LAS CADENAS DEL REY: Vramiayuk

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Año 1472 a.C. (antes del Concilio)

Orain, ciudad portuaria de Arkanat

Arkanait era la más oriental de las naciones sureñas y, por consiguiente, se hallaba flanqueada por la inmensa cordillera Nahjar; en lo más sureño de aquella nación se erigía imponente una orgullosa ciudad de comerciantes, pesqueros y guerreros, Orain, una de las más antiguas urbes creada por el hombre al sur del Camino Sagrado. Las calles de la ciudad serpenteaban de forma irregular entre millares de edificios hasta encontrarse en un mismo punto, el centro de la ciudad, el fuerte del alcalde Rufgler. Aquel fuerte se componía de un único e inmenso torreón del cual en su parte más alta se desprendían unas almenas en forma de enormes brazos rocosos. Frente a las inmensas puertas metálicas había una gran escalera de piedra blanca como la nieve que contaba con largos escalones que llevaban hacia la plaza de La Luz, nombrada así en honor a una orden que, varios miles de años atrás, había luchado contra los nigromantes durante los siglos que duró la infame Edad Oscura.

Sobre uno de los más altos escalones yacía Korian de pie, observando al millar de personas que se habían agrupado en la plaza para escuchar al afamado caballero de la libertad. Rufgler estaba parado algunos escalones más abajo, orgulloso de encontrarse bajo la sombra del gran Korian, un hombre que sin ser de alcurnia había logrado ganar su corazón con sus ideales.

—Mi historia la habrán escuchado cientos de veces —dijo Korian en un tono tan fuerte e imponente que era imposible no escucharlo e hipnotizarse con su voz—, la historia de un hombre que fue a la guerra con espada en mano, y terminó en el norte con cadenas en sus muñecas y el orgullo deshecho. ¡Catorce años he viajado de este a oeste desde que recuperé mi libertad! Desde las gélidas e intrigantes tierras de Shagat hasta acá, la rica y próspera nación de Arkanat, he deambulado alzando mi voz —Korian tenía el cabello y la barba recortados, llevaba ropas limpias y un aspecto impecable—. ¡Soy el emisario de la libertad!, soy quien habla por sus hermanos, esposos, hijos, amigos y vecinos que aún cargan cadenas en sus corroídas muñecas, que lejos de sus hogares son obligados a vivir como animales en almacenes y graneros. Hombres y mujeres de ojos cafés, azules y verdes viven sin vivir realmente, sometidos a la impía voluntad de seres desalmados...

<<¡Norteños! ¡Tarem! ¡Muerte a los norteños! ¡Muerte a los Tarem! ¡Libertad!>> exclamaba la multitud con ira incontenible. Antes de continuar, Korian esperó a que cesaran los gritos.

—¡Se los juro por el sur y por los Nesh! —gritaba Korian mientras se golpeaba el pecho con violencia—, ¡no descansaré hasta que todo el sur se una bajo un mismo estandarte, la bandera de la libertad! ¡VRAMIAYUUUUUUUK!

El grito de Korian estremeció a todos los presentes, quienes clamaron al unísono <<VRAMIAYUK, VRAMIAYUK, VRAMIAYUK...>>.

—Lord Korian, caballero y emisario de la libertad, Orain se ha unido a su causa, su pueblo está manifestando su voluntad a gritos —le dijo el alcalde Rufgler, quien se había ubicado a su lado. El alcalde se arrodilló frente a él, y antes de que todos hicieran lo propio, Korian también se arrodilló.

—Yo no soy un rey, y no pretendo ser uno —le dijo al alcalde, mirándolo fijamente a los grandes ojos cafés—. Levántate, lord Rufgler, que nuestro pueblo ya se ha arrodillado suficiente.

Ambos, tomándose de los hombros, se pusieron de pie y se estrecharon las manos mientras frente a ellos se levantaban quienes habían comenzado a arrodillarse; sin embargo, los gritos continuaban, y las palabras eran las mismas <<VRAMIAYUK, VRAMIAYUK...>>.

—Gracias, lord Korian —le dijo Rufgler con solemnidad—, gracias por compartir tu noble sueño con nosotros. Sé que un día marcharemos al norte, liberaremos a los nuestros y traeremos a esa escoria norteña encadenada hacia nuestras tierras.

La Batalla de los MártiresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora