Capítulo 7: ¿Me puede dar una mortal para llevar? Por favor

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      La casa de Estelle no estaba tan lejos, llegamos en un santiamén. Subimos las escaleras hasta su apartamento y toqué muy apenado. Llevaba días que no la veía ni hablaba con ella, aunque Dibond había mantenido una conversación con ella a través de un mensaje de Iris. Se veía tan guapo como siempre cuando nos abrió la puerta con una sonrisa de felicidad.

      —¿Máximo? —dijo la voz de mi madre a la espalda de Estelle. Mi madre corrió en mi dirección y me abrazó con mucha fuerza. Comenzó a llorar sobre mi hombro como si hubiera muerto y resucitado, aunque casi—. Veo que estás muy bien. Me tenías dando tantas vueltas. Pensé que podría protegerte por siempre pero lo lamento. Lamento no haberte protegido.

      —Tranquila, madre —la consolé con mi mano—. Mi padre me contó porque viniste a Nueva York desde tu país natal. Fue para mantenerme a salvo y creo que lo has conseguido muy bien.

      Hailee tosió.

      —No hay mucho tiempo.

      —Sí —confirmé dándole un beso en la mejilla a mi mamá—. Me alegra que estés muy bien, pero estoy aquí porque tenemos una misión importante para salvaguardar mi mente. Si no lo hago podría vivir en peligro por el resto de mi vida.

      Mi madre tenía unas ojeras enormes y estaba un poco desarreglada. Era como si se hubiera peleado con el peine antes de salir de casa. Pero lo podía descubrir en su mirada, me extrañaba tanto como yo a ella y se preocupaba de que sobreviviera. Lo más probable era que hubiera dejado de asistir a su trabajo o que hubiera pedido días de descanso por problemas familiares. Señor Rodríguez, mi hijo fue atacado por los vecinos y por felinos, le pido que me dé días libres para ir a buscarlo, me imaginé que le decía a su jefe.

      ¿Qué tanto le pudo contar Estelle y su madre, Sally, a mi madre?

      —¿Qué está ocurriendo? —preguntó mi madre abriendo los ojos como platos.

      —Lo que pasa...

      —No puede saberlo ahora —interrumpió Hailee—. A veces, conocer algunas cosas no es bueno para nadie. Hace más daño que bien. Y me parece que esto es uno de esos asuntos que debemos mantener secreto.

      —Entiendo, Max —dijo mi madre abrazándome nuevamente—. Yo sé que tu padre te va a proteger. E igual estaré aquí rezando a mi dios para que te ayude. Dibond, tú también cuídalo por mí.

      —Sí, señora Camil —el chico cabra asintió un poco incómodo. Él sabía que era difícil cuidarme a donde nos dirigíamos pero mi madre no tendría que saberlo. Mi madre despeinó un poco las rastas cobrizas de Dibond antes de darnos el paso libe para que pudiéramos entrar al apartamento.

      Frente al sofá había unas galletas azules en un plato. Me acerqué y tomé una. Estaba realmente deliciosa. Cuando creí que nadie me veía tomé otra.

      —Son las favoritas de mi hermano —comentó Estelle—. Ahora, ¿qué les trae su misión a mi casa?

      Me senté en el sofá junto a mi madre. Dibond se sentó a mi otro lado y Hailee se quedó en la puerta de manos cruzadas. Hailee tenía pinta de ser nuestro guardaespaldas, se veía súper ruda con el cabello rubio y corto atado en una cola de caballo dejando apreciar todos los piercing que usaba en sus orejas. Había breve momento en el que se me olvidaba lo irritante que era y me parecía atractiva.

      —Necesitamos tu ayuda —comenté suplicando con la mirada que no me dijera que no—. Necesitamos una mortal y he pensado en ti. Conoces muy bien este mundo por tu hermano.

      —Y como lo conozco muy bien —Estelle se miró las manos mientras hablaba— no puedo aceptar. Sé lo peligroso que puede ser, mi madre no me dejará ir.

Max Gamboa: El Hilo de AriadnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora