Capítulo 4

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El sol de la mañana nos despierta. Hace frío, puesto que estamos en invierno. Irónicamente, hoy es Nochebuena. Eso de que en Navidad se cumplen todos tus deseos no es verdad. Creo que lo que nos ha pasado no es un deseo hecho realidad, sino más bien un infierno.

Veo como una madre pájaro les trae alimento a sus polluelos y les da de comer con su pico. Cada vez que soy espectadora de una escena como esta se me rompe el corazón. Nunca más volveré a estar con mis padres. Ni con mi hermana. Lo único que me queda son mis hermanos y Gwendoline.

Le doy unas palmaditas cariñosas en el hombro a mi amiga. Ella se despierta y me mira, como si todavía estuviera soñando y yo fuera parte del sueño. Pasan unos segundos y regresa a la realidad. Como si le hubieran dado una bofetada, su expresión se apaga y una lágrima le atraviesa el rostro. La atrapo con la mano y le doy un beso en la mejilla. Ella me dedica una sonrisa triste y se incorpora.

―¿Qué hora es? ―pregunta somnolienta.

―Supongo que las nueve de la mañana.

―¿Cómo lo sabes? ―me vuelve a preguntar, fijándose en que no llevo reloj.

―Porque siempre que me levantaba a las nueve el sol estaba en esa posición. Vamos arriba, tenemos que irnos. He oído ruidos cerca del bosque.

―Vale ―contesta ella, frotándose los ojos―. Dame un poco de agua antes.

Le doy la botella y se la bebe entera.

―¡¿Qué haces?! ¡Sólo teníamos ese agua! 

―Uy, perdón, no me acordaba.

―En fin, tendremos que ir a rellenarla al río ―le digo enfadada.

―¿Al río? Buag, si el agua está sucia.

―Ese agua o nada ―le contesto haciéndole callar.

Resignadas, nos ponemos en marcha en dirección al río. Por el camino vemos rastros de pisadas cerca de dónde habíamos dormido. Al llegar al río, saco la botella de la mochila.

―¿Quieres beber algo antes de irnos? ―le pregunto para que después no haya más accidentes.

―No ―me dice ella con mirada asesina.

―Está bien. Vamos a... ―un ruido cercano a nosotras nos hace sobresaltarnos.

―¿Qué ha sido eso? ―pregunta Gwen asustada.

―Será mejor que nos vayamos ―digo.

Casi corriendo nos alejamos de allí, hacia la espesura del bosque. De pronto oímos unas pisadas que nos siguen, corriendo también. Gwen y yo nos damos un segundo para mirarnos, y seguimos corriendo, más rápido que nunca. Tropiezo con una rama de árbol caído, y me caigo de boca. Mi amiga se da la vuelta para ayudarme a levantar. Pero mi cuerpo no responde. Me mira el pie.

―Silvia... te has doblado el pie ―me dice, con un gritito ahogado.

―Oh, no ―me quejo.

Los pasos ya se oyen a pocos metros de donde estamos. Gwendoline me tira del brazo para que me levante, pero el dolor me lo impide. Vemos una sombra aproximarse detrás de los árboles. Esta se detiene y nos observa. Tiene la silueta de un chico, pero no se le ve la cara.

Gwendoline para de tirar de mi y levanta la cabeza hacia la sombra. Sorprendentemente, no la veo asustada, más  bien tiene una expresión de curiosidad en el rostro. Giro la cabeza, puesto que estoy medio de espaldas al chico.

Este, al notar que las dos ya nos hemos fijado en él, sale de las sombras, con una sonrisa burlona en el rostro. Como había supuesto, es un chico, de unos 16 o 17 años, alto, moreno, ojos castaños y las mejillas sonrojadas por el frío.

―Buenos días, señoritas, ¿os habéis perdido?

Aroma de pesadillas © [Pausada] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora