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No sé qué pensar. Mi cabeza da mil vueltas en busca de una explicación, miró a Gastón esperando que dijera algo. Él sigue atento a su celular por lo que no parece importarle mis dudas de última hora. Suspiro profundo al darme cuenta que no debe haber más...

—Ya sé lo que estás pensando —dice mi amigo y vuelvo a mirarlo—. Nina es la madre de Ethan.

—¿Cómo es posible? —susurró—. Amigo, yo vi a Luna con la panza hasta los nueve meses —desparramo mi cabello en señal de frustración—. Es verdad que no estuve en Argentina el día que él nació pero... —me senté en el pasto verde al reflexionar en esos días—. Necesito hablar con Nina.

—No creo que puedas hacerlo ahora.

—¿Por qué? —le preguntó ante su negativa.

—¿No te acordas que día es hoy? —negué—. Hoy, hace veinte años que fallecieron sus padres —explicó y lo recordé—. Me escribió que esta en el cementerio.

—Decile que vaya a nuestro departamento...

—No creo que sea el mejor momento para hablar de esto —me interrumpió Gastón un poco inseguro.

—No voy a sacar el tema, sólo quiero que no esté sola —afirmé y él asintió sacando su celular del bolsillo para escribirle.

Fuimos juntos al departamento para esperarla. Hicimos una rica comida —pizzas caseras— cuando ella llegó. Mi amigo fue a abrir la puerta mientras yo ponía la mesa. La vi un poco más tensa al verme, supongo que él no le había comentado que yo también estaría.

—Tranquila, queríamos estar contigo cuando nos acordamos el día que es hoy —hable suave y vi que se llegó a tranquilizar—. Espero que te guste la pizza hecha por mis increíbles manos —ella sonrió.

—Que yo también ayude —habló entre dientes mi amigo porque lo deje de lado.

Ella se sentó, le serví una rica pizza en su plato cuando sonó un celular y nos quedamos quietos. Nina sacó su celular de la cartera que llevaba y sonrió al ver el contacto.

—Es Simón —aclaró—. Si me disculpan... Tengo que atender o no va a dejar de llamar —los dos asentimos y ella atendió—. Hola amigo... Si, estoy bien... No te preocupes, todo está bien. Estoy en el departamento de Gastón y Matteo, me invitaron —empezó a hablar—. ¿¡Qué!? —exclamó y nos sobresaltamos preocupados—. No puede hacer eso... Esta bien... No te preocupes, yo... Simón, por favor... Okey, yo te aviso... Si, está bien... Yo también te quiero, gracias por preocuparte... Adiós amigo... —y colgó.

—¿Está todo bien? —le preguntó Gastón y ella suspiró.

—Está todo más que bien —parecía que lo decía sarcástica y la verdad es que nunca la escuché hablar así.

—Nina, puedes confiar en nosotros —afirmé acercándome un poco a ella.

—Si necesitas hablar de cómo te sientes nosotros te escuchamos —alentó mi amigo con una sonrisa.

—¿Cómo me siento? —preguntó como reflexionando que decir a esa pregunta más para ella—. Ni siquiera yo sé como debo sentirme —abrió sus sentimientos mirando el plato de comida sobre la mesa—. Es decir, ¿qué se siente que tus padres hayan muerto cuando yo debí estar en su lugar?

—Tú no tuviste la culpa Nina —dije con la intención de que me mirará y lo logre—. Ese año miles de personas habían muerto.

—Está bien supongamos que yo no tuve la culpa pero... ¿Qué pasa con las personas que fui perdiendo después? —inquirió con los ojos llorosos—. Mora no podía ni verme a la cara y meses después se fue, ella sólo me dejó —habló con la voz quebrada—. A Eric lo terminé alejando yo porque cada vez me fui cerrando más —comentó y pude ver que mi amigo hacía un esfuerzo enorme por no decir nada al respecto—. Y, ¿qué hay de Simón? —nombrar al guitarrista hizo que toda mi atención volviera a ella—. Él siempre está llamando, todos los días y a toda hora para saber si su mejor amiga no ha intentado quitarse la vida de nuevo.

My First Real LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora