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Mi jefe me había besado.

Y no un besito inocente, no fue del tipo "tengo-que-callar-a-esta-loca", no, fue del tipo: te voy a arrancar la ropa, ponte en cuatro y vamos a hacer esto hasta que estemos sudorosos y saciados. Pero no pasó, el tipo se levantó de un salto llevándose un golpe contra el suelo al resbalar con la manta e hicimos como si nada hubiera pasado, incluso en el auto rumbo a la sede de Greys Enterprises de Nueva York él actuó como si nada, ahora yo estaba en un escritorio afuera de la sala de juntas organizando el papeleo que tenía que ser llevado a Seattle y atendiendo las llamadas y correos electrónicos del móvil de mi jefe, fueron las cinco horas más aburridas de mi vida pero sobreviví a base de café y caramelos de una máquina dispensadora, eran cerca de las dos de la tarde cuando todos salieron para el almuerzo, así que aproveché para escabullirme a la enorme oficina y admirar la vista: estábamos en un piso cuarenta y la vista, a pesar del día gris y lluvioso que era me impactó, ver los edificios, los taxis, incluso se veía un poco de Central Park.

-¿Señorita Steele?

Me giré tan aprisa que los papeles de mis manos salieron volando, maldiciendo comencé a recogerlos y mi jefe, amablemente se acercó a ayudarme.

-No pretendía asustarla, iba a preguntarle si disfrutaba la vista.

-Mucho, yo nunca había salido de Seattle hasta hoy -por suerte había numerado las hojas, una costumbre que tenía desde pequeña por haber vivido situaciones iguales, y pude acomodarlas deprisa- es un sitio muy moderno.

-Puede tomarse el resto del día cuando terminemos la reunión, espero que no demore mucho más.

-¿Ha sido productivo?

-Bastante, pero la he buscado ahora por una razón.

Ay, por la forma fija en que me miraba, creía saber de qué se trataba, retrocedí un poco golpeándome con una de las sillas giratorias.

-Eh... no he respondido el correo de Barney que le envió, quizá sea mejor que haga eso primero.

-Puede esperar -me tomó del brazo y me acercó a la mesa enorme con papeles y vasos de café dispersos, yo quizá por instinto de no querer quedarme unos centímetros debajo de su mirada salté hasta apoyar mi trasero en el escritorio- ¿está cómoda?

-Sí.

-Bien -colocó sus manos a cada lado de mi cuerpo, junto a mis muslos, como llevaba una falda se había subido hasta mis rodillas, miró hacia abajo y yo hice lo mismo: el veía mis piernas pálidas y yo me fijé en la cremallera de su pantalón- me quedado con una duda.

-¿Sí?

-Sobre esta mañana.

-¿Sí?

-¿Acaso usted no?

-¿Sí?

-¿Es todo lo que sabe responder?

Negué con la cabeza, lo que lo hizo sonreír mostrando los dientes, se inclinó más hacia mi, separé las piernas y se posicionó cómodamente entre ellas, desprendía calor, mucho calor, me sudaban hasta las bragas.

-Me preguntaba si te...

-¿Me saco las bragas?

Sus cejas se fueron hasta la raíz de su cabello, pude jurar que sus mejillas enrojecieron y carraspeó retrocediendo un poco.

-Anastasia...

Ay no, era de esos hombres tímidos, seguro que nunca tomaba la iniciativa, pero por ese uno por ciento de disposición que había tenido al quedarse encerrado ahí conmigo iba a aprovecharlo, me llevé las manos bajo la falda y tratando de verme sensual comencé a sacarme las bragas, eran de esas bonitas con estampado de Hello Kitty -no necesariamente sexys- pero no pasaron de mis rodillas porque él seguía sin moverse, miró la tela con los ojos a punto de salirse de sus cuencas.

Asistente|Relato|ChristasiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora