TIEMPO DE GUERRA: Héroes de guerra

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Mediados del 1456 a.C. (antes del Concilio)

Mounfel, Capital del reino de Heffelmaunt

Ellos ya sabían lo que estaban a punto de ver. No era solo porque los exploradores les habían avisado con varias horas de anticipo, tampoco porque bandadas de cuervos viajaban en grandes cantidades hacia el sur... era por el nauseabundo olor de la carne podrida. Hacía un par de días que se habían desviado del camino principal, y desde entonces no paraban de toparse con personas desplazadas que buscaban refugio al norte, lejos de la furia sureña y de la crueldad de la guerra. Había quienes viajaban en carretillas porque se encontraban demasiado malheridos como para caminar, otros iban con extremidades amputadas; pero lo que más les llamaba la atención era que entre aquel grupo de personas rara vez se encontraba alguna mujer. ¿Qué había pasado con la mayoría de las mujeres? Cuando los soldados cuestionaban esto a los desplazados estos miraban para otra parte y continuaban marchando hacia ninguna parte en sombrío silencio.

Habían recorrido ya un buen trecho desde que se cruzaron con el último pequeño grupo de desplazados cuando, finalmente, divisaron a lo lejos un poblado en ruinas, cubierto casi que completamente por cenizas. Kerevan apresuró la marcha de su caballo, con el rostro inexpresivo tan habitual en él; cuando estuvo lo suficiente cerca logró determinar algo que antes parecían extrañas formaciones negruzcas y amorfas.

—Son cuerpos carbonizados, muchos de ellos —le dijo a Lenark y Dilárida, los generales de su masivo ejército heffeliano.

Lenark bajó de su caballo y empezó a inspeccionar los cuerpos de cerca.

—Este era un niño, hermana —le dijo Lenark a Dilárida con pesar.

Dilárida era un poco más alta que su hermano, medía casi dos metros de altura y era ancha y fornida. Tenía el ojo tuerto cubierto por un trapo azul que llevaba enrollado en torno a la cabeza. Por su parte, Lenark era de piernas largas y de rostro señorial, muy al contrario que su hermana, la cual era más torso y el rostro era más bien hosco.

—No solo envían niños a pelear sus guerras, sino que también masacran a los nuestros —dijo Dilárida, empuñando sus enormes manos.

—Lo más duro de la guerra anterior fue tener que asesinar niños —le dijo Lenark al rey.

—¿Es más difícil matarlo o tenerlo de esclavo? —le preguntó Kev sin siquiera mirarlo a los ojos.

El capitán Revlard de la Ciudad-Estado de Shariakayk observó, disgustado, al rey Kerevan; claramente aquella interrogante no le había hecho ninguna gracia, pero no se atrevió a decir una sola palabra. A Kerevan eran muy pocos los que lo controvertían, pues el temor que había hacia su persona era tal que rara vez hacían contacto visual con él.

—No es común ver esclavos en Gerner, su majestad, no tenemos el estómago que tiene su gente.

Kerevan levantó la mirada para encontrarse con el ojo ámbar de ella, la observó durante largos segundos, pero Dilárida ni se inmutó.

—¿Mi gente? —Kerevan arqueó una ceja—. Los shariaks también son "mi gente", igual que los rengos de Gerner y que los coraicos de Zzhut.

No era para nadie un secreto que Dilárida era abiertamente independentista, pero había accedido a reconocer la soberanía de Kerevan y de Heffelmaunt considerando que la amenaza sureña era, a su modo de ver, un asunto mucho más urgente.

—No creo que sea el momento o el lugar más indicado para esto —le dijo Lenark a su hermana, tomándola de un brazo.

Kerevan continuó cabalgando, observando con atención el infernal espectáculo. Los soldados empezaron a revisar el interior de lo que quedaba de las casas que aún se mantenían en pie, y dentro no hallaban más que muerte y desolación.

La Batalla de los MártiresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora