Capítulo 9

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Marcus se percató de que su plan de matar a MacQueen utilizando a Lisa como intermediaria no funcionaría, así que se dedicó a observar a Alexander Parker. El sujeto era un perdedor, ciertamente, pero jugando con las cartas correctas, podría serle extremadamente útil.

—Es hora de realizar una llamada —marcó el número del americano en su celular y esperó a contestara.

—¿Hola? ¿Quién habla? —dijo el muchacho desde el otro lado de la línea.

—Señor Parker. Me alegra escuchar su voz. Mi nombre es Marcus Armstrong y lo he contactado para proponerle un negocio.

—¿Un negocio? Oiga, si se trata de alguna broma de mal gusto, no me divierto.

—Para nada, Alexander. Tengo entendido que usted está interesado en la señorita Aline Cox, ¿verdad?

—¿Qué sabe de Alinita? —cuestionó inseguro.

—Oh, muchas cosas. Sé que Aiden MacQueen le robó a su chica y que esa mujer es la única oportunidad de que recupere la obsena cantidad de dinero que perdió en manos de una señora llamada Lucía Flores. ¿Le interesa lo que hablo señor Parker?

—Mucho —respondió impactado.

—Bien, entonces, me parece que usted y yo tendremos un encuentro. Apunte la dirección.

—Aguarde. Déjeme buscar lápiz y papel —señaló Alex.

El local donde se reunieron era pequeño y muy discreto. En general, propicio para la clase de temas que iban a tratar. Marcus le entregó a Alexander un sobre que contenía los resultados de una prueba de embarazo y exámenes médicos de rutina.

—Entonces, aparezco, le enseño esta información al imbécil de MacQueen y me hago pasar por el padre de la criatura que viene en camino. Fácil.

—Como sumar dos más dos —respondió Armstrong —. Sé que esto no lo sacará del bache, pero al menos, lo ayudará a... bueno, lo que sea —le extendió un cheque de sesenta mil dólares.

—¡Vaya! Gracias. Cuente conmigo —le tendió la mano agradecido.

Por otra parte, Ali estaba lista para contarle la novedad a su novio. Iba a organizar una cena romántica, con velas y el mejor banquete de la historia. También habría lencería sexy para cerrar la noche con broche de oro.

—¿Quieres que te acompañe a las compras? No deberías hacer mucha fuerza en tu estado —advirtió Gordon.

—Tranquilo. El taxista me ayudará —posó un beso en su mejilla y desapareció de su vista.

—Mhhh, esa americana es testaruda. Aiden dio con la suela de su zapato.

—Hola, cuñado.

—Hace mucho tiempo que no soy tu cuñado, Lisa. De hecho, te he buscado como un loco —sacó unos papeles —. Aquí está la propiedad de tu nueva casa. Solo tienes que firmar.

—Esto te emociona mucho, cuñadito, ¿verdad? —inquirió irritada.

—Aquí no pintas nada. Solo interfieres en la felicidad de mi hermano, como una sombra oscura que no lo deja ver la luz.

—Pues, que te atragantes con tu queridísima Aline. Que se atraganten los dos —dijo aprovechando que Aiden aparecía en la sala—. Nunca encontrarás a una como yo, idiota.

—¿Y a esta loca qué le pasa? —preguntó el Laird.

—Que ya le llegó su hora.

—Es la mejor noticia que me has dado, Gordon. Ahora sí que podré vivir en paz con Ali. Mira -le mostró un anillo de oro con una piedra ámbar incrustada en el medio-, ella tiene algo importante que decirme en la cena y pienso pedirle que se case conmigo.

El reino del highlanderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora