I
Caos.
Posiblemente, era la noche más incómoda en la historia de la tierra. El cielo mostraba su poder, enviando rayos destellantes, como si un par de gigantes se mostraban mutuamente quien tenía más dominio en lo que habían. La tierra sufría la furia de dos caprichosos señores, que discutían sin fervor sobre quién era el peor.
El poderoso señor de señores, a quién muchos glorificaban había perdido el control sobre los suyos, todos se quejaban de la doble moral con la que dirigía la sagrada tierra de los Dioses. Entre ellos, su hijo. Ares estaba inconforme pues Zeus no paraba de hablar sobre respeto y responsabilidad cuando todos sabían la vida que llevaba. Le había prohibido estar con las dos únicas mujeres con las que llegó a sentir algo, solo porque ninguna de ellas quiso arrastrarse a sus pies. Y de esto, el hijo fruto de uno de sus amores, estaba peligrando.
Iracundo, el Dios de la guerra reto a su padre jurándole que le daría una lección, y en ese momento, el Olimpo se dividió en dos:
Los Νέος: Aquellos que se unieron a Ares, con la esperanza de un nuevo orden justo para todos.
Los olympiakós: Aquellos que siguieron a Zeus en su causa.
Los Néos fueron desterrados del Olimpo pues para ese momento decidieron proteger a sus niños. Y así comenzó el gran caos.
- ¡Eso es tan estúpido! – Se escucho decir a uno de los niños, era delgado, con ojos azules, con el cabello desordenado en su cara.
- Nos alegra saber su opinión al respecto, señor Warren. Pero, esto irá a la prueba para entrar a la Elite... Si desea formar parte, debe conocer la verdad. – Dijo el hombre viéndolo mientras ambos caminaban a la escuela, la brisa de la tarde refrescaba bastante.
- Franco, lo que realmente importa es el talento. Yo tengo talento. ¡Voy a ser el mejor héroe de todos los tiempos! Incluso seré más fuerte que tú. – Dijo lleno de entusiasmo.
- Ya hay alguien.
El niño volteo a ver a su tutor lleno de asombro. No podía creer que había alguien más fuerte que su tutor. Para Dante, un niño sin padres, adoptado por una mujer llamada Agatha con la que vivía en un humilde apartamento, como un simple humano, Franco era su ídolo. Que el número uno, lo reconociera como su alumno lo hacía sentir especial.
- No importa, voy a ser más fuerte que él. – Declaró entusiasta el chico, mientras caminaba con un paso vehemente, notó deprisa que su tutor se había detenido, jugaba inquieto con sus manos y parecía incluso que se arreglaba.
- No es un él, es una ella. – Comentó señalando a la entrada de la escuela, Dante volteo su mirada y se topo con la figura de una mujer, tacones altos color negro, con piernas en una postura elegante era de esas que tenía dinero. Una falda lápiz delineaba sus largas piernas, mientras que la camisa resaltaba la pequeña cintura de la chica.
- ¿Por qué pones esa cara Franco? Solo es una mujer. – El chico no entendía de romances ni corazones, solo tenía una meta, ser el mejor héroe de todos, y encontrar a sus padres. Aquella mujer venía con dos niñas y un niño más alto. Los tres con el mismo aire de niños ricos que le desagradaba al chico.
- No lo entenderías, mocoso. Adelántate. Aprovecha de hacer amigos, quizás te haga falta. – Dijo el profesor mientras Dante se cruzo de brazos en un bufido, la mujer de la que hablaban se dio la vuelta, y un empalagoso olor se adentro en sus fosas nasales. – Mae.
- Hola Franco – Saludo aquella con una sonrisa igual de boba que la del tutor.
_Adultos_ Pensó con fastidio el chico mientras comenzó a caminar adentro notando que habían demasiados chicos ahí, algunos ya habían comenzado a socializar. Otros estaban mostrando sus poderes, su corazón se agito un poco al ver a una niña rubia que parecía igual de nerviosa. Lo que genero un poco de empatía en él. Discretamente se sentó junto a ella viendo al frente, cuando llegaron los tres chicos de la entrada se hizo un silencio en el gimnasio que lo hizo sentir incómodo, susurrando: - ¿Son los Salvatore? – Si, eso creo. – No puede ser se ven mejor en personas que en revistas.
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Rebelión.
FantasyDesde que viene la rosada Aurora hasta que el viejo Atlante esconde el día lloran mis ojos con igual porfía su claro sol, que otras montañas dora; y desde que del caos, adonde mora, sale la noche perezosa y fría, hasta que a Venus otra vez envía, vu...