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La fuerza requerida para romper un hueso varía en la salud y edad de la víctima; un bebé resiste mucho menos que un adulto, pero de nada sirve que me ponga a recordar el peso requerido ni si es mejor hacer presión y torcer, pues en un demonio es completamente diferente y estoy agradecido por ello.

Mis manos se encuentran alrededor del cuello de Kageyama, con mis piernas bloqueo el movimiento de las suyas y el peso de mi cuerpo es suficiente para mantenerle contra el suelo, sin embargo no puedo hacer nada con los alaridos que suelta. Su voz no suena como siempre, está distorsionada por la rabia y la forma demoniaca que no permito que surja gracias a las esposas alrededor de mis muñecas.

El intenso azul de su mirada no se opaca bajo el brillo azulino, simplemente lucen como algo fuera de este mundo. Un regalo de los cielos.

— ¡¿En qué estabas pensando, cabrón?! —Bokuto mantiene tras de él al ángel, no porque sea su deber, solo lo hace porque se siente responsable— ¡¿Acaso te has vuelto loco?!

— Kageyama, debes de mantener la calma —lanza un mordida, sus caninos han crecido lo suficiente como para poder desgarrar la piel—. No muerdas.

— ¡Kuro, te estoy hablando!

— Vete a comer, voy a estar bien ¿de acuerdo? —lo volteo a ver, su expresión es digna de poner en cuadro— Ve, ahora.

— ¿Seguro qué vas a estar bien?

Asiento en respuesta, volviendo toda mi atención a Kageyama, es impresionante lo mucho que sus colmillos han crecido, pero yo tengo la ventaja. Sin soltarle del cuello, comienzo a ponerme de pie y al lograrlo, tiro de él y a ciegas nos guio lejos de los demás, no tanto pues las patadas de mi dulce demonio no son nada débiles y vaya que tiene una gran determinación.

¿Por qué? ¿Qué es verdad de todo lo que yo vi? Sin duda Kageyama ha visto la verdad de su vida pasada, pero ¿Qué he visto yo? ¿Una ilusión?

¿Por qué si quiera alguien me pondría una maldita ilusión? Es estúpido.

Sujeto contra el grueso tronco de un árbol el cuerpo de Kageyama, usando el mío para aprisionarlo e impidiendo de estar forma que huya o caiga. Suelto por fin su cuello y como era de esperarse, el cabroncito no duda en lanzarse contra el mío, mordiéndome con fuerza y perforando tanto la piel como los músculos. Siseo entre dientes, quiero responder aquella acción con un golpe, mi instinto grita porque haga eso, pero lo único que hago es pasar mis manos tras mi cabeza y sostenerle cerca.

Está asustado, alarmado.

Sé lo que siente porque cuando yo vi a la hija de perra, también me descontrole en aquel entonces y cuando desperté, odie el sentimiento de no saber qué había pasado.

— Kageyama —digo su nombre lentamente, mi lengua danzando su pronunciación—, debes de calmarte —lloriquea y gruñe, dando un tirón fuerte a mi carne—. Hey, el ángel malo no te hará nada. No se lo voy a permitir —sonrío, girando un poco el rostro para acariciar mi nariz contra su cabello—, vamos, déjame ver tu malhumorado rostro.

— Chiera la bocha —sus palabras me hacen soltar una risa baja, pero poco a poco deja de morderme, sus brazos pasan a sostenerse de mis hombros y sus piernas rodean mis caderas.

— Buen niño.

— Quiero matarla —hago una mueca ante eso; claro que yo también quisiera, pero recordándole un poco sé que no es el chico que mataría por algo así—. Destrozarla. Quiero romperle el maldito cuello —gruñe sus palabras contra mi cuello, lamiendo la zona que ha herido—, voy a saltar sobre el charco de sangre que pienso hacer de ella cuando...

El Demonio PerfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora