Después de cinco días fuera, Gordon regresaba a casa. Cuando entró a la cocina y encontró a su hermano cenando con aparente tranquilidad, supuso que las cosas habían salido bien; aunque no veía a Aline en el panorama.
—Perdona que interrumpa, Aid. Solo voy a servirme una copa de vino y me la llevo al despacho. Estoy agotado. Por cierto, a dónde fue Ali.
—No lo sé, Gordon. Ella y yo terminamos —respondió con una mirada agria.
—¡¿Cómo que terminaron?! —sus puños golpearon la mesa de una forma poco delicada, provocando un leve temblor en los cubiertos y platos —. ¿Puedes decirme qué carajos pasó para que terminaran?
—¿Por qué siento una pequeña pizca de reproche en tu tono? Ella me puso un enorme par de cuernos en la frente que no pasan ni por el portón de la entrada principal.
—Lo dudo. Esa mujer está enamorada de ti.
—¿Sí? Entonces por qué se revolcó con la rata de Alexander Parker —cuestionó perdiendo la paciencia.
—Esta historia no me cuadra. Vamos a hablar los dos con Aline. Quiero escuchar su versión de los hechos.
—No pienso hablarle de nuevo.
—Ahh, pero te juro por la diosa que tú vas a ir conmigo, Aiden MacQueen. Y no me retes. Sabes muy bien de lo que soy capaz —le advirtió—. Yo conduzco.
Ni siquiera conversaron durante el camino. Aiden estaba demasiado furioso con el mundo y Gordon iba absorto en sus pensamientos. No le gustaba ni un poco lo que pasaba con aquellos dos. Seguramente, la mosca muerta de Lisa había participado en el enredo.
—¿Por qué nos detenemos aquí? —señaló el Laird.
—Porque aunque tú le hayas dado una patada en el culo a esa chica, ella siempre tratará de permanecer cerca de ti. Baja —exigió con dureza.
El rostro de Aline lucía demacrado. Había pasado la noche llorando y sus ojos se hincharon a más no poder. Tampoco comió mucho. A duras penas logró terminarse un sándwich de queso y un vaso de jugo. No alquiló una habitación de hotel, sino que fue directamente al castillo del clan MacQueen. Allí comenzó todo. Las paredes de ese lugar estaban llenas de hermosos recuerdos que atesoraba con mucho cariño y que jamás olvidaría. Ok, era el momento de entablar una conversación con la rata de su exnovio. Sí, ese sería un buen comienzo. Agarró el bolso y las gafas de sol para cubrirse las ojeras.
—¿Ali? —su respiración se agitó. De repente, los pies no se movían. No le prestaba atención a la voz de Gordon, sino al hombre que tenía al frente.
Aiden la observaba con una mirada dura, sin la mínima amabilidad, y a pesar de su frustración, Aline lograba estremecerlo tan solo con su presencia. Ella era simplemente hermosa, aunque sus lindos ojos ámbar se notaban cansados y sus brazos se veían más flacos.
—Luces terrible. ¿Estás bien? —el mayor de los MacQueen la envolvió en un cálido abrazo de oso, pero ella aún no reaccionaba, su atención era para el Laird, al cien por ciento.
—Sí, supongo.
—Me enteré de que tú y mi hermano rompieron —volteó para observar a Aiden, haciendo un gesto de reprobación—. ¿Qué pasó? —inquirió con más delicadeza.
—Se trata de un error. Alexander, él vino con intrigas y chismes. Utilizó un dato de suma importancia y tergiversó la realidad a su conveniencia.
—Quieres decir que destapó tu fachada de inocente —intervino Aiden.
—¡Basta! ¡No seguiré escuchando tus mierdas! Compórtate como el tipo inteligente que eres y deja de acusar a tu pareja.
—¿Por qué la defiendes tanto, Gordon? ¿Acaso te la tiraste también?
—¡¿Cómo te atreves?! —el sonido de la cachetada que le dio hizo eco en el pasillo. Le había pegado con deseos, ya que realmente lo merecía—. Puedo aguantar muchos insultos, pero no admito que involucres a tu hermano en todo esto. Él es mi mejor amigo, el único que tengo aquí. Me largo ahora mismo, porque no tengo deseos de mirarte a la cara. Que te den, Aiden.
—¡Ali, regresa! ¡Ali, por favor! —cuando Gordon salió del castillo, ya la muchacha se alejaba en su auto.
Alexander iba a cantar mejor que Mariah Carey cuando grabó The Emancipation of Mimi, podía apostarlo. Conociendo al imbécil como lo hacía, dedujo que estaba hospedado en la pozada Shining flower, un lugar nuevo y glamuroso que se ajustaba a su personalidad de empresario arrogante y sofisticado. Se paseó por el local sin importarle las réplicas de la recepcionista.
—¡Alexander! ¡Alexander, hijo de perra, abre la puerta! —algunos de los clientes se asomaron en el pasillo, alarmados por el escándalo.
—Tranquila, cielo. Entra —la guió hacia dentro—, y discúlpennos por las molestias ocasionadas.
—¿Cómo conseguiste una copia de mis exámenes médicos?
—No te comprendo.
—Sí, sí me comprendes, a la perfección, y vas a decirme la identidad de los que están involucrados en esto.
—Aline, lamento profundamente los errores que cometí en el pasado y pienso pasarme el resto de mis días enmendando el daño que te ocasioné. Aprovechemos que te quité al cavernícola de encima y volvamos a Estados Unidos. No me importa que el bebé sea de otro. Llevará mis apellidos y será criado con todo el afecto del mundo. Además, se me ha ocurrido una excelente estrategia comercial. Quiero que te sumes a mi negocio y abramos una editorial donde se publiquen tus obras. Todo quedará entre nosotros...
—¡Para! Estás realmente loco. ¿Quién te dijo que yo deseo que me quites a Aiden de encima? Lo amo y estoy esperando a su hijo. Ah, tampoco creas que voy a sacarte del agujero negro en el que te metió aquella bailarina de cuarta categoría. Sí, me aseguré de actualizarme en el camino —afirmó al notar el cambio en su semblante—. Te conozco. Ese repentino interés en una reconciliación es una tapadera. La primicia en todos los sitios de Internet es que el famoso empresario Alexander Parker cayó en la bancarrota. Ahora, dejemos a un lado las estupideces y hablemos de esos papeles. ¿Quién te los proporcionó?
Alex pasó del silencio a la risa histérica. Parecía un maldito loco, alguien que había perdido la cabeza. Caminó dos pasos hacia el frente y en un santiamén agarró a Ali por el cuello.
—Tú no puedes dejarme. Nacimos para estar juntos y no voy a vivir en la miseria, ¿eh? —pasó la lengua por su mejilla—. Eres mía, Alinita.
Si Aline hubiese sido una mujer indefensa ese desgraciado habría hecho le que le diera la gana con su cuerpo, pero era Aline Cox Statham, la perra más dura de Maine. Gracias querido Aiden, por las valiosas lecciones, pensó antes de darle una patada entre las piernas y otra en el estómago que logró desestabilizarlo. Como si se tratara de una fiera, se sentó a horcajadas sobre él y comenzó a golpearlo.
—De una forma u otra me-darás- un-nombre.
—¡Ok, ok! No sigas, por favor —le imploró asustado—. Un tal Marcus Armstrong me contactó y dijo que me ayudaría a recuperarte, lo juro.
—Bien, Alex —encendió la grabadora de su celular—. Necesito que cuentes la verdad. ¿Lo harías por mí? —él asintió antes de confesar que durante esos tres meses no tuvo nada con Ali y que la criatura que venía en camino no era suya.
—Juro que no volveré a meterme con una chica embarazada —comentó limpiándose la sangre de la boca.
Paso uno superado. Con la grabación podría demostrarle a Aiden que no era una traidora, sin embargo, no le parecía suficiente. Tenía que saber qué tramaba el miserable de Armstrong.
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El reino del highlander
RomanceEscapando de una pésima ruptura, Aline Cox viaja a Escocia y se convierte en la propietaria de un viejo castillo abandonado. Lo que no sabe es que en el mausoleo habita un antiguo guerrero, preso de una maldición que lo obligó a permanecer confinado...