Ojos color fantasía.

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El de cresta después de ese día estuvo dispuesto a intentar formar una amistad con el ruso pero conforme pasaban los días, los ánimos iban decayendo.
Habían pasado ya 4 días de aquella coincidencia con Viktor y desde entonces no lo había visto más, durante esos días se estuvo preguntando en repetidas ocasiones si era posible que el ruso le había estado evitando, si se había enterado de toda la mierda que le seguía.
Era la única explicación que le encontraba, era imposible que en esos cuatro días, no se habían topado ni por accidente. Constantemente le daba vueltas a esa posibilidad, le dolía que ahora también su amor platónico se haya dejado llevar por rumores, aunque todo era demasiado precipitado, a Horacio no le quitaban esa idea de la cabeza. Lo más seguro es que ni siquiera se acordaba de él.




Era patético que con tan poco se hacía ilusiones, aquel intercambio de palabras escasas lo habían incitado a emprender un vuelo alto pero muy corto del que si despegaba era muy probable que la bajada iba a ser muy turbulenta y peligrosa. Al parecer el chico así como había volado, ya había aterrizado y a pesar de todos los pronósticos, solo se encontraba con raspones en su gran corazón, sangraba, sí, pero nada que su experimentada vida llena de desilución no pudiera arreglar.




Pudiera parecer ser exagerado el dolor que sentía por Viktor, apenas y lo conocía, nunca habían hablado, pero algo extraño le pasaba con él y no sabía porqué pero le daba la sensación de que lo conocía, sentía la necesidad de estar cerca de él, de saber de él, se conformaría con solo verle de lejos. Pero todo se podía ir por el caño porque ni siquiera pasaba éso.... Verle de lejos.

Aquel chico soñador de segundo grado estaba en el salón de clases esperando junto a sus demás compañeros a que el maestro por fin apareciese.

Mientras esperaba solo se limitó a colocar sus codos en la paleta de su pupitre así llevando sus manos a la cara y cubrirse con éstas, cerrando los ojos para poder descansarlos. No había sido una buena noche, apenas y pudo dormir por las constantes pesadillas que tenía últimamente.

Retiró las manos de su rostro para abrir sus ojos cuando escuchó que la puerta se abría y de ella aparecían dos personas, una era conocida por Horacio, pues se trataba ni más ni menos que de su maestro Armando, aquel hombre que tan bien le caía, que con su voz lograba calmar hasta el más problemático alumno, pero lo que llamó su atención no fue su profesor sino el chico que iba a su lado pegado tal cual patito persiguiendo a su mamá a todas partes.

Era un rubio de tez más blanca que él, con un piercing en la ceja, ojos grandes y de color turquesa, no parecía ser muy alto, le calculaba que media 1,75.
Algo que al de cresta se le daba muy bien era calcular las estaturas de las personas, siempre atinaba o se le acercaba mucho.

Horacio no se molestaba ni un poco en disimular que miraba al rubio de pies a cabeza, le desagradaba su vestimenta, pero él era muy atractivo.

La mirada del peliteñido podría interpretarse de mil maneras, desde desafiante, hasta de deseo y él lo sabía perfectamente, aún así decidió seguir observando a Gustabo descaradamente.

La ropa que llevaba el nuevo era una chaqueta roja que iba abierta para dejar ver su sencilla camiseta blanca, en la parte baja llevaba un pantalón con estampado militar de corte recto y zapatillas blancas.

—Ew... tal vez con otra ropa... —susurró para si mismo.

Horacio dedujo que al ser nuevo le darían algunos días para que consiguiera el uniforme y así era.

El de chaqueta roja se percató de que Horacio no dejaba de hacer contacto visual con él. Se sintió incómodo, le hizo sentir nervioso y eso conllevaba a ser torpe.

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