Capítulo 1

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Ali estaba eufórica por su nueva adquisición; porque no todos los días las personas se compraban un castillo. Cuando se enteró de que solo pedían un millón de dólares por semejante fortaleza, supo que el destino deseaba que fuera suyo. Además, cualquier excusa era buena para alejarse de Estados Unidos y especialmente del imbécil de Alex. Después de dedicarle tres años de amor, comprensión, lealtad y entrega total, el muy estúpido la cambió por una simple bailarina de tango española. Lo que más le dolió fue la manera en la que se burló de ella. Le dijo que era un ser aburrido, con una imaginación muy pobre, de belleza efímera y encantos limitados. Esas palabras la habían destrozado. Tenía la autoestima por los suelos; pero como bien decía su amiga Karla: Para aliviar un gran pesar, nada mejor que una buena compra. Luego de recorrer cada esquina de la propiedad, se adentró en la recámara principal, donde pretendía instalarse. La estructura antigua de la casa real no dejaba de sorprenderla. Los adornos y objetos permanecían intactos, como si el tiempo no hubiese pasado por allí. Desempacó sus cosas, tomó un baño y cambió el conjunto de viaje por un cómodo babydoll blanco. Le llamó la atención una estatua colocada en medio del cuarto. Se trataba de un hombre, un guerrero para ser precisa. 

—Si fueras de carne y hueso, estoy segura de que me harías olvidar al tipo que rompió mi corazón —acarició la cara del personaje inmóvil—. Mmm, deseo, desde el fondo de mi alma, que esta piedra se rompa en mil pedazos y surja un hombre viril, valiente, salvaje en la cama y tan hermoso físicamente que provoque dolor en la persona que lo mire —posó un ligero beso en los labios de la estatua y comenzó a reírse de su propia ocurrencia—, como si eso fuera a pasar.

Un calambre la invadió al contemplar cómo la efigie empedrada se quebraba, revelando a un joven, de carne y hueso.

—La madre que me parió.

—Eres tú —el desconocido se iluminó cuales fuegos artificiales. Parecía que acababa de ver un ángel.

—Perdona, ¿quién eres?

—Me has liberado —comenzó a caminar hacia ella e instintivamente, Aline retrodeció—. Soy tuyo y tú eres mía.

—Ok, amigo, creo que te equivocas —aclaró dando pasitos inseguros.

—No, eres la indicada.

El espacio para dar marcha atrás se redujo y la chica quedó atrapada entre la pared y el fornido cuerpo del extraño. Su corazón se quería salir del pecho. Ese hombre la miraba como si fuera una oveja y él el lobo feroz, listo para devorarla.

—Tu piel es tan suave, y sedosa —comentó posando una mano en su pecho izquierdo.

—Por favor, no —imploró ella intentando resistirse.

—No te preocupes bonita. Ninguna hembra ha logrado rechazar a Aiden MacQueen.

Con ese breve susurro comenzó a besarle el cuello, lamiéndola lentamente. Ali terminó sucumbiendo ante el tacto de Aiden, que aprovechó su debilidad para arrancarle las bragas y empalarla de una. Ella gimió fuerte, pues llevaba un buen tiempo sin tener sexo y la verga de ese semental era larga y gruesa; ciertamente, el pene más grande que había tenido dentro. Estaba segura de que iba a terminar adolorida, sin embargo, MacQueen fue paciente. Se encargó de llevarla a la cama y depositó varios besos cariñosos en sus labios, mejillas y pechos, haciendo que la sensación de molestia cambiara por placer. Aiden le acariciaba los senos, la tocaba como si cada parte de su cuerpo fuera un tesoro preciado. Poco a poco, un calor delicioso fue creciendo entre ellos, hasta que alcanzaron el orgasmo.

—¡Oh, no! ¿Qué acabo de hacer? Me acosté con un desconocido que salió de una roca —exclamó
indignada.

—¿Es que acaso no gozaste? —inquirió Aiden con el ceño fruncido.

—No, no. Fue magnífico. El mejor sexo de mi vida, pero, eso no viene al caso. Yo no me comporto así. No ando tirándome a cualquiera.

—Yo no soy cualquiera. Desde este momento, soy tu hombre y tú mi mujer —afirmó MacQueen.

—¡Despierta! ¡Ni siquiera sé quién cojones eres! —gritó frustrada y se levantó del lecho.

Él suspiró profundamente y le rodeó la cintura con los brazos antes de besarle el hombro.

—Me llamo Aiden MacQueen, jefe del clan MacQueen, en las Tierras Altas de Escocia. Este es mi castillo. Viví en él durante veintiocho años, hasta que Marcus Armstrog me lanzó un hechizo, uno que me dejó congelado en el tiempo, privándome de la persona a la que más amaba: mi prometida, Lisa. Tuve que observar su sufrimiento de lejos y cómo se quitaba la vida; todo porque le quité a su amor. Lo más gracioso, es que ni siquiera recuerdo haber asesinado a la esposa de ese... individuo.

—¿Y qué papel juego en todo esto? —lo encaró más calmada.

—Solo un verdadero deseo del corazón podía romper el maleficio. No hay nada más fuerte que eso. Tú anhelaste mi presencia, sinceramente. Pediste un deseo y se te cumplió.

—¿Significa que escuchabas todo lo que dije? —él asintió en silencio.

—Si me das el chance, puedo hacer que lo olvides, Aline.

—¿Cómo sabes mi nombre?

—Las paredes del castillo tienen oídos. El mundo ha avanzado y yo también. La ironía en todo esto es que a pesar de estar paralizado y hecho piedra, el hechizo me obliga a conocer todo lo que acontece a mi alrededor.

—Entonces, ¿entiendes cómo funciona el mundo en el siglo XXI?

—Exacto.

—Ok, primero lo primero. No saldrás a ninguna parte desnudo. Quédate aquí mientras yo voy de compras. Puedes usar mi laptop. Aiden, conoce a Google; Google, conoce a Aiden. Teclea cualquier cosa y aparecerán miles y miles de resultados, en serio —se vistió tan rápido como pudo y agarró su bolso.

—¿No me das un beso antes de partir? —no le dio ni tiempo para responder. La agarró con fuerza por la cintura e introdujo la lengua en su boca, dejándola sin aliento.

Ante el gesto posesivo Ali entendió una cosa: Aiden MacQueen tomaba lo que consideraba suyo, y ella encabezaba la lista de pertenencias.

El reino del highlanderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora