Capítulo 3

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El viento corre y se ve volar una parvada de gaviotas blancas, digiriéndose al sur por el invierno. El cielo estaba totalmente claro y el pueblo se veía con vida, con humo saliendo de las chimeneas. Por alguna razón me sentí tranquila. Esas imágenes posiblemente habían sido solo una pesadilla.

Me dispuse a bajar, y cuando estaba a unos cuantos metros del suelo, bajé de un salto. Luego recogí el cántaro que había tirado por salvar al polluelo y lo cargué de nuevo para bajar del cerro y dirigirme hacia el río.

Mi aldea está ubicada en el medio de un bosque rodeado por una serie de barrancos y una cascada como nuestra fuente de vida. Un lugar oculto, lejos de la guerra que amenaza a este país. Pero siendo un lugar aparentemente tranquilo, no falta mencionar el estúpido racismo vigente de este pueblo, que me tiene con la cabeza abajo para salvar mi vida.

Se cuenta una anécdota que data de hace algún tiempo, que misteriosas luces azules llegaron a verse en el cielo claro de este sitio y que de pronto, varios grupos de personas con rasgos distintos a los humanos llegaron a instalarse en esta región. Sin embargo, los humanos no toleraron aquellos ojos de colores vivos ni las orejas algo puntiagudas y se inició una matanza a todo aquel con ojos distintos a los ojos color café. Hoy en día quedan muy pocas personas con rasgos distintos a los humanos, como es mi caso. Y es por esa razón que vivo apartada del pueblo, obligada a no entrar al pueblo y mucho menos, tener contacto con algún humano.

Salto los riachuelos y esquivo la maleza. El camino dobla y me encuentro a la lateral de la cascada, sintiendo la brisa fría en mis mejillas. Observo que nadie estuviera a mi alrededor y escalo por la pared de roca a mi lado izquierdo para poder tener acceso al río.

Llego a la cima y suspiré, limpiando el sudor de mi frente con el dorso de mi mano. Tomo el cántaro y camino unos metros, me arrodillo en la orilla y coloco la boca del cántaro contra corriente para llenar el recipiente. Saco el cántaro del agua y lo arrastro hacia mí.

Tenía mucho bochorno y al ser más de medio día, se sentía un calor tremendo y abrasador, tomando en cuenta que estábamos a inicios del invierno. Giro la cabeza a la derecha y veo el límite del río, donde una roca gigante cortaba el agua en dos para dar inicio a la cascada, y un camino de piedras separadas que guiaban hasta la gran roca. Me levanté con curiosidad y sonreí al planear una locura. ¿Qué se sentiría si...?

Dejo a un lado el cántaro y atraída por mi maniática idea, camino por la orilla hasta estar frente al camino de rocas. Salto una por una y llego a la roca que cortaba el río. Me asomé y veo la caída de la cascada, sintiendo como mi cuerpo temblaba de emoción y éxtasis. Respiré profundo y solo así, salté.

El viento iba en contra mía y hacia volar mi falda, la blusa y mi cabellera. Alcé mis brazos y dejé que mis gritos y las risas con combinación de locura y emoción fueran ahogándose con el fuerte ruido del golpeteo del agua. En ese momento me sentí libre. Plenamente viva.

Caí con un limpio chapuzón, dejándome hundir varios metros. Abrí los ojos y nadé hacia la superficie, procurando alejarme de la caída de la cascada. El agua era fresca y cristalina ahí, y por un momento llegué a pensar en no volver a salir de ahí jamás. Pero yo respiraba aire, no era un pez.

Salí y di una bocanada de aire. Lo había logrado, había salido viva de esa loca idea. Empecé a reírme sola y chapoteé un rato, sintiendo mi cuerpo aún con adrenalina.

Después de nadar un rato, alcancé a ver una canoa amarrada con una larga cuerda, un tanto lejos de la orilla. Así que nadé hasta ella y subí a la canoa. Me recosté y cerré los ojos. La corriente mecía ligeramente la canoa. Luego, todo se volvió oscuro...

SELLADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora