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Jungkook no pudo terminar su turno de trabajo en el comedor ese día. Las últimas horas una extraña y molesta sensación de ahogo en el pecho había aparecido de repente, y eso sumado a las pocas ganas de existir que tenía en ese momento, hicieron que se sintiera algo mareado durante el trabajo. Pidió permiso y por suerte lo dejaron salir antes. 

Taehyung, muy preocupado por su amigo, decidió acompañarlo hasta su auto. 

— Hey, perdón por dejarte solo hoy también. — Jungkook se disculpó con él antes de arrancar e irse. — Estoy pasando por un momento complicado y me siento mal. También estoy durmiendo poco. Debe ser eso, supongo.

— Lo entiendo, no te preocupes. Lo importante es que lo intentaste. Cada día será más fácil, vas a ver. — lo animó — SeokJin y yo cubriremos las horas que faltan. Ve a descansar. 

— Gracias, a los dos. ¿Qué haría sin ustedes? — le sonrió apenas el pelinegro. Taehyung notó enseguida que no se trataba de una de las típicas contagiosas sonrisas de su amigo. Era más bien una forzada y se sintió tan mal por él. 

Otra cosa que notó fue el auto de Jimin entrando al estacionamiento donde ellos estaban. ¿Justo en ese momento tenía que aparecer el rubio? Jungkook no lo había notado aún y él castaño prefirió mantenerlo así. Ya suficientemente mal se sentía el pelinegro para añadir más estrés sobre sus pobres hombros. 

— Ya vete a casa. — le indicó señalándole la salida más cercana, en la dirección opuesta a la que Jimin había usado. — Cualquier cosa me llamas. 

Jungkook le agradeció nuevamente al castaño y se puso en marcha. Salió de la universidad y justo en la esquina le atrapó el semáforo. No hubiese importado tanto si hubiese sido cualquier esquina. Pero no, era la esquina donde Jimin y él habían interactuado aquella vez. Cuando viajaron en autobús juntos. 

Observó la parada y recordó con melancolía aquel encuentro, sobre todo la conversación sobre sus familias que habían tenido en el viaje. 

Si tan solo hubiera sabido en ese entonces...

Sacudió la cabeza y regresó su vista al frente para darse cuenta de que la luz del semáforo  ya había cambiado. 

Tenía que volver a la realidad. Él sabía que no podía seguir así. Se detestaba por perderse tanto en los recuerdos. 
Tenía que volver a la rutina de antes y acostumbrarse a ella nuevamente sin problemas. 

Casa, trabajo, trabajo, casa. 

Sin embargo, sabía también que iba a ser difícil dejar atrás las tardes con su querido rubio. 

No habían sido muchas, contándolas no llegaban ni al mes. Pero habían sido las mejores tardes y noches con la persona que amaba. Y eso tenía peso, demasiado peso para soltarlo de un día para otro. 

Al entrar al departamento ya estaba pensando en alguna excusa para decirle a su abuela por su llegada temprano. No quería preocuparla diciéndole que no había podido continuar trabajando. 
Pero cuando llegó, Eun-ji ni siquiera se preguntó o preocupó por la repentina llegada de su nieto. 

Estaba sentada en el comedor. Al parecer había estado llorando, y mucho. A su lado, en la mesa, había un sobre. 

— Abu, ¿Qué sucede? — le preguntó. 

La mujer limpió sus ojos y directamente le pasó el sobre a su nieto. 

— ¿Qué es esto? — preguntó. Lo observó y leyó que decía el nombre de su abuela en el dorso. Pero nada más. 

— Lo dejaron abajo hace un rato, antes de que llegaras. — explicó ella. 

— ¿Quién? ¿Qué hay adentro? — preguntó. Al no ser para él, el pelinegro no iba a entrometerse y revisar por su cuenta. 

Las cosas simples - KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora