Un sentimiento.

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Los siguientes días después de aquella promesa en la casa del rubio fueron para mejor, era como si el enorme muro que había puesto Gustabo entre ellos dos, había sido derribado por completo de un solo toque con la bola gigante de la cual tenía el nombre de "The promise", solo quedaban escombros que ambos estaban dispuestos a limpiar sin dejar rastro alguno.

Era viernes por la tarde, casi noche, ambos chicos estaban en la sala de estár sentados en el sofá de la casa de Horacio, aún llevaban el uniforme puesto, pero claramente se encontraban mucho más desaliñados de lo que acostumbraban, con las camisas desfajadas, desabotonadas y corbatas flojas, "veían televisión", que en realidad era más para estár escuchando ruido que para estarle prestando atención a películas malas que pasaban por la televisión abierta. Horacio veía su móvil y de vez en cuando sonreía de la nada a la pantalla, cosa que su amigo no tardó en notar y lo hacía poner un tanto molesto pero no podía caer una vez más en lo mismo, si quería seguir como estaban antes, tenía que comportarse y controlarse... controlar sus celos intensos que le provocaban querer arrancar cabezas.

Después de haberle estado dando vueltas al asunto, disimulando que veía la televisión, miró de reojo al pelirojo para darse cuenta que aún seguía con el móvil en sus manos, dirigió la mirada al frente una vez más, suspiró del cansancio, se levantó del sofá y se dirigió a la puerta principal.

—Voy a fumar— abrió la puerta principal y salió. Horacio solo alcanzó a observar cómo desaparecía detrás de la puerta.

Gustabo ya con el cigarrillo atrapado entre sus labios, lo encendió, guardó el mechero en el bolsillo de su pantalón de pinza y le dió una fuerte calada, provocando que todo el humo tóxico que llevaba a sus pulmones le provocara la sensación de sentirse más tranquilo.

—¿Tas bien?— de pronto preguntó Horacio, haciendo que el rubio volteara a donde estaba parado.

—Por supuesto. ¿Por qué no lo estaría?— después de soltar el humo de entre sus labios, le regaló una sonrisa forzada.

—Sólo pregunto.—pasó sus manos a su espalda y las juntó para seguido empezar a juguetear con sus largos dedos.

—Vale...— Al de ojos turquesa había algo que le sabía mal y del cual quería saber aunque después de escuchar la respuesta sabia que se iba a arrepentir. —¿Qué fue de tu amigo con derechos?, ¿Lo sigues viendo?— apartó la mirada de los ojos bicolor para voltear a ver a la nada y continuar fumando.

—¿Por qué preguntas? — estaba un poco confuso.

—Sólo curiosidad. No me lo has mencionado y éso se me hace extraño, pero ojo, que si no me quieres contar, no lo hagas, lo respeto.

—A ver...— Carraspeó. —No es que no te lo quiera contar, pero...— se sobó la nuca. La situación le empezaba a resultar incómoda. — Es que probablemente esté equivocado, joder, pero todo pinta a que tú... Bueno, tú... Me... — tragó saliva para aclararse la garganta.—Me celas— agachó la mirada para ocultar el rubor en sus mejillas que empezaba a notarse. —Ya- ya sé que es una completa locura, pero es que en verdad no-no sé qué otra cosa pensar.— levantó la mirada para ver a su amigo que ahora le miraba con una expresión que no sabía cómo interpretar.

—¡JAJAJA!—soltó una fuerte carcajada y tiró el cigarrillo para después aplastarlo con la suela del zapato.—Ahora sí me hiciste reír.—hizo como que se limpiaba las lágrimas por la risa y palmeo el costado derecho de Horacio para después abrir la puerta y adentrarse a la casa, dejando a su amigo parado haciéndolo sentir como un tonto. Al ya estar dentro de la casa, su semblante cambió radicalmente a una de vergüenza absoluta, quería que se lo tragara la tierra, qué iba a hacer si se lo volvía a preguntar. —Me cago en la puta.— murmuró el rubio.

BonitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora