—¡Mierda! —Lisa vio cómo una silla volaba de un extremo de la habitación al otro y se estrellaba contra la pared. Marcus estaba furioso.
—Lo lamento, amor mío. Esa americana se le ha metido por los ojos —respondió la rubia con desdén.
—Noto una cierta envidia en tu tono, mi querida —señaló el hechicero.
—No estoy acostumbrada al rechazo.
—Lo sé, pero no importa. No necesitamos que el highlander te quiera desesperadamente. Solo tienes que permanecer en esa casa para que el plan funcione. Estaba pensando en utilizar mi magia negra, sin embargo el tarado de Gordon reforzó el terreno con brujería celta, que por el momento, va más allá de mis límites. Supongo que puedes causar un poco de discordia entre los MacQueen y la extranjera. Eso me dará tiempo.
***
—Aiden, quiero que me enseñes a pelear —soltó Ali de repente.
—¿A qué viene eso?
—No lo sé, supongo que no quiero depender de ti o de Gordon para sentirme segura. Eres un Laird y también un guerrero experimentado, no interesa que hayan pasado siglos, posees el conocimiento.
—Ok, empezaremos hoy mismo. Primero, voy a enseñarte a ser ágil. Eres una mujer pequeña, que mide apenas un metro y sesenta y cinco centímetros. Tienes que aprender a sacarle ventaja a tu ligereza —ella asintió complacida—. Ah, y ponte una ropa más cómoda.
—A la orden, señor.
Pasaron el mediodía haciendo ejercicios. Aline nunca fue una persona demasiado atlética. Aborrecía cualquier actividad que aplicara como deporte y cuando comenzó a realizar flexiones supo que estaba pagando con creces su falta de respeto hacia el ejercicio.
—¿No puedo realizar la versión femenina? —cuestionó sudando a la gota gorda.
—¿Versión femenina?
—Claro. Eso no existía en el siglo XVII. ¿Cuántas me faltan?
—Solo diez, nena.
—¡¿Solo diez?! He contado alrededor de veinte.
—No te quejes, Aline, mis hombres tenían que hacer cincuenta para empezar.
Pensó que la tortura acabaría con las flexiones, pero después tuvo que correr durante diez minutos y practicar con espadas de palo. La machacaron tres veces. Terminó adolorida al cien por ciento. Necesitaba una ducha urgente. Soltó un grito ahogado al encontrar a una desconocida usando sus productos de maquillaje.
—¿Y tú quién carajos eres? ¿Qué haces en mi cuarto?
—Yo soy Lisa, le prometida del Laird —contestó altanera.
—Exprometida —irrumpió Aiden—. Me parece que no te dí permiso para que entraras a nuestra recámara, así que lárgate.
—Pero no tengo ropa que ponerme y parece que a esta le sobran los trapos.
—Ni loca dejo que uses mis prendas —replicó cruzándose de brazos y se acercó a la oreja de Aiden—, es capaz de arrojarle algún polvo extraño, ¿entiendes?
Él asintió conteniendo una sonrisa. Realmente no creía que Lisa intentara lanzarle algún encantamiento, pero tampoco conocía sus verdaderas pretenciones.
—Hazme el favor y limítate a entrar solo al cuarto en el que te instalé —indicó MacQueen.
La reacción de Gordon resultó peor que la de Ali, porque él odiaba aquella mujer a muerte. Además, sabía que era una mentirosa y que nunca amó a su hermano. De todas formas, Lisa no era el mayor de los problemas. Una oscuridad se estaba acercando, podía sentirlo en sus huesos. Debía buscar ayuda.
Gracias al poder de los druidas logró jugar con las leyes del tiempo y vencer el proceso de envejecimiento de los guerreros de su clan y compañeros del clero irlandés. La cruda noche de 1628 se incrustaba en su memoria como los colmillos de un depredador en la piel de su presa.—¿Estás seguro, MacQueen? Si haces esto, no podrás volver a lo que fuiste antes —le advirtió su camarada Patrick.
—Mira a mi hermano, convertido en piedra, atado a una maldición sin sentido. Aiden me necesita. No puedo dejarlo combatiendo la magia negra solo. Debo permanecer a su lado para cuando despierte.
—Cuenta con nosotros, Gordon. Los hombres del clan MacQueen seguirán a su líder. No importa si tenemos que vagar entre las arenas del tiempo. Hicimos un juramento —intervino William.
De uno en uno, derramaron gotas de sangre en un cáliz de plata, dándole inicio al ritual que sellaría el futuro de su clan. Invocaban a Morrigan, la diosa celta de la muerte y la destrucción, aquella que estaba presente en todas las guerras, la que infundía en los soldados fuerza e ira para combatir. Le entregaron sus vidas a la deidad y a cambio, ella prolongó la existencia de sus nuevos hijos, para que fueran capaces de vencer al único enemigo que no perdonaba: el tiempo.
—Amigo Gordon, es un placer recibirte en mi humilde restaurante —como siempre, Patrick le dio la bienvenida con un cálido abrazo.
—¿Humilde? Vamos, señor Fraser. Ambos sabemos muy bien que estoy pisando el suelo del mejor establecimiento gastronómico de Oban. Al menos, eso decía la reseña de Arthur Cohen, el famoso crítico culinario.
—¡Tonterías! Acompáñame a la cocina. Ya William llegó.
Su reunión fue larga y agotadora, pero necesaria. Acordaron reforzar la seguridad en las áreas que protegían y llamar a sus contactos, para que le avisaran sobre la mínima rareza en el ambiente.
Cuando volvió a casa estaba molido, solo quería tomar un baño y acostarse a dormir. Pensaba refrescarse en el servicio, mas su plan fue interrumpido. Ali estaba agachada frente al inodoro, expulsando una cantidad obsena de vómito. La pobre traía un semblante horrible.
—Hola, Gordon, perdona que use el baño del pasillo —se excusó acercándose al lavabo.
—¿Te sientes bien, querida?
—No. Llevo semanas con mareos, vómitos y flojera. Por no hablar de esta cara de mierda —se señaló el rostro—. He hecho lo imposible para ocultárselo a tu hermano. Todas las mañanas me pongo un cargamento de maquillaje, como menos utilizando el pretexto de una falsa dieta que encontré en Internet y cuando voy a descargar, utilizo el sanitario del pasillo.
—¿Y tienes alguna idea de lo que puede ser?
—No.
—¿Me permites?
—Eeeeh, supongo que sí. Adelante —él poso la mano sobre su panza y entonces lo supo.
Unos pequeños latidos emanaban del vientre de Aline. Un sobrino venía en camino.
—Ali, estás embarazada.
—¿Qué?
—Hay una criatura hermosa y fuerte creciendo dentro de tí.
El mayor sueño de su vida era tener un bebé. Adoraba a los niños y se sentía lista para la maternidad. Aunque no sabía cómo iba a reaccionar Aiden.
—No te preocupes. Mi hermano será un excelente padre. Ese niño solo incrementará el amor que existe entre ustedes. Pero primero lo primero. Ve a un hospital y realiza todos los exámenes necesarios. Después, le damos la noticia a tu chico.
—¿Me acompañarías a la consulta?
—Por supuesto —afirmó sonriente—. ¿He mencionado que eres mi cuñada favorita?
—No, sin embargo, esas palabras suenan perfectas en tu boca.
—Vamos a la cocina. Te prepararé una sopa de pollo al estilo MacQueen.
—Falta que me hace —comentó al escuchar el sonido que producían sus tripas.
ESTÁS LEYENDO
El reino del highlander
RomanceEscapando de una pésima ruptura, Aline Cox viaja a Escocia y se convierte en la propietaria de un viejo castillo abandonado. Lo que no sabe es que en el mausoleo habita un antiguo guerrero, preso de una maldición que lo obligó a permanecer confinado...