Capítulo 3: De la enfermería al festival

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      Recuerdo pequeños fragmentos de esa noche. Pude escuchar a Dibond pidiendo ayuda a gritos, pude ver como un montón de chicos llegaban a nuestro rescate, pude sentir como muchas manos me sujetaban y corrían a través de un valle, pude notar como la temperatura del lugar cambió al entrar en una especie de enfermería y pude observar anonadado a un hombre mitad caballo y mitad humano.

      —¿Qué ha ocurrido, joven Oakwood? —preguntó el señor caballo.

      —Un león estaba persiguiéndolo —explicó Dibond muy agitado tratando de cubrir las heridas.

      —Está bien —el señor caballo le colocó la mano en el hombro y le pidió que saliera de la enfermería—. Lauren y Alexia, queridas, las dejaré un momento para que hagan su trabajo. ¿Podrían avisarme cuándo esté mucho mejor? Iré a resolver otro problema.

      —Claro que sí, Quirón —dijo la chica rubia que estaba revisando mis pupilas.

      Después de eso, me desmayé por tercera vez en una sola noche.

      

  

      Me desperté con una molestia en mi pecho. No abrí mis ojos porque tenía miedo de ver lo que el león me había hecho. Aunque comencé a tantear mi cuerpo con mis manos, llevaba el torso desnudo y tenía unas vendas envolviendo todo mi torso. Abrí los ojos lentamente y me incorporé. Me dolía menos de lo que se podía esperar de unos rasguños de león.

      Frente a mí, se encontraba Dibond de un lado al otro muy pensativo y preocupado. Cuando me miró se sorprendió y se acercó a abrazarme. Misteriosamente, lo que sentía era un cosquilleo en el pecho y no dolor.

      —Despertaste —dijo Dibond—. Eres muy dramático. Las heridas eran un poco superficiales, te desmayaste fue de la impresión y no del desangrado.

      —¿Dónde estoy?

      —Estamos en la enfermería, en la Casa Grande —explicó—. Aquí las hijas de Apolo llevan limpiándote las heridas para que no se infecten y dándote de tomar néctar. El néctar es una bebida de curación, ya pronto no sentirás nada de dolor en el pecho pero puede que te queden unas lindas cicatrices. Unos campistas de la cabaña de Ares me ayudaron a cargarte, estabas muy pesado cuando te desmayaste y ellos son muy fuertes.

      —¿Casa Grande? ¿Néctar? ¿Cabaña? ¿Ares?

      Me estaba comenzando a doler la cabeza de tanta información por procesar. Miré alrededor y efectivamente me encontraba en una especie de cabaña que parecía una enfermería, a dos camas de donde me encontraba acostado había un chico dormido.

      —Perdóname —Dibond se alejó de la cama—, sabes que me pongo a hablar mucho cuando estoy nervioso. Pensé que tardarías menos en despertarte y cuando transcurrieron casi dos días, ya estaba preocupado por que no volvieras a despertar.

      —Espera un momento —lo interrumpí—, ¿dos días?

      Comencé a levantarme de la cama y a buscar mi camisa, pero recordé que el león la había deshilachado y acepté salir así. Igual las vendas cubrían todo el torso y no estaría semidesnudo. Mi madre siempre decía que era una falta de respeto estar sin camisa en compañía de amigos o familiares.

      —¿A dónde vas? —me preguntó Dibond tomándome del brazo—. Apenas acaba de levantarte, tómalo con calma.

      —Mi madre...

      —Ya hablé con Estelle —me explicó tomándome de ambos brazos y conduciéndome a la cama—. Tu madre ya lo sabe todo. Entre Sally y Estelle le hicieron entender a tu madre que aquí estarás a salvo. Aquí en el Campamento Mestizo.

Max Gamboa: El Hilo de AriadnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora