Frialdad

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Cuando Savannah e Isabel se enteraron de que nada había sucedido entre Jordan y yo de la forma en que ellas creían que algo pasaría, se sorprendieron. Lauren se mostró indiferente, a diferencia.

Isabel nos contó que había aceptado salir con ese chico, Jeremy, creo que se llamaba.

-        Saben – comentó Sav por la tarde – Ya que ha empezado a hacer calor, ¿qué les parece si vamos a la piscina?

-        ¿El I.D.J tiene una piscina? – pregunté como idiota.

Y luego, caí.

Claro que tenía una. Yo casi había muerto ahogada allí.

Sin embargo, la idea me pareció buena.

Por eso me desilusioné cuando las tres cancelaron el plan. Isabel tenía una cita; Savannah tenía que terminar un trabajo de biología – sí, a veces la pelirroja hacía deberes – y Lauren comentó que no tenía demasiadas ganas. No le insistí.

En vez de quedarme encerrada leyendo o estudiando, saqué la maya deportiva que pedía el Instituto – supongo que se debe a que en verano dan clases de natación o algo así – y me dirigí sola al lugar en el cuál había sufrido “el rito de iniciación”.

Intenté ser discreta, pues quería estar sola y que alguien más fuese al establecimiento no era algo que me apeteciera.

Llegué luego de varios segundos, sin cruzarme a nadie conocido – salvo a Jake, que se limitó a saludarme con la cabeza – y observé la piscina durante un breve lapso de tiempo.

El lugar estaba vacío, en silencio.

Sumergí el pie derecho, para notar la temperatura del agua. Estaba helada.

Luego, miré más arriba, donde estaban los trampolines. Un escalofrío me recorrió al visualizar el cuarto.

Hice caso omiso del frío y me zambullí en la parte onda. No pude tocar el suelo – que se encontraba, exactamente, cinco metros bajo mí – ya que el impulso no había sido suficiente. Nadé en círculos hasta quedarme sin aire. Entonces salí y volví a zambullirme.

Esta vez, sí logré palpar el fondo.

Con los pies me impulsé hacia la superficie y una clase de deja- vu me invadió.

Al instante, tuve una gran idea.

Subí con lentitud hacia el cuarto trampolín y me quedé contemplando el paisaje.

Estaba demasiado alta, para mi gusto, pero necesitaba hacerlo.

Necesitaba tirarme de nuevo, para comprobar si hubiese podido tomar el objeto sin casi morir en el intento; para comprobar que ya no le tenía miedo ni a las alturas ni al ahogo.

Salté, sin poder evitar gritar.

El grito fue, más bien, de júbilo, no de miedo. Porque, por alguna extraña razón, estaba disfrutando la experiencia.

Caí como una bomba y sin mover ninguna extremidad, llegué a lo hondo. Nadé varios segundos, teniendo en cuenta cuánto tardaría en tomar un par de llaves.

Antes de pensar siquiera en salir del agua, una figura se sumergió cerca de mí paradero. Nadó hacia mí con esmero, estirando los brazos. Me quedé quieta, aterrada. A simple vista, pensé que quería ahogarme.

Pero más tarde, noté quién era.

Mason me agarró con fuerza de la mano y se impulsó hacia arriba.

-        ¿Qué haces, idiota? – pregunté mientras tomaba aire.

-        No, no me agradezcas – dijo, saliendo de la piscina.

Instituto para Delincuentes JuvenilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora