Tu cielo

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Ante el sol poniéndose, se encontró de pronto pensando en nada en particular, observando a sus hijos reír en medio de una playita pequeña abajo, muy abajo, después del concurrido monte rocoso en el que él se sentaría tras unos largos minutos caminando en las penumbras. Miraba a su hijo ya mayor jugando cual niño junto con su hermana, ambos entre risas, lanzando un disco de plástico azulado.

El aire era salado por la marea y le ardían un poco los ojos aunque la brisa era fresca y relajante. No quería perderse mucho de todos modos de los ojos de Boruto y sus cicatrices. Le acariciaba la frente cada vez que se acercaba un poco a él por mero acto de magia, supone. Entonces Boruto hinchaba el pecho y miraba con seriedad todo alrededor, como si con ese toque invisible, Naruto le diera madurez.

Y con ella no se permitió ni un solo respiro sin que este le llamara con cariño, haciéndola mirar con anhelo al cielo.

Se sentó su hijo a su lado sin poderle ver pero Naruto miró su delgadito hilo sosteniéndolos unidos a pesar de la diferente esencia que los predecía en esos momentos. Y Himawari preparaba coronas de flores sin parar, sin tener una cabeza paterna a la cual coronar ahora pero aun con la intención ahí.

-Mis hijos. –se decía tranquilo acariciando ambas cabezas. –Huellas que dan alegría y vida productiva. –enlistó sus lecciones empezando con la de su maestro. –Con una misión heredada por amor. –dijo recordando a Neji. –Y acompañados por mí eternamente. –Itachi le sonrió en su mente. –Sin necesitarme del todo para sonreír... pero prefiriéndome. Jajaja... porque la vida fácil es la respuesta correcta pero nadie la puede tener, dattebayo. –les explicó con paciencia y gracia a pesar de que ellos dos estaban conversando de algo aparte.

Luego, sus hijos se fueron.

Jamás pronunciaron su nombre.

Quizá ni lo buscaban en esa puesta del sol.

Por eso, Naruto se quedó observando el paisaje un rato más, un eterno crepúsculo que él mismo se estaba regalando. Estaba en completa y dichosa paz.

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-¿Es este mi cielo? –se preguntó de pronto y rompió la esencia misma del silencio que lo había conducido a este pensamiento.

Un delicioso suspiro del mar le dijo que sí. Sonrió emocionado. Su satisfacción le llenó de lágrimas. Sus hijos aun caminando a lo lejos, seguros, felices, le aseguraron que sí. Los caminos hacia sus seres queridos bien trazados entre la hierba le rectificaron cualquier duda.

-¡¿Lo logré?! ¡Lo logré! –se puso de pie y bajó con prisa hasta el mar, tocándolo y sintiendo la tibieza del agua salada. Por la izquierda, miró su casita, donde sus padres le saludaban y pudo ver allá en el fondo el árbol de cerezos donde Sakura le esperaba. Más arriba, por el cerro, estaba el hogar de Jiraya. Sonrió mostrando los dientes y se quitó la chamarra para que la ola lo mojara con gusto, hundiendo el rostro y sacudiendo el cabello antes de volver a hundirse en el océano un poco más, sin tener que cuidar la respiración. -¡Estoy en casa! –Gritó en cuanto salió de las profundidades y entre nados por las olas que lo revolotearon hasta la arena, se reía con todo el cariño del mundo. -¡Mi cielo era yo mismo! ¡Mamá, papá! –corrió dando saltitos, regresando a su pequeña edad de siete años, ilusionado. -¡Mamá! ¡Papá! –los vio asomarse y salir por la puertecita rosada de esa casita amarillo crema con un bello columpio para él.

-¡Naruto! –le llamaban al mismo tiempo.

Kushina soltó la ropa y amplió ambos brazos.

Minato le saludaba con gusto.

-¡Ya llegué! ¡Mamá, papá! ¡No tienen ni idea de lo mucho que deseaba verlos! –les gritó impaciente a solo unos pasos de ese refugio y descanso. 

Muerte, camino, cielo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora