9. Atardecer

12 0 0
                                    

Daban ya las 7 pm. Tomaba el metro para regresar a casa luego de un largo examen de cálculo vectorial. Por suerte fui de los primeros en abandonar el aula de clases, y no por haber estudiado y respondido todo perfectamente, sino por el maldito clima que se avecina cada día. Aun el sol estaba dando su máximo, miraba las calles a través de esa ventana polarizada, la gente caminaba tranquilamente, no tenían prisa alguna, se percibía un ambiente bastante limpio y cálido.

-Disculpa, ¿Cuántas estaciones tengo que esperar para llegar a Hollow Hills?-se acercó a preguntarme una mujer de mediana edad.

-Es la que sigue, señorita-dije con seguridad.

Yo vivía en una de las zonas más privilegiadas de la ciudad. Mis padres me tenían estudiando fuera, vivía en un apartamento no muy pequeño, tampoco grande.

-Gracias, jovencito.

-No hay de que.

Unos cuantos minutos y estaría en la estación 32. No me gustaba tomar asiento cuando iba en el metro, me gustaba poner atención a los paisajes de la ciudad, y estar sentado solo me haría caerme de sueño luego de estar despierto desde las 5 am. La bocina; "estación 32, baje con cuidado"

Oh bello atardecer. Pocas nubes grises para agregarle nostalgia a ese paisaje alegre. Lo hacía más real, más humano, un lado alegre y otro triste. Me dispuse a salir de la estación, aún tenía que caminar unos 15 minutos más. El sol seguía siendo el rey de la tarde, y las nubes sus fieles acompañantes. Crucé la calle, bastante transitada diría yo, pero claro, la gente estaba tranquila.

Una avenida larga, llena de pequeños comercios, en su mayoría restaurantes y cafeterías, llena de familias y parejas pasando el rato sin problema alguno. Yo caminaba directo a casa, un poco apresurado, no podía esperar a resguardarme de la lluvia que se venía en camino. La noche sería difícil, y necesitaba prepararme para ella. El sol todavía me acompañaba en mi trayecto, y las moscosas empezaban a dar sus primeros recorridos. Por cierto, una moscosa es la mutación de una mosca con un mosquito, es tan grande como ella, pero tan letal como un mosquito. Una de ellas me mordió hace dos meses y pasé dos semanas en cama, fue una semana extraña, no quisiera hablar de eso ahorita.

Ya estoy en el restaurante italiano de la esquina, estoy cerca. La lluvia comienza y no traía nada sólido para cubrirme. Tenía que apresurarme. Venía escuchando "I Won't Give In", de "Asking Alexandria", tenía el volumen de los auriculares al tope. Me motivaba a seguir despierto y a correr aún más rápido. El olor a tierra quemada empezaba a llegar a mi nariz, ya no había gente fuera, en ningún sitio, al parecer ya conocían las consecuencias de la lluvia, una lluvia ácida. Todos los establecimientos me miraban con asombro, al ver una figura vestida con sudadera negra, pantalones negros y zapatillas de skate, negras también, corriendo antes que resguardarse de la lluvia. Pero yo no lo entendía, me había pasado antes, ¿pero la lluvia acida?, esto era nuevo para mí.

He llegado al bar de la otra esquina, ya casi, estaba tan cerca. El tráfico era excesivo, no respetaban las luces rojas, ni los lineamientos, ni siquiera los pasos peatonales. La gente estaba hecha un desastre, la tranquilidad se había ido, no podía quedarme atrás. Un choque. ¡Es mi oportunidad! Cruce entre el mundo de autos, salté aquellos involucrados en el accidente, estaba en medio de la avenida, me faltaba cruzar el carril contrario. Demonios, mi sudadera estaba descosiéndose ya, mis zapatillas decolorándose, espera... es cloro. El cielo era amarillento, ¿cómo se le ocurrió a alguien algo tan descabellado?, no podía entenderlo.

Otro accidente, este más fuerte que el anterior, ya hay alguien herido. Es como si el mismo atardecer estuviese tratando de matarnos. Mi ropa estaba más desgastada ya, debía darme prisa. Una sorpresa más, sobre la acera las moscosas venían en conjunto hacia mí, parecían una nube de humo negro con mucha agresividad. No tuve ninguna opción, corrí a través de ellas, asumiendo el riesgo de contraer de nuevo la enfermedad y tener que ir a una iglesia a que me curasen. No importa, me mataría igual la lluvia ácida, no había mucho que arriesgar.

PesadillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora