Capítulo 11

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Aline conducía de regreso a casa, pero curiosamente, vio a Lisa subiendo en un auto... junto a Marcus Armstrong.

—No puede ser. Debo seguirlos.

Siendo muy cuidadosa manejó detrás de ellos, hasta llegar a una mansión que por cierto, no era la propiedad que Gordon le había conseguido. Ni siquiera se atendió apropiadamente las manos. Tenía los nudillos ensangrentados y llenos de moretones debido a las palizas que le dio a Alexander. Tampoco era tiempo de sentirse mal. Se lanzó una aspirina y envolvió sus manos alrededor de pañuelos.

Antes de que cerraran la puerta logró escabullirse y entrar. Siguió cada paso que aquellos dos dieron, terminando en una habitación. Pero no tenía sentido que se encerraran juntos en el mismo cuarto.

—A menos que sean amantes —susurró—. Claro. Lisa no fue maldecida. Todo este tiempo estuvo con Marcus.

Nunca había usado tanto el celular en una jornada. A través de la rendija de la puerta les tomó fotos en las que compartían besos y caricias comprometedoras.

—Todo acabó, mi bien. La americana y MacQueen están separados y nosotros podemos vivir nuestro amor sin preocupaciones.

—No, aún me falta asesinar a Aiden —afirmó Armstrong.

Lisa se alejó abruptamente, luciendo frustrada. Parecía que las ideas de su amante no le eran agradables.

—¿Será posible que olvides a ese hombre? —cuestionó.

—¡Oh!, esto podría resultar interesante —murmuró Ali encendiendo la grabadora.

—¿Cómo quieres que olvide a Aiden? Tú ibas a ser mía y lo sabes. Nos amábamos. Estaba a punto de pedir tu mano, pero el todopoderoso Laird, Aiden MacQueen se adelantó. ¿Y qué padre rechazaría al jefe de uno de los clanes más fuertes de las Tierras Altas? —Marcus sonaba dolido—. Por suerte, tenía la capacidad de sacarlo de mi camino a través de la magia negra. Aunque admito que fui demasiado compasivo. En ese momento pensé que el peor de los castigos sería convertirlo en piedra, creyendo que nadie lo desearía verdaderamente. Claro está que me equivoqué, esa americanita tenía ganas de follárselo.

—¿Y no te parece justo que él también haya perdido a su amor? Ya están a mano.

Lisa no era buena, pero era evidente que intentaba persuadir a Armstrong. Sus ojos reflejaban un atisbo de pesar. A lo mejor se arrepentía de hacer tanto mal.

—No, no estamos a mano. Falta poco para que mi ejército oscuro despierte. Entonces, desataré toda mi ira contra el maldito clan MacQueen, y nada ni nadie me impedirá conseguirlo —listo. Aline había conseguido pruebas maravillosas, e incluso información que le sería muy útil a su chico testarudo. Satisfecha consigo misma guardó el celular en el bolsillo del pantalón—. Ni siquiera esta extranjera que se cree inteligente frustrará el plan.

La puerta se había abierto y Marcus se encontraba de pie frente a ella, mirándola con una sonrisa de triunfo. Estaba metida en un buen lío.

—¿Escuchaste suficiente, querida?

—Sí —respondió levantando la cabeza.

—¿Y qué opinas?

—Estás lleno de mucha mierda. Tu apariencia de príncipe azul no puede cubrir al monstruo que encierras.

—Si ahora te parezco un monstruo, cuando termine de hacerte el par de cosas que se me están ocurriendo, creerás que soy Satanás en persona —realizó un movimiento ligero con la mano y automáticamente, Aline sintió que se asfixiaba, como si alguien le apretara el cuello—. Camina.

—Mark, qué pretendes —intervino Lisa un poco nerviosa.

—Enseñarle a esta bellísima muchacha que es de mala educación meterse en las conversaciones ajenas.

Sin otra alternativa, Ali se vio obligada a obedecer al hechicero. Caminaron hasta una extraña celda ubicada en un piso inferior, bastante oculto. Su nueva prisión lucía mohosa y oscura, seguramente fue diseñada para quebrantar la mente de aquellos que eran encerrados allí.

—Bienvenida al cuarto de los huéspedes que se presentan sin previo aviso. ¡Kàrleor, Aistan! Vengan aquí, muchachos —de las sombras salieron dos criaturas grotescas. Parecían hombres, pero desgarbados, con rasgos de bestia, ojos luminosos y garras extensas. Tampoco olían bien. El aire estaba lleno de un olor a pudrición—. Mis mascotas, dos perfectos demonios que se encargan de atender a los chismosos que se cuelan.

—¡Son asquerosos! —escupió la chica.

—¿No te han dicho que la belleza más grande es la abstracta? Qué superficiales son los yanquis. En fin, encárguense, muñecos.

—Marcus, está embarazada. Podría perder a su bebé —advirtió Lisa.

—Que lo pierda. Al fin y al cabo, es el bebé de nadie. Vámonos.

Una vez que esas monstruosidades quedaron a solas con ella, empezó una sesión de tortura. Las enormes garras de los demonios rasgaron su delicada piel. Pero eso no era nada en comparación con las voces que se metían en su cabeza.

Fracaso. Fracaso —repetían las bestias—. Morirás aquí, sola y sin el amor del hombre al que anhelas. Ese niño se asfixiará dentro de un vientre deshecho y tú vivirás para verlo y sentirlo.

Un montón de látigos azotaron su espalda deliberadamente. No podía defenderse, la magia la incapacitaba, así que lloró en silencio. Durante el tiempo que duró la tortura, Ali no abrió la boca ni una vez para pedir clemencia, aunque sí rezó por dentro, le imploró a todos los santos por la vida de su hijo. No interesaban las heridas, ni el hecho de que tuviera el cuerpo bañado en su propia sangre.

¿Estás lista humana, para lo siguiente?

¿Saben qué? Inténtenlo desgraciados. Puedo soportarlo.

En esa ocasión la golpearon brutalmente. Miles de sombras que se movían a la velocidad de la luz le pegaban en el rostro, los brazos, incluso en el vientre. No se detuvieron hasta que perdió el conocimiento. Permaneció aturdida durante un período de tiempo indeterminado.

—¡Oh! ¡Oh, Dios! —el dolor resultaba insoportable—. Cómo es posible que aún continúe viva —comentó entre sollozos—. Pero qué digo, si estoy viva es porque las fuerzas del más allá quieren que salga de esto y pueda probarle a Aiden mi inocencia.
Por favor, que siga aquí.

Registró el bolsillo del pantalón, sacando su teléfono. Una sonrisa victoriosa brotó de sus hinchados labios. Intentó marcar el número de Gordon, pero no había cobertura.

—Ok, ok. No hay que desesperarse. Solo tengo que salir de esta celda. Esas cosas imaginan que estoy ida, lo que me da algunos minutos importantes.

A duras penas logró ponerse de pie. No se veía nada, por lo que tuvo ir tocando las paredes hasta encontrar las rejas.

—¡No! —le dio una patada a los barrotes. Estaba encerrada bajo llave—. Por favor, Señor, dame fuerzas para obtener mi libertad, es todo lo que te pido.

De repente, la reja se abrió, mostrando una luz cegadora que trajo consigo a una bella mujer de cabellos rojos y mirada celeste.

—¿Sabes quién soy?

—Bueno, no debes ser amiga de aquel imbécil de Armstrong.

—Soy Morrigan, diosa de la muerte y la destrucción. Años atrás, tu pareja participó en un ritual donde entregó su vida a mí. Eso significa que solo puede morir bajo mi mano. La criatura que viene en camino lleva la sangre de los MacQueen, así que ella, al igual que tú son mis protegidas ahora.

—¿Por eso es que aún continúo viva?

—Créeme, si hubiera sido necesaria mi intervención para que no murieras, habría actuado, pero ese mérito solo te corresponde a tí. Estás viva por pura fuerza de voluntad. Ahora, vamos. Te guiaré a la salida.

Morrigan pasó el brazo de Ali por encima de su hombro, apoyándolo en él y poco a poco salieron de la penumbra.

El reino del highlanderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora