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   Karma Chameleon sonaba a volumen bajo en la radio del coche, pero podía escucharse perfectamente debido al silencio que había en el vehículo

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   Karma Chameleon sonaba a volumen bajo en la radio del coche, pero podía escucharse perfectamente debido al silencio que había en el vehículo. Apoyé la cara contra la ventanilla suspirando mientras cerraba los ojos, sintiendo los cálidos rayos del sol posarse en mi piel. Me estiré levemente en mi asiento, estaba muy cansada, no había estado durmiendo bien estos días por las recurrentes pesadillas. Daba igual como empezase el sueño, que siempre me despertaba justo antes de ser atropellada.

   —Mamá, ¿falta mucho? —me miró durante un momento con una leve sonrisa, pero inmediatamente centró de nuevo su vista en la carretera.

   —Quedan dos kilómetros más o menos, llegaremos enseguida.

   Le dirigí una fugaz mirada a la tía Joane y volví a centrarme en el paisaje de afuera. Esta vez mamá me había pedido que las acompañase, ya que papá había tenido que volver a Connecticut unos días por el trabajo y no le hacía mucha gracia que me quedase sola en casa tanto tiempo.

   Pasamos por delante de un cartel blanco con letras azul marino que nos daba la bienvenida a la instalación, Centro Psiquiátrico Saint Mary. Cruzamos las verjas metalicas y me estremecí ligeramente, el ambiente aquí era mucho más pesado, como si de las vallas de hierro hacia dentro hubiese otro mundo diferente, uno mucho más triste y crudo. Jamás había estado en un lugar así, pero si ya de por sí me disgustaba visitar a un pediatra no me imaginaba a un psiquiatra.

   Bajamos en cuanto mi madre estacionó en el aparcamiento lateral del edificio, y nos dirigimos hacía la entrada. Yo me limitaba a observar todo lo que podía de mi alrededor; el edificio era alargado y de dos pisos, de ladrillo blanco impoluto y con grandes ventanas por toda su extensión.

   A simple vista podría confundirse con un colegio, ¿no se supone que este sitio debe tener seguridad?

   Lo entendí mejor al mirar más allá; detrás de este, el cual parecía ser el principal, se erguían cuatro edificios más, los cuales si se encontraban vallados a conciencia.

   Al adentrarnos en el edificio giramos a la izquierda, pasando por delante de la oficina de información y unas cuantas salas más que no pude llegar a leer del todo de que eran. Casi al final del pasillo pude leer el cartel de consultas. Nos adentramos en la sala y tía Joane y yo nos sentamos en una de las filas de sillas libres, mientras mamá se acercaba al mostrador a confirmar nuestra cita.

   Permanecí en silencio mirando la estancia, intentar sacarle alguna palabra a mi tía sería completamente en vano y tampoco es como si tuviese ningún tema de conversación con ella, todo era demasiado incómodo.

   Había contado seis puertas blancas en total, cada una con un número y una lista pegadas en ellas, que rodeaban la sala repleta de filas de sillas grises de plástico. No se escuchaban más que las respiraciones de las pocas personas presentes y algún murmullo lejano de alguna de las habitaciones contiguas. Nunca me había molestado el silencio, pero este era tan extraño que si me centraba demasiado en mis propios pensamientos me provocaba náuseas.

Happy Summer, Morgan! | 𝐏𝐚𝐭𝐫𝐢𝐜𝐤 𝐇𝐨𝐜𝐤𝐬𝐭𝐞𝐭𝐭𝐞𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora