𝕹𝖔 𝖒𝖎𝖗𝖊𝖘 𝖘𝖚𝖘 𝖔𝖏𝖔𝖘

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En el pequeño pueblo de Pluckley los veranos eran fríos y los inviernos glaciales. Las noches eran tan oscuras como un día sin luna, y habitualmente el tiempo se volvía neblinoso, sobretodo cerca del puente de Pinnock, donde si uno se descuidaba, podía encontrarse con el fantasma de una anciana que murió abrasada.

Y eso era porque Pluckley estaba embrujado.

Las mujeres no salían cuando el sol caía. Los niños tampoco. Solo los hombres que trabajaban en las minas o en la estación estaban obligados a abandonar sus casas. Por eso los mineros y maquinistas no viajaban por la noche, ocupaban sus puestos de trabajo desde por la mañana, y solo los relevaban cuando volvía a salir el sol, cuando era totalmente seguro vagar por el pueblo.

Así era como vivía la gente de Pluckley. Entre ellos, una joven e incrédula muchacha, de nombre Clarise. La hija mayor de los Grant tenía una gran pasión por las estrellas, las constelaciones y el espacio. Había nacido en un pueblo tradicional y católico, pero no por eso desarrolló una fe ciega y arraigada como la de su madre o su abuela. Clarise era una jovencita muy enterada, inteligente y perspicaz. Una mujer de ciencia. No creía ni en Dios, ni en los cielos, ni en los infiernos. No creía en aquella historia de la anciana que murió quemada por dormirse con una pipa encendida, y tampoco se tragaba aquello de poder escuchar los lamentos del antiguo dueño de la granja Elvey, antes de que se suicidara.

Para su desgracia, en aquella aldea perdida al sureste de Inglaterra, la tradición tenía más fuerza que las nuevas tecnologías, y la palabra de Dios era más trascendente que las ciencias. Clarise no confiaba en las leyendas, pero el resto de su familia si. Como era una mujer, no tenía permitido salir por la noche, lo que reducía a cero su posibilidad de estudiar las estrellas.

Clarise amaba la astronomía. Era su razón de existir. La única forma de aprender sobre las constelaciones era salir por la noche. Cuando era pequeña, tenía miedo. Si alguna vez se asustó fue porque no pudo darse cuenta de lo ridículas que eran aquellas historias. Fantasmas, demonios o vampiros, cualquiera de ellos no era más que cuentos para bobos, historias inventadas que alguna vez alguien ideó para sembrar el miedo.

Lo comprobó una noche. Escapó sin hacer ruido, sin el telescopio y solo con la idea de dar una vuelta. Tras eso, repitió su huida con el instrumento a cuestas. Observó las estrellas por primera vez. Mujer, joven y sola, en una noche fría y aterradora.

Empezó a olvidarse de las historias que siempre le contaron. Las noches en Pluckley no eran peligrosas, sólo gélidas y oscuras.

Entonces una madrugada lo planeó mejor. La vista desde el puente de Pinnock sería mejor que desde la parte de atrás de su casa, en un punto más alto y despejado. Aquella noche no había niebla, por lo que iba a ser una sesión fantástica.

Fue llegar al puente y perderse en una niebla tan espesa como una capa de nieve. Que el aire se hubiera condensado tan rápido era imposible. Escuchó un rugido desgarrador, uno tan estridente que le dio un vuelco al corazón. Nada coherente podía explicar aquel grito fantasmal, pero no quiso perder la calma. La niebla la había pillado por sorpresa, y quizás estaba más asustada de la cuenta. Caminó por el puente, con el telescopio tras la espalda y las manos temblorosas. Distinguir algo en mitad de aquella nube era también, imposible.

No creía en las historias de terror, ¿por qué estaba tan aterrada? Tenía los vellos de la piel erizados como escarpias, un pálpito de que algo no andaba bien.

Todo lo increíble pasaba de repente. La niebla se disipó cuando una de sus siete bocas se abrió. Un cuerpo mordisqueado, en carne viva y cruda yacía sobre la madera corroída del puente de Pinnock.

Y de pronto recordó las palabras que siempre le decía su abuela.

"Si te encuentras con un fantasma, debes mostrar respeto. No todos los entes son malignos. Si te encuentras con un vampiro, corre hacia algún lugar y no le des permiso para entrar. Pero si te encuentras con un demonio... no le mires a los ojos."

Mirarle a los ojos a un demonio era la absoluta perdición.

Mirarle a los ojos a un demonio era la absoluta perdición

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No mires sus ojos | ZalgoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora