Otro día más, igual al anterior, y seguramente igual al siguiente.
Está sonando el despertador, marcando las 7 a.m., con su típico pitido ya irritante. Me refriego los ojos y me levanto, ya cansada, y apago el molesto aparato.
Uf, visión borrosa. Otra imperfección de mi vida. Es un error pasar por las cosas que estoy pasando las últimas semanas, pero como sé que es incorrecto, me lo guardo para mí.
En fin, no quiero ir al instituto, en realidad, no quiero ir a ningún lado, soy de esas pocas personas de este lugar que no quiere hacer las obligaciones que tienen las personas de mi edad, que sería de veinte años. Bah, en sí, creo que soy la única que no quiere. Me dirijo al baño y me miro en el espejo. En él se refleja una joven de mediana estatura, con ojos color negro –o eso creo, ya que no veo rastro de colores-, pestañas largas y labios carnosos, demasiados carnosos para mi gusto, y mi pelo, ¡Por favor! Está horrible. Es de un tono oscuro y ondulado, pero, como siempre, está inmanejable a estas horas. La figura que se refleja del otro lado del cristal viste la típica del lugar para dormir: una camiseta color blanca y unos pantalones del mismo color. Me lavo la cara, me lavo los dientes y trato de arreglar este enjambre de arriba. Por suerte, lo manejo con un poco de agua y queda bien. Miro hacia la pared de atrás, donde se encuentra un reloj y marca las 7:10 a.m. Nada mal, Julie. Salgo del baño y me dirijo hacia el armario, en busca de mi ropa.
Aquí, todo es igualitario para todos: las casas, la vestimenta, todo. Todo lleva una gama de colores que recorre el blanco al negro, con sus grises de por medio. No hay otros colores. Dicen que es para no causar problemas. Igual, no se ven otros colores, ni nadie los conoce. Yo sé cómo se llaman porque lo leí en un libro infantil hace mucho que, obviamente, fue destruido al momento que fue encontrado.
¿Por qué vemos en blanco y negro?, dicen que porque hace bastantes años hubo una cosa llamada “enfermedad” que hizo que todos los humanos perdiéramos el poder de ver los colores. Dicen que antes todo era colorido, que había una alta gama de colores que ni nos podemos imaginar, pero que desgraciadamente se perdieron en el tiempo.
Agarro la primera camiseta y la primera falda que encuentro y me las pongo, ya que todas son iguales (obviamente la camiseta es más bonita que la que se usa de pijama), abro un cajón y saco un par de medias, me los pongo, seguidos de los zapatos. Salgo de mi habitación, tomando camino por el pasillo para así bajar las escaleras. Apenas llego al salón, encuentro a mi madre haciendo el desayuno al otro extremo de donde yo me encuentro, del otro lado de la isla que divide el salón de la cocina.
— Hola Julie, ¿Dormiste bien? – Dice sonriéndome.
Mi madre es hermosa así como la vez. Tiene una melena oscura que le cae escandalosamente por la espalda, pasa un poco mi altura, tez blanca y con rasgos de una persona de cuarenta y pocos.
— Buenos días mam… - Me mareo en un nanosegundo y me agarro del sofá que se encuentra en frente mío.
Dios, ya hace bastantes días me está ocurriendo este nuevo problema, además de tener visión borrosa (que tengo desde los 14) pero no quiero ir a la central, simplemente porque sé que a nadie le pasa lo mismo que a mí, y eso supone corromper la perfección de este lugar. Me recompongo en un segundo y, por suerte, mi mamá justo se había dado la vuelta para recoger unas tazas de los estantes. Disimulo mi mareo haciendo un gesto de bostezo - …mamá. Sí muy bien, por suerte- me acerco recelosa, mirándola a ver si se dio cuenta de mi inapropiada mentira. Para mi bien, no se dio cuenta. Tomo una taza con té que ella preparó para mi desayuno, me siento en una banqueta que se encuentra del otro lado de la mesada de mármol gris donde ella se encuentra y, en silencio, tomo el té con unas galletitas que hay en un tazón cerca de mí.
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El Error
Ciencia FicciónJulieta vivía cada día igual al siguiente y al anterior, igual al resto de la sociedad, pero ella era diferente a los demás, y lo sabía, pero ni siquiera se lo comentó a sus más allegados por miedo a no ver la luz solar del siguiente día, hasta que...