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Es increíble como a veces las cosas y actos más sencillos pueden cambiar por completo la vida de una persona.
Ir a una fiesta, saltar a una piscina, pedir un café, compartir un viaje en autobús con alguien…Situaciones simples pero que pueden traer caos a tu mundo, ponerlo de patas para arriba, arruinar todo lo que tenías planeado y hasta dejarte solo en la vida. 

Y por otro lado, pueden abrirte las puertas para nuevas oportunidades, nuevas experiencias, dejar entrar a alguien nuevo y diferente. 

Al final del día, son las cosas más simples las que marcan nuestro camino y nuestro destino. Es cuestión de cada uno estar atento a ellas, y elegir en qué manera nos afectan. 

Jeon Jungkook era una de esas personas que sabía perfectamente cómo ver el mundo. Un mundo que le había quitado demasiado incluso mucho antes de llegar a él, pero a sus 23 años aún se levantaba con alegría y le regalaba una sonrisa al espejo del baño luego de lavarse la cara cada mañana. 

No había motivo para no empezar el día de forma positiva. Mientras el sol siguiera saliendo, mientras hubiera un techo sobre su cabeza, y una taza de café caliente para desayunar, mientras su cariñosa abuela estuviese saludable y durmiendo en la habitación de al lado, entonces no necesitaba más. 

El joven de cabellos negros terminaba de vestirse, se ponía su viejo y único par de zapatillas, la mochila al hombro, café para llevar en mano, y encaraba su camino hacia la universidad de Busan a las 7 am. 

No era emoción por ir a estudiar lo que lo motivaba para salir de casa porque de hecho Jungkook no estudiaba ahí. No podía hacerlo aunque le hubiese gustado. No tenía el dinero para asistir a una institución tan prestigiosa como aquella. Solo jóvenes con una buena posición económica podían tener el privilegio de estudiar allí la interesante carrera de abogacía. 
La cuota era carísima y había pocos cupos para becas. 

Una universidad así de costosa tenía de todo, se aseguraba de que a sus estudiantes no les faltara nada. Excelentes profesores, una inmensa y bien poblada biblioteca, y obviamente un comedor donde cada día decenas de chicos iban por los más elaborados, nutritivos y mejores menús cocinados por un chef profesional. 

A esa parte del campus se dirigió Jungkook esa mañana luego de bajar del autobús. Lo bueno de trabajar en esa universidad era que le estaban pagando relativamente bien comparado con otros lugares, como bares y restaurantes donde le habían hecho trabajar eternas horas por un mísero salario. 

Estaba a prueba. Hacía un mes que había entrado gracias a la recomendación de un amigo y por entonces estaba satisfecho. Además de asistir al chef en las preparaciones de las comidas, atendía a los estudiantes y se encargaba de la limpieza también cuando todos se iban. 

Jungkook no se quejaba. Era un empleo con el que estaba cómodo y con el que sentía que podía colaborar un poco en casa. 
Las cosas estaban cada vez más caras. La pensión de su abuela cada vez alcanzaba menos para pagar el alquiler, los impuestos y el día a día de la vida. 

— Creo que podría dedicarme a la cocina. — comentó esa mañana mientras observaba como SeokJin, el chef del comedor, empezaba con los preparativos del almuerzo del día. Aquel chico, también de cabellos negros y no mucho más grande que él, ya le había enseñado bastante en el mes que llevaba trabajando como su asistente. Pero Jungkook sabía que podía aprender más. Tenía las ganas y el entusiasmo para ello. 

— La escuela a la que fui es muy buena. Y no es muy costosa tampoco. Creo que si ahorras dinero podrías ir. — le animó el mayor. 

Jungkook suspiró. No era como si no lo hubiese pensado antes. 

— Ya quisiera. — le respondió — Tendría que estar una vida ahorrando para eso. 

No obstante, a pesar de su mala suerte con el dinero, el pelinegro sonrió y se acercó a Seokjin para luego poner un abrazo alrededor de su cuello. 

Las cosas simples - KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora