🛡CAPÍTULO II🛡

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Capítulo Dos

Una de las cosas que debíamos hacer tres o cuatro veces por semana era ir al psicólogo asignado a nuestro grupo. Sí, al psicólogo. A veces me sentía como una rata de laboratorio a la que ellas alimentaban, le daban vitaminas y luego intentaban lavarle el cerebro.

<<No sentir, no expresarse, no quejarse.>>

Esa era una de las características frases que podía oír en mi estado de inconsciencia, después que la mujer me diese una pastilla mitad amarilla mitad verdad.

Otra era, <<Ser más fuerte, no tener lástima por nadie. Sólo destruir al enemigo.>>

Debo admitir que esa última era la que más me perturbaba. ¿Destruir? ¿No tener lástima? Sinceramente no entendía nada. Sabía que debíamos pelear, pero de ahí a destruir el paso era de la orilla de un barranco al otro extremo.

Sigo ensimismada en mis pensamientos en tanto camino por el pasillo, me plateo la idea de dar una vuelta para atrasar mi llegada a la habitación, la cual comparto con Milena y Josey, otra compañera con la cual compartimos el físico escuálido.

Me detengo en seco cuando mis ojos reconocen a Mia y su grupo de secuaces acorralando a otra chica no muy diferente a mí, pero que deseguro debe tener la misma edad que ellas.
Congelada en mi lugar observo como se burlan de la joven trigueña y hacen ademán de querer golpearla, cuando la chica manifiesta el miedo que le producen esas abusivas, éstas ríen como si se tratase de lo más divertido del mundo.

Tengo que salir que aquí.

En tanto reacciono a esa idea afirmativamente, le doy una última mirada al espectáculo frente a mí sintiendo la impotencia correr por mis venas. Cuando los ojos negros de Mia se cruzan con los míos y en sus labios se forma una sonrisa maliciosa, sé que es hora de correr.

Y eso hago.

Corro como si no hubiese un mañana, sin importar el dolor en mis huesos y la sensación de estar asfixiándome.
Al percibir los pasos no muy lejos de mí, me veo obligada a entrar por la primera puerta que veo, sin detenerme a meditar a quién pertenecerá la habitación. Casi al instante el olor a loción me abarca y una voz imponente y mandataria se filtra en mis oídos dejándome paralizada.

Por un demonio, esto no me puede estar pasando a mí.

Inhalo y exhalo con la intención de mantener la calma. Sabía donde me encontraba y quien era la que se encontraba hablando por teléfono, por eso mismo necesitaba salir de aquí lo más rápido que me fuese posible.

Puedes hacerlo, Sharon, sólo sal por donde entraste y todo saldrá bien.

Me doy ánimo a mí misma y empiezo a dar pasos en retroceso, pero la voz de Margot Dallas me impide seguir.

—Estamos perdiendo el tiempo, Anthonael. —expresa. —Ya han pasado muchos años en los que ellas no muestran mejorías. No son como las demás, sólo son perdidas.

Contengo la respiración dolorosamente, pues no hace falta ser un genio para saber de quién o quiénes está hablando.

—No entiendo porqué Raymond sigue ensimismado en mantener a esas chicas. —hace una pausa que me permite respirar pesadamente. —Ya eliminó a los chicos escuálidos, no es mucha la diferencia. —sin ser consciente de lo que hago, doy un paso hacia adelante al oírla. ¿Chicos? ¿Dijo chicos? —Como sea, mi decisión ya está tomada. Encargate de decirle a Muller.

Ahogo un chillido al ser consciente de todo. La mujer de porte elegante e intimidante pretende matarnos. Sabía que algo en algún momento iba a pasar con nosotras, tenía en cuenta cuales eran sus planes pero nunca imaginé que serían tan siniestros. Creí estúpidamente que nos dejarían ir porque no les servíamos, que nos dejarían vivir como campesinas o que sé yo. Pero no, ellas van a matarnos.

PROYECTO ARES.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora