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Capítulo 25

TEMA MUSICAL
«LO QUE AYER ERA NORMAL»
(FONSECA)

Sin voltear hacia donde los médicos se ocupaban del ahora occiso, corrí sintiendo una especie de náuseas, sabía que no había sido buena idea apartarme de donde Clara y la doctora Monrroy se encontraban. Poco a poco fui recuperando la calma, pero me intrigaba el hecho de que aquel hombre hubiera muerto por causa del virus ¿No se suponía que había sido enviado al hospital por la herida de bala en la pierna?

Lo único que esperaba era que el sujeto no hubiera estado infectado mientras tuvieron cautiva a Odalis, pues eso al parecer podría complicar las cosas según lo que la doctora Monrroy había dicho un día antes.

Pese a que mi mente continuaba siendo un compendio de teorías, volví a donde la doctora Monrroy aún se encontraba, en un par de ocasiones pude notar que volteaba vigilando que nadie se acercara, parecía nerviosa. Para ese momento Clara se encontraba profundamente dormida.

Luego de un rato vi que la médico comenzaba a guardar sus cosas apresurada, pero olvidaba el tubo de ensayo con una de las muestras sobre el anaquel. Mientras esta se encontraba de espaldas, pude notar la llegada del despreciable director del hospital, quien salía de entre los pasillos indicando a varios de los médicos y enfermeras que se dirigieran a la sala de juntas.

—Doctora Ferreira, ¿a dónde con tanta prisa? —decía sarcástico acercándose a la médico.

—Mi turno terminó, debo irme —dijo dando rauda la media vuelta y protegiéndose la retaguardia con una cama contigua la cual se encontraba vacía.

—¿Ah sí?¿Y me podría explicar que experimentos hacía con esta mujer? —dijo el hombre.

—Le salvaba la vida —afirmó con seguridad.

—Interesante... —dijo el hombre tomando el tubo de ensayo que contenía la última muestra. —Para ser una simple pasante de medicina debo admitir que sabe mucho, ¿es esto plasma sanguíneo?¿o me equivoco? —cuestionó observando la sustancia a contra luz.

—Está usted en lo correcto —admitió.

—Y supongo que también sabe que este tratamiento aún no se encuentra autorizado, ¿verdad? —volvió a cuestionar el tipo.

—Tan lo sé, que estoy dispuesta a afrontar las consecuencias.

—No... pero si no crea que la voy a demandar, aquí nos podemos arreglar de otra forma para que esto no pase a oídos de las autoridades —dijo guardando la muestra en su bata y caminando  con las manos atrás.

—Prefiero ir a la cárcel que ser parte de sus sucios negocios —respondió la médico. El hombre soltó una carcajada.

—¡Ah que doctorcita!, creo que no me está entendiendo... deje de hacerse la difícil y no complique más su caso —dijo tomándola a la fuerza y sosteniéndola de ambos brazos.

—¡Déjeme en paz! —gritó tratando de zafarse.

En ese momento supe que no podía permitir que ese sujeto le hiciera daño a la mujer que me salvó la vida, así que sin meditarlo por un instante, salí de mi escondite y salté sobre la espalda del individuo enterrando mis garras con frenesí. El hombre gritó y al instante soltó a la médico quien de inmediato corrió a pedir ayuda.

El susodicho se retorcía intentando librarse de mí, manoteando y lanzando alaridos que alertaron a varios de los enfermos, algunos de los cuales se incorporaron observando la escena.

—Ahí está, quiso aprovecharse de mí, pueden comprobarlo en las cámaras —escuché la voz de la doctora Monrroy quien llegaba acompañada por dos guardias de seguridad.