SUEÑOS DE LIBERTAD: Hermandad

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Año 1494 a.C. (antes del Concilio)

Mounfel, Capital del reino de Heffelmaunt

Korian leía para el pequeño Kerevan su historia favorita sobre Valtimok, el cazador de nigromantes que había vivido hacía miles de años durante la infame edad oscura, los extraños ojos grises del niño de cuatro años estaban clavados en el libro que el nesh sostenía entre sus manos. Vílaris le había encargado distraer a su hijo mientras ella terminaba de leer la correspondencia que le acababa de llegar esa mañana, pero eso había sido hacía más de una hora atrás, y el cuento ya había terminado.

—¿Cuándo volverá papá? —le preguntó el niño con los humedecidos ojos fijos en él.

El pequeño era muy apegado a su padre, cuando Kev nació Ocox organizó la más extravagante y costosa fiesta hecha en el reino en el último siglo a la cual había asistido el mismísimo príncipe Togger quien, en ese entonces, contaba con catorce años. Korian recordó que aquella vez Togger había causado algunos problemas, era un jovencito bastante engreído y altanero, y en la última noche del festejo había obligado a dos vasallos de Ocox a batirse en un duelo con él, y uno de ellos perdió el ojo derecho.

Pronto, pequeño Kev —le contestó. Kerevan se lo quedó mirando fijamente, mientras los labios le empezaron a temblar y sus ojos se llenaban de lágrimas que claramente se esforzaba por retener. Korian empezó a limpiarle las lágrimas con los dedos—, no llores, mi señor, lord Ocox regresará pronto y jugarán en el patíbulo trasero, montarás tu pony e irás tras él con tu espada de madera.

Kerevan hizo un gesto de negación y agachó la cabeza; se limpió sus lágrimas él mismo y murmuró algo ininteligible.

—No le entendí, Kev —dijo Korian, meneándole los largos y castaños cabellos. El niño levantó su mirada, y la expresión de su rostro se había tornado en una mezcla entre amargura y tristeza, y tenía los ojos enrojecidos en torno a su iris gris.

—Sus ojos... no son grises —observó Kev—, ni los de mi madre, ni los de mi papá, ni...

—Nadie más mira con esos ojos —dijo Korian para pesar de Kerevan—, solamente usted, Kerevan el de los ojos grises. Eres un ser especial y único...

—¡No quiero ser único, quiero ser normal! —gritó el niño, y salió corriendo para encontrarse con los brazos de su madre quien acababa de entrar a la habitación de su hijo.

—Korian dice la verdad, mi cielo —repuso ella, tomándolo entre sus brazos—, eres muy especial. Tus ojos son grises como el color de la noche en que ganamos la guerra.

Ciertamente, Kerevan había nacido el día de la última batalla en el bosque de tinieblas; durante varios meses Groubler se había sumergido en una espesa niebla grisácea que lo hacía parecer muchísimo más denso de lo que era. Los soldados que sobrevivieron a las batallas finales de la guerra contaban que mientras estaban en Groubler creyeron que había regresado la edad oscura, pues allí hedía a muerte y a tierra mojada, y la luz del sol era escaza; tal y como se describían esos tiempos en los cuentos y las canciones.

Vílaris le susurró a su hijo algo al oído y el niño asintió y salió de su habitación.

—¿Qué le dijiste?

—Que el maestro Nieler lo espera en la biblioteca para estudiar historia —ella lo conocía más que nadie y sabía lo que le daba consuelo a su hijo. Korian sonrió y se sentó en el borde de la cama de Kev, y ella se sentó junto a él.

—¿No te preocupan sus ojos? —preguntó él—, nunca en la historia ha habido alguien así, no que se sepa; es muy extraño, Vil.

—Ya está todo preparado —le dijo ella, ignorando por completo su pregunta—, vendrán por Vaguor y por ti en un par de horas.

La Batalla de los MártiresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora