Dionisio después de dar esa noticia a los campistas, desapareció. Nadie sabía cómo actuar porque todos sabían de una profecía que hablaba de un hijo del dios del vino. Yo, quería decir. Nunca imaginé conocer a mi padre y mucho menos que me hiciera el centro de atención de un festival en su honor para que luego desapareciera sin decir nada. Todos alrededor me miraban con angustia y lastima, era como volver a la escuela.
Quería volver a la cabaña y tumbarme en la litera e imaginar que soy invisible.
Caminé en dirección a las cabañas y todos me abrían paso como si yo estuviera enfermo de una muy contagiosa enfermedad. Algunos murmuraban y otros hacían chiste.
—Se va a desmayar y Hailee lo va a embrujar —dijo una campista.
Aceleré el paso hasta la cabaña y me sumergí en ella con la mirada puesta en el suelo. Había un grupo de campista en el porche apoyados de los pasamanos, todos comenzaron a murmuran cuando llegué y hasta se rieron. Al entrar me quedé pasmado del susto, la cabaña estaba vacía a excepción de Cecil y Alexia que se estaban besando a mitad del pasillo entre las literas. Esos campistas sabían lo que estaba ocurriendo adentro y no me detuvieron. Ambos se sorprendieron y se alejaron uno del otro, yo me di media vuelta para irme pero Cecil me invitó a quedarme.
—Lamento interrumpirlos —dije dando unos pasos a la salida—. Volveré más tarde.
—No interrumpes nada —atajó Cecil rápidamente.
—¿Nada? —preguntó Alexia con un tono de enojo, luego le dio varios golpes en el brazo al hombre—. ¿Cómo que nada?
—Alexia —dijo Cecil sujetando los puños voladores de Alexia—, tú sabes lo que quise decir...
Aproveché ese momento de distracción para salir huyendo pero no llegué muy lejos porque afuera estaba Quirón esperándome. Sin decir muchas palabras me pidió que lo siguiera a la Casa Grande, donde quería hablar conmigo de un tema muy delicado e importante. De inmediato me llegó a la mente la profecía que involucraba al hijo de Dionisio, ¡era el mestizo de la profecía!
Caminando a la Casa Grande, todos dejaron de festejar y beber vino para mirarme. La última vez que había llamado de esa manera la atención de las personas, yo estaba sufriendo por primera vez un ataque esquizofrénico en las calles de Nueva York. Una voz me hablaba de muertes ocurridas hace tiempo y me mostró ante mis ojos una imagen muy sangrienta y perturbadora de mí asesinando a un minotauro. Era como si estuviera poseído.
Entré en pánico. No quería formar parte de una profecía a la que el Olimpo temía, ¿por qué no hacían lo posible para impedirla?
Quirón me llevó hasta una sala en la Casa Grande donde estaban Dionisio y una chica rubia con el rostro lleno de pecas y unos ojos de color negro. Ambos estaban cruzados de manos hasta que me miraron entrar. Dionisio fue el primero en colocarse de pie y acercarse a abrazarme. Luego miró a la chica y me señaló sonriendo.
—Mi hijo es tan guapo como su padre —dijo orgulloso—, ¿no lo crees, Hilary Bones?
—Sr. D —la chica rodó los ojos—, soy Hailee Jones.
Quirón resopló y salió de la sala.
—Sí, Hilary —reafirmó mi padre, Dionisio. Qué raro era pensar en él como mi padre—. Llevaba tres meses preocupado por ti, Michel. Desde que el oráculo, esa pelirroja de Apolo, habló sobre esa profecía, no pude mantenerte más a salvo. Pero no podía interceder por ti, te tocaba llegar solo hasta acá.
ESTÁS LEYENDO
Max Gamboa: El Hilo de Ariadna
PertualanganMáximo Gamboa era un adolescente que tenía una vida muy difícil, pero poco a poco su vida se complicara cada vez más al descubrir que es semidiós y por culpa de su padre recibe una maldición de la que buscará la manera de liberarse. Acompaña a Max y...