Capítulo 4

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Aiden trataba a Ali como si fuera una niña de cinco años, no paraba de mimarla y hacerlo todo por ella, aunque le gustaba la parte en que la bañaba y le daba masajes en los pies. Con Alexander no obtenía ni un roce cariñoso.

—¿Estás segura de que no quieres que me quede contigo? Puedo cancelar esa estúpida reunión de Gordon.

—No, debes acostumbrarte a la vida de magnate. Aprovecharé para realizar unas llamadas y ponerme al día con mi editorial en Maine.

—Ok, regreso en unas horas —aseguró depositando un suave beso en sus labios.

—Adiós, muñeco —hizo un gesto de despedida con la mano.

Después de un rato descansando le marcó a su hermana menor, Gena. Desde que llegó a Escocia no hablaban y ya extrañaba sus comentarios pícaros y las bromas con doble sentido. A diferencia de ella, la pasión de su hermana eran los números. Cuando terminó el bachillerato se hizo licenciada en Economía, y en muy poco tiempo escaló en los negocios, creando su propia empresa.
Conversaron durante un largo rato, y por supuesto que el tema de Aiden MacQueen no pasó por alto. Ali le contó con lujo de detalles acerca de los encantos de su highlander, la forma tan especial en que la amaba y todos los detalles románticos que tenía con ella.

—Me alegro mucho, hermanita. Ya era hora de que superaras al imbécil de Alexander. Él fue el que perdió, no lo dudes ni un segundo —comentó su hermana desde el otro lado de la línea.

—¿Sabes qué? Empiezo a creerlo.

—Claro que sí. Te esperan grandes cosas.

—Te echo de menos. Me gustaría verte y darte un gran abrazo de oso —dijo soltando un largo suspiro.

—No te preocupes. Muy pronto estaremos juntas, porque nosotras somos...

—¡Las perras más duras de Maine! —exclamaron al unísono—. Te llamo luego, Gen.

—Bye bye, linda.

Sintiendo que el dolor de la pierna ya no era tan fuerte como para tenerla pegada a la cama, tendió una manta en el césped del jardín delantero y se sentó a disfrutar de un buen libro acompañada de algunos aperitivos.

—Buen día, señorita —saludó un caballero vestido de traje.

—Buenas, ¿puedo ayudarlo, señor? —inquirió retirándose los lentes.

—Me llamo Mark Strong, soy un viejo amigo de la familia MacQueen y me preguntaba si el dueño de la propiedad se encuentra.

—Me temo que no, pero si usted desea dejarle algún recado, puede hacerlo conmigo, soy su pareja.

—Ahhh, la extranjera —asintió recorriéndola de pies a cabeza.

A Ali no le agradó el tono utilizado por ese hombre. Se notaba un poco intimidante. Por si acaso, agarró el cuchillo que tenía al lado.

—Podría eliminarte ahora mismo y quitarle nuevamente al poderoso Laird MacQueen su joya más preciada, pero así no tendría gracia, ¿verdad?

—Tú eres él, Marcus Armstrong —afirmó la muchacha.

—Conque estás enterada —el hechicero dio unos pasos, quedando a escasos centímetros de Aline—, creo que voy a disfrutar tu muerte y la de tu amante de novela.

—Aléjate de Aiden.

—¿Si no qué? —la retó.

—Desearás que la perra de tu madre nunca te hubiese parido.

Armstrong levantó la mano y movió los dedos.

—Posees un pescuezo frágil. Ten cuidado, se puede romper con tanta facilidad —de repente, la joven sintió que se asfixiaba—. ¿Y si te arranco la lengua? Nadie escuchará tus gritos, mi querida.

Ali empuñó el cuchillo y lo clavó en el abdomen de Armstrong. La puñalada logró discipar el efecto de su magia negra y liberar a la joven de la tortura.

—No me asustas ni un poco. A lo mejor, te mato yo solita —susurró en su oído, enterrando la daga con mayor profundidad.

—Esto no ha terminado. Me la pagarás, desgraciada —el tipo se esfumó en una bruma negra y la pobre de Aline cayó al césped, llorando desesperada.

Gordon y Aiden bajaron del auto, sosteniendo una animada conversación acerca de las relaciones sociales del siglo XXI, que en nada se parecían a las de su tiempo. Entonces, Aiden divisó a su novia, sentada en el jardín y... sollozando. No sabía que pasaba, pero no soportaba el hecho de que Ali sufriera. Corrió hacia aquella mujer, que le aceleraba el corazón.

—¿Ali? Amor, qué te pasa —se agachó para quedar a su altura y la envolvió en sus musculosos brazos.

—Oh, Aiden, gracias a Dios que llegaste. Él... ese, ese ¡hombre! Estuvo aquí, me amenazó y... tengo mucho miedo —respondió alterada.

—Cálmate, vamos a llevarte adentro.

Una vez que entraron, Gordon le preparó un té de jazmín. No insistieron en que hablara de inmediato, sino que esperaron a que se tranquilizara.

—Se presentó como un amigo de la familia, mas al identificarme como tu pareja reveló sus verdaderas intenciones e intentó intimidarme. Yo lo ofendí verbalmente y no sé qué brujería utilizó, pero me estaba ahorcando, sin tocarme.

—Lo siento tanto, cariño, puedo notar las marcas rojas en tu cuello —expresó el highlander.

—Por suerte llevaba un cuchillo encima, así que se lo clavé entre las costillas.

—Esa es mi chica —comentó orgulloso.

—Sí, bien jugado Ali —intervino su cuñado.

—Luego desapareció como polvo en el viento.

—Este lugar ya no es seguro para nosotros. Mañana mismo nos mudamos a la mansión que compré en el centro de la ciudad —argumentó Gordon—. Hermano, no la pierdas de vista ni un segundo.

—Tranquilo. Yo me ocupo.

Cuando la noche cayó y después de mucha insistencia, Ali se dignó a comer un poco. Estaban en el lecho, acurrucados en un cómodo silencio.

—Hoy fuiste muy valiente. Otra en tu lugar no habría reaccionado de una forma astuta.

 —No quería morir, solo utilicé mi instinto básico, como Sharon Stone en la película —respondió ella sonriente.

—Nena, no sé a qué te refieres —los intensos ojos verdes de Aiden la observaban confundidos.

—Ya te enseñaré la cinta. Es todo un clásico y hay cada escena de sexo, que te pone a mil.

—Pero si a tu lado siempre estoy a mil —se detuvo a contemplar el babydoll que no cubría demasiado el cuerpo de Ali y muy pronto su erección comenzó a golpear el pantalón de chándal.

—Creo que el sentimiento es mutuo.

Él rodó hasta quedar encima y regando pequeños besos en su cuello, la despojó de la prenda de dormir. Esa noche hicieron el amor lentamente. Sus cuerpos se balancearon con parcimonia, encajando a la perfección. Cada roce aumentaba el éxtasis y las caricias le añadían un toque romántico a ese acto tan íntimo y carnal. Ali se dio cuenta de una cosa: estaba irremediablemente enamorada de Aiden MacQueen y ya era muy tarde para dar marcha atrás.

El reino del highlanderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora