Capítulo 2: Mis nuevos vecinos son aves asesinas

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Me desperté asustado. Estaba en medio del callejón, frente a mí estaban Dibond y Estelle hablando muy bajo. Ninguno se percató de que había despertado pero no tardaron en notarme cuando grité del miedo al ver a la perra infernal mirándome como a un rico bocado, o eso creía yo.

-La señorita O'Leary sólo quiere jugar -dijo Estelle acercándose para abrazar a la enorme perra-. ¿Quién es una chica buena?

-Eso quiere decir... -me puse de pie sin dejar de mirar a la perra, volví la mirada a Estelle y después a Dibond. Sin duda es la alucinación más larga que había tenido-. ¿Acaso todo esto es real?

Dibond suspiró y se acercó a mí rodeándome con un brazo.

-Muy real, Máximo.

-Necesito que me expliques lo que está ocurriendo -le pedí zafándome de su brazo y alejándome un par de pasos hasta golpear mi espalda contra un contenedor de basura-. No logro entender nada. Primero un león, luego una pantera, ahora un perro gigante.

La señorita O'Leary gruñó y mostró sus dientes.

-Una perra muy bonita -me corregí al instante. La perra volvió a la serenidad.

-Máximo -Dibond se volvió a acercar a mí-, quería decírtelo cuando llegáramos al campamento. Soy un sátiro protector. Mi misión es protegerte a ti y llevarte al campamento donde es el único lugar donde estarás a salvo de todos los monstruos -no entendía muy bien de lo que me hablaba y todo lo que me decía estaba licuando mis sesos. Sátiros. Monstruos. Campamento. ¿Qué era lo que estaba pasando? -. Eres un mestizo. Los dioses de la mitología griega son reales, a veces bajan al mundo y tienen hijos con los mortales.

Comencé a reírme forzadamente para aparentar que todo lo que me estaba diciendo era un chiste de mal gusto ocasionado por mis alucinaciones. Ellos me miraron con preocupación. Estelle dejó de acariciar a la perra infernal y también se acercó a mí.

-Todo es cierto, Max. Mi hermano mayor también es un mestizo -trató de colocar su mano en mi hombro pero la esquivé-. Sé que es muy poco creíble y todo muy extraño, pero es cierto -golpeó a Dibond en el brazo sin apartar la mirada de mí-. ¡Quítate los zapatos! -le ordenó.

-Nada más placentero que dejarlas en libertad -dijo Dibond retirándose los zapatos y dejando ver unas pezuñas como de cabra en vez de pies-. Los zapatos suelen ser muy incomodos con estas.

-Necesito mis medicamentos -dije antes de echar a correr por el callejón hasta la calle principal. Estaba a pocas cuadras de mi casa, así que, agarré mi mochila muy fuerte y luego corrí. De vez en cuando miraba atrás para asegurarme que ni Dibond, ni Estelle, ni la señorita O'Leary me estuvieran siguiendo-. ¡Maldición!

Me había estrellado contra un muro enorme de pelo negro.

-Vamos, Max -Estelle me estiraba la mano pidiéndome que me subiera detrás de ella sobe el lomo de la perra infernal-. Iremos a tu casa, tu madre podrá contártelo mejor que nosotros.

Me subí al perro infernal y en un abrir y cerrar de ojos ya estábamos frente a mi apartamento. Segundos más tarde de habernos bajado del lomo, la perra desapareció entre las sombras. Entré al edificio y subí corriendo las escaleras seguido de mis dos amigos. Necesitaba llegar al cuarto de baño, tomarme mis medicamentos y luego tomar una siesta. Saqué las llaves y abrí la puerta de mi apartamento con muy dificultad, mi mano temblaba demasiado.

Cuando logré abrir la puerta, corrí a encerrarme al cuarto de baño. Tomé mis medicamentos y los embutí en mi boca. Quería que todo eso pasara, relajar mi mente como la sombra lo había dicho. Me senté en el inodoro a llorar mientras Estelle aporreaba la puerta pidiéndome que la dejara entrar.

Max Gamboa: El Hilo de AriadnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora