stormed

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stormed

—La vista es maravillosa —murmuré, con la frente pegada a la ventana del tren.

Las montañas de la Cordillera de los Andes llenaban mi visión, con laderas en tonos de verdes y marrones, y picos que a veces ni siquiera llegaba a ver. Algunas nubes pequeñas ocultaban partes del cielo estrellado mientras nos adentrábamos cada vez más en el continente sudamericano.

— ¿Acaso vale todo lo que me hiciste pagar?

Rodé los ojos y me giré hacia Nico, quien sonreía a mi lado.

—Tienes que dejar de bromear sobre el dinero. Los chicos van a pensar que en serio te importa —Él se encogió de hombros y pasó una mano por su cabello, una característica suya que me fascinaba. Pasé mi mano por su brazo y tiré de él hacia mí—. Ven, recuéstate sobre mí. Así podemos ver los dos.

—Puedo ver desde mi asiento —comentó, moviéndose hasta quedar sobre mi pecho de todas formas—, aunque la vista es mejor si estoy recostado sobre tus tetas —añadió en voz baja.

—Nico, basta. Percy está sentado dos asientos para atrás.

—Sí, claro —contestó, con su cabeza de costado, su mejilla sobre mi camiseta, y sus ojos en las montañas—, pero seguro está durmiendo. Además le da igual.

—No estoy tan segura.

Comencé a pasar mis manos por su cabello, desenredándolo. Lo vi cerrar sus ojos ante el contacto, con una sonrisa pequeña en sus labios. Una igual se formó en el mío.

Está un poco largo, ¿no? Deberías recortarlo.

Mi mirada estaba nuevamente atravesando la ventana cuando lo sentí bufar en mis brazos.

Déjalo así.

Lo acaricié por unos minutos más y eventualmente se durmió en mis brazos. Sus ojos se mantuvieron cerrados hasta que un trueno resonó en las laderas que nos encerraban, multiplicándose el sonido de la tormenta. El chico se removió entre mis brazos, abriendo los ojos enseguida y retomando su posición a mi lado, atento.

— ¿Qué fue eso?

Dejé de mirarlo para girarme hacia la ventana. Como por arte de magia, el cielo previamente despejado se había cubierto por completo de nubes grises amenazadoras. Las montañas enormes en todas las direcciones y la falta de iluminación (y existencia) de ciudades en cincuenta kilómetros a la redonda comenzaron a resultar menos encantadoras. A lo lejos, el cielo se iluminaba cada varios segundos mientras la corriente eléctrica de un rayo era transportada hasta la superficie de la tierra. El trueno que lo seguía parecía hacer temblar al tren entero.

—Estaba despejado, ¿no? —pregunté, girándome hacia Nico.

Él debió de sentir la repentina preocupación y el estado de alerta en el cual se había sumido mi mente, porque estiró su mano hasta tomar la mía y le dio un apretón mientras asentía.

—Sí, pero no hay nada de qué preocuparse, nena. Seguro los rayos prefieren caer en las montañas, ¿no? Están más altas que nosotros.

Apenas terminó de decirlo, las cabinas levemente iluminadas del tren se iluminaron al caer un rayo apenas a unos cientos de metros detrás de mí. No pude verlo, pero la mirada de Nico me daba toda la información que necesitaba. Tragué saliva mientras me sentaba más cerca de su cuerpo y buscaba que me abrazara. Podía sentir las voces de los chicos atrás, comentando con sorpresa e intentando tranquilizar a Meg, a quien no le fascinaban los fenómenos electrostáticos del cielo.

—Todo iba demasiado bien, ¿no? —murmuré, recordando los últimos días.

Habíamos tomado un autobús para cruzar la frontera. De alguna forma llegamos a la capital peruana. Allí, luego de darle vueltas y vueltas a la moneda, sin encontrar ninguna pista, Leo sugirió que utilizáramos su brújula.

how we lived;; di angelo [ES]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora