Capítulo 8: El carro solar necesita cinturones de seguridad

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      Aparentemente, todos sabían de quien hablaba Estelle cuando dijo "El tío Lester" pero yo no sabía. Aun así no pregunté. No quería sonar inculto o algo por el estilo, de pronto era una súper estrella de televisión o cine que yo no reconocía al oír su nombre. Hailee y Dibond parecían emocionados y nerviosos de conocer a Lester. ¿Quién era ese señor?

      Sólo sabía una cosa de Lester: era impuntual.

      Estuvimos sentados a fuera de la estación de buses por más de una hora. Dibond y yo hasta nos dio tiempo de caminar a una cafetería y gastar el dinero que Hailee había traído, se lo había dado Quirón, ¿por qué a mí no me dieron dinero? Lo importante era que aquello se sentía como cualquier día normal en mi vida, Dibond y yo comprando algo para comer mientras conversábamos de videojuegos, chicas o cualquier tema que se nos atravesara.

      —Eres mi mejor amigo —comencé a decir mientras, al mismo tiempo, masticaba un dona con un glaseado de chocolate mu delicioso— pero siento que todo lo que conocí de ti era una mentira. Sé que tenías que ocultarme esa doble vida tuya, pero ya puedes contarme tu vida. Tu vida real. La vida de un chico cabra.

      Dibond se rio al escuchar que lo llamé chico cabra. Íbamos caminando a paso lento, dándonos tiempo para nosotros. Tiempo de chicos.

      —Tengo veinticinco años —soltó de repente. Casi me ahogué con un pedazo de dona. Aquello me sorprendió tanto, a veces pensaba que se veía mayor para tener dieciséis como yo, aunque culpaba a la pubertad. Jamás creí que era tan mayor—. ¿Te acuerdas el día que nos conocimos? —asentí—. Ese día iba a rendirme. Creía que no servía para ser un sátiro protector, no lograba ubicar mestizos por más que lo intentaba. Pero te acercaste a mí y me preguntaste si podía leer aquel volante por ti.

      —Sí —confirmé—. Era de una obra de teatro a la que iría a adicionar.

      —No sabías leer la hora ni la dirección por tu dislexia —rio Dibond colocándome la mano en el hombro—. Apenas te olí descubrí que eras. Por eso insistí a acompañarte a la audición, qué lástima que en el último momento te diera un ataque de pánico y decidieras no entrar.

      —Ese helado que comimos luego fue fabuloso —recordé.

      Dibond miró pensativo a la nada. Tal vez estaba tratando de recordar donde estaba el lugar del mejor helado o estaba pensando en los sabores que escogimos. Yo sí los recordaba: yo pedí vainilla con chocolate, el pidió pistache y limón. Se veía muy gracioso caminando medio chueco mientras trataba de no tirar el helado. Pensándolo mejor, esa tarde se comió la servilleta.

      —Después me trasladé a tu colegio —continuó—. No fue fácil pero el señor Blofis nos ayudó muchísimo. Él conoce este mundo gracias a su hijastro, pero le ha ido muy bien estudiando a los dioses y educando a Estelle. Es una gran chica, fuera de tu alcance —le di un codazo—. En fin, conocerte fue genial.

      Rodeé su cuello con mi brazo y seguimos andando, era muy incómodo caminar así porque llevaba su disfraz de mortal y comenzó a caminar chueco nuevamente.

      —Mi madre es una oréades —prosiguió mi amigo—, es una ninfa de las montañas. Mi padre es un sátiro. La unión de una ninfa y un sátiro es muy rara, pero no imposible. Mayormente no congenian por diferencias irrelevantes. Pero mi madre siempre dice que desde el primer momento que miró a mi padre a los ojos sabía que lo amaría por el resto de su vida. Algún día será mi turno.

      —¡Tú estabas relacionándote con un ninfa! —recordé que me había hablado—. ¿Doris? Te lanzó al arroyo cuando le dijiste que no era tu tipo —me comencé a reír de la imagen mental de aquella escena en particular—. ¿No será que ya conociste a esa persona que amarías por el resto de tu vida y aún no la ves a los ojos?

Max Gamboa: El Hilo de AriadnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora