Capítulo cuatro

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La inmensa casa de Claudio se encuentra muy, muy lejos. Para mi sorpresa, en una extremo del barrio se encuentra una calle de tierra que, tras cinco agotadores kilómetros, se ve desde lejos la estructura de la misma.

Cuando llegamos al terreno, se ve que la casa está rodeada de flores y árboles. Se encuentra una gran variedad: rosas, tulipanes y jazmines, cada tipo de flor con tres colores diferentes cada una menos el jazmín;  árboles de sauce y pino. Desde adelante del lugar se ve que atrás de la casa hay un lago. Claudio explica que en ese lago se ve cualquier cantidad de peces y plantas de agua. Nos acercamos al lado. Hay una muy particular que me llama la atención. La escuché nombrar en una clase de biología hace un par de años, pero en esa misma clase el profesor Sweden explicó que, lamentablemente, esta planta se encontraba extinguida. Sé muy bien cómo se llama, ya que tuve que hacer un trabajo práctico junto a Ema sobre este tema. Me sorprende que haya dicho que se encontraba extinguida. Luego de esa clase, el profesor tomó licencia y nunca más lo volví a ver.

Tras pasar una puerta doble, nos encontramos con un salón inmenso lleno de cuadros abstractos, cada uno con su encanto y personalidad. Las paredes son de un color crema que lo hace luminoso y elegante. Se ve colgando una gran araña que le da un toque precioso al lugar. La pared que se encuentra frente a la puerta principal es totalmente de cristal. La pared recibe luz solar, lo que hace que se refleje hacia la habitación y hasta la araña, que devuelve algún que otro destello multicolor. Debajo de la llamativa araña hay una mesa blanca con un jarrón con flores de colores muy brillantes. A la izquierda se ven tres puertas, la primera conduce a un estudio, pero las otras dos se me hacen imposible ver desde donde me encuentro. A la derecha se ve una mesada de desayuno con 5 banquetas, todo de blanco, y atrás del mismo se ve la sofisticada cocina. A lado de la cocina Claudio nos conduce hacia una habitación con sillones que forman una U, todo en color blanco y con sus almohadones desparramamos de un color bordo intenso, resaltando. En el centro de la U  de los sillones hay una mesa de café de cristal con un jarrón resaltando de nuevo con sus brillantes flores. Claudio señala con la mano los sillones, diciendo sin palabras que nos sentemos. Me siento y noto que son increíblemente cómodos. Tobías toma asiento junto a mí.

— Para empezar, quiero que por favor tomen bien esta decisión, ya que al momento que acepten, no hay vuelta atrás, esto puede ser riesgoso, y seguramente nos van a dar caza los importantes. — Directo al grano, Claudio. Lo miro confusa y el prosigue — No pueden comentar con nadie esto, aunque piensen que esa persona guardará sus secretos. — Se levanta y se acerca a una cómoda de donde abre un cajón y saca unos papeles. Cierra el cajón, toma una lapicera, escribe varias hojas —por lo que se ve son fotocopias—, y se acerca. Nos da una copia a cada uno. — Mañana tendrán que llevar ese papeleo y entregarselo a Green, la recepcionista del instituto. Después de eso, van a concurrir más tiempo aquí que en el instituto — Tobías y yo nos miramos, ambos con los ojos muy abiertos, temerosos por no saber en qué nos estamos metiendo — Tienen que confiar en mí. Si no, esto no servirá de nada. Ahora siganme que les voy a enseñar algo — Se acerca a la puerta y nos mira — ¿Qué esperan? No tengo todo el día — Estoy inmóvil, ¿En qué diablos me estoy metiendo?

Tobías se encuentra en la misma posición que yo, porque él también está inmóvil. Él responde primero y se levanta, yo alzo la mirada cuando el se pone de pie, mirándolo directo a los ojos. El me tiende la mano y, después de dudar un poco, la acepto y me coloco a su lado, suelto su mano, tomo una bocanada de aire y me dirijo hacia donde está Claudio. Él me sigue.

Seguimos a Claudio, que se acerca a la segunda puerta que se encuentra a la izquierda del salón, que antes se me hacía imposible de ver. Abre la puerta y se ve una escalera. Subimos y luego nos encontramos en otro salón en dónde se ve un gran piano en el centro de la sala. Se ven tres puertas a cada lado, pero todas cerradas. Nos dirigimos a la segunda del lado derecho de la sala, abre la puerta y entra. Temerosa, tomo la mano de Tobías, que se encuentra a mi lado, lo miro a los ojos y veo reflejado en los suyos mis ojos verdes llenos de miedo. Los suyos están casi igual a los míos. Me distraigo un segundo mirándolo, él levanta las comisuras de la boca, lo que me reconforta un poco y me lleva con él tomados de la mano a la habitación en la que acaba de entrar Claudio.

Pero, ¿Qué demo…?

La habitación, en cambio a las demás que son pacíficas y tranquilas con sus tonos claros en las paredes, esta lleva un color azul marino, y sólo hay una pequeña ventana por la que se filtra un poco de luz solar a través de la cortina de color beige. Hay una araña que ilumina la habitación, y la pared que se encuentra a unos seis metros frente a la puerta esta tapada por una extensa biblioteca, que llega al techo, que está a unos tres metros del suelo. Al costado derecho hay una mesa con una lámpara que desprende una luz cálida pero vaga, que sólo ilumina una parte de la mesa de algarrobo. A cada lado de la puerta, en las paredes se encuentran un par de cuadrados con una profundidad de veinte centímetros, las cuatro de una melamina negra, y en la pequeña puerta que lleva cada una se ve un detalle dorado. En el lado izquierdo de la habitación hay un sillón marrón oscuro con unos libros esparcidos encima. En el centro de la habitación hay una mesa de cristal con un jarrón negro con detalles plateados, con unos tulipanes rosados dentro.

Tobías me aprieta la mano. No me había percatado de que se la estaba apretando tan fuerte, le suelto y el hace un gesto de fingido dolor, modulo con la boca un «lo siento» y él me responde con una sonrisa torcida.

—  Acérquense. — Claudio esta del otro lado de la mesa de cristal. Ambos nos acercamos recelosos hasta quedar frente a la mesa.

Y con un chasquido de dedos de Claudio, palidezco.

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