XI - "Ojos"

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"Ventanas rotas de un alma extinta"

Acababa de despertar y sentía que cada fibra de su ser se retorcía del frío, sentía sus nervios ir al límite, tanto así que sentía que las pequeñas venas en sus encías habían congelado de la manera más dolorosa posible. Era como si sus dientes lucharan por salírsele mientras el frío se comía sus dedos, aunque tampoco podía decir mucho por su pene o sus orejas; dentro de muy poco estas partes de su cuerpo se tornarían negras y ese sería su fin.

Dios, hacía tanto frío y nadie estaba cerca de él además de los malditos copos de nieve cayendo en piernas y aquel jodido psicópata esperando en silencio a sus espaldas mientras le inspeccionaba con un vaso de su tequila de celebración en la mano derecha, una mano que (según suponía) estaría vendada. No se puede romper una ventana en seco y salir sin ninguna cortada.

De repente, de una forma que no muchas veces ocurría, una cólera ciega lo embargó y le hizo fritar furiosamente en medio de la ventisca sabiendo premeditadamente que su captor no era tan estúpido como para retenerlo en un lugar cerca de alguna persona. Pero no podía evitarlo, estaba en desventaja y rogar por un milagro era lo único que quedaba. 

—¡AYUDA, AYUDA!

—¡AYUDA, ESTE HOMBRE SE MUERE! —no le quedó mas opción que girar con mucha dificultad su encadenado cuello en dirección a aquel hombre que había abandonado su puesto de perro guardián para gritar a la mismísima nada blanca de la montaña, cuando finalmente se detuvo le observó con una sonrisa que si no fuera por lo mucho que ya temblaba su cuerpo desnudo dejado a la intemperie le hubiera sacudido más que un maldito terremoto: Era el castigador —¿Por qué te detienes? Deseas que te ayuden ¿No es cierto? ¡Vamos, no te contengas!

Tenía razón, su mano estaba bien vendada. Ese tipo no era de descuidos... o por lo menos no muchos ¡Mierda!

—¡¿Qué c-c-coño haces aquí?!

—¿Acaso un hombre trabajador no puede vacacionar en Alaska? Tú mejor que nadie debería entenderlo, llevas aquí un mes entero. —No había pista de ni una sola alma a kilómetros y si necesitaba viajar al pueblo más cercano le costaría un viaje de dos horas en auto, ni aun estando en buenas condiciones lograría un avance significativo para su supervivencia; sin quererlo terminó por cavar su propia tumba. Seguía haciendo tanto frío y su lengua estaba tan cerca como su garganta magullada por los gritos que solo consiguieron una nada tan hueca como la que le rodeaba. —Ven conmigo, tengamos una pequeña conversación. No quiero que te mueras de hipotermia, te podrás morir de muchas cosas, pero de eso no.

Frank Castle tomó el espaldar de la silla de madera en la que estaba y lo arrastró nuevamente a la cabaña, era una buena construcción, su padre se la había dejado y ahora la alfombra estaba llena de sangre y su carísima mesa de caoba estaba manchada de aceite para armas y un aparente almacén de estas sobre ella.

La chimenea estaba encendida y Frank le colocó demasiado cerca de ella, si sus manos estuviesen atadas con cuerdas convencionales podría soltarse con facilidad e intentar... lo que sea, pero eran cadenas y solo conseguía que sus uñas se quemaran al igual que sus dedos, si pasaba el suficiente tiempo el metal de las cadenas conduciría el calor y pronto sus antebrazos estarían más cerca del infierno que cualquier otra parte de su cuerpo: Esta sería una muy larga noche, su última noche en ese mundo. La mirada tranquila del asesino numero uno del país era el único sello de verificación que necesitaba para saberlo.

—¿Qué quieres? 

—Yo no quiero nada, no soy un maldito delincuente. —Asintió varias veces ante eso tratando de ver que podría servirle y que estuviera a corto alcance, pero otra vez: Nada, la suerte no estaba de su lado de ningún modo. —Solo soy un hombre sencillo con un pasatiempo sencillo, no es nada complicado.

Fictober [Fratt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora