy...

Un poco fácil porque cuando me besó abrí la boca al momento para él, pero ahí no iba a quedar, lo hice retroceder hasta su silla, cayó sentado y me coloqué sobre él, eso, decías Kate, demostraba quién dominaba.

-Que conste -advertí cuando su mano buscaba alzarme la falda- que es la despedida.

-Si tú lo dices.

-Lo digo.

Oh sí, la última vez que lo besaba así, la última vez que sus manos -bueno, mano- paseaba por mi cuerpo, la última vez que le abría los pantalones, que lo sentía duro y fuerte dentro de mí, que sentía cómo volaba con él.

La última asistente que se lo iba a tirar.

Asistente|Relato|ChristasiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora