XXIII - "Pecados"

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"Araña prostituta"

—¡Oh, qué delicioso!

Estaba saltando encima suyo con fuerza, apretándolo con su interior mientras intentaba crear surcos en sus abdominales con aquellas uñas largas y finas propias de un ser mortífero y peligroso ente o lo que sea que ella fuera, a veces Shiro divagaba sobre la naturaleza de aquella mujer letal que actualmente le abrazaba como a su persona más querida sobre la faz de la tierra mientras sus ojos de negros irises y escleróticas inyectadas en la más pura sangre le devoraban como a la mas deseada de las meriendas; un postre después de la medianoche para aliviar los sinsabores del día. Así era como Shiro sabía muy bien que aquella dama de extensa cabellera pelirroja y blanquecina yukata reveladora no le veía como un humano, ni mucho menos un par, ella le veía como un gato salvaje a un hamster que nunca antes hubiese salido de su jaula.

—¡Quiero más, mucho más! —A veces no podía evitar pensar en lo mismo cuando la noche caía, cuando esa mujer de irresistible belleza e inagotable pasión era consumida por su naturaleza malévola y buscaba exprimirle la vida a través del sexo. A veces no podía evitar pensar... En el pasado.



En un día de invierno temible dónde seguía vagando en soledad por aquella tierra maldita erradicándola de esos seres demoníacos que solo veían al humano como su alimento y uno que otro malvivientes que solo respiraba para hacer daño, la noche había dejado caer su manto sobre él hacía un par de horas y gritos de auxilio se escuchaban en la espeluznante penumbra, era voces gruesas y algunas era ahogadas para luego callar permanentemente como si una gran cantidad de sangre estuviese bajando por sus gargantas abiertas en canal.

No estaba asustado en lo más mínimo, él no se dio la vuelta como muchos hombres (inteligentes, hay que decirlo) hubieran hecho en su lugar, pero eso no era lo que debía de esperarse de él teniendo la profesión que tenía ¿Verdad? Claro que no, por eso fue que se sirvió de aquellos gritos intensos que se iban desvaneciendo tras un estimado de quince segundos de intenso dolor pululando en las ondas sonoras de su horrorizada voz.

Lo que se encontró nunca antes lo hubiese imaginado, era algo fuera de lo normal por supuesto, aunque aún siendo una situación atípica ver lo que yacía en el centro de aquella aldea tan amena a la que regresaba por un asunto importante para él también lo hizo sentirse aterrado. Esa vista de aquella silueta brillando por una gigantesca hoguera ardiendo y elevando sus llamas cálidas por encima de las casa era...

—¡Oh, esto es tan bueno!

Hubo una vez en la que estuvo en un aprieto enorme, casi había muerto. Sino fuera porque decidió lanzar su cuerpo herido por un río extenso con una marea arrolladora mientras luchaba contra un grupo de Onis que lo terminaron acorralando para hacerlo su cena. Cuando Shiro estuvo en el agua y sintió su cuerpo hundirse y emerger por aquellas aguas bravas sintió que finalmente se había topado con el fin de todo y que lo había hecho siendo consciente que trajo más bien que mal al mundo; un destello de pequeña paz llegó a él en lo que pensó serían sus últimos momentos en la tierra. Luego todo se oscureció y una figura hermosa brilló en contraste con el sol.

"... ¿Un ángel?"

"¡Qué alegría, los dioses han escuchado mis plegarias!"

Shiro se pensó a primera instancia que sería la hora de su muerte y después de una pestañeada (realmente horas y horas de inconsciencia) se hallaba siendo abrazado por aquella mujer de mejillas rosaceas y largo cabello rojizo cuyos ojos eran del mismo color del cielo en sus mejores días. Era ella quien había sacado su cuerpo del rio tras haberse atascado en unas rocas y sin esperar a llegar al pueblo buscó a toda cosas coser aquellos tajos que le habían dejado los Onis como recuerdo antes de vendarlos como mejor podía.

Fictober [Fratt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora