Las pruebas de los Reyes Dragón, la prueba de Ashe Zu Azhe

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La melancolía invadía el alma de Felipe, y aunque este no dejaba traslucir aquellos sentimientos, el grupo se daba cuenta que el semi elfo no se encontraba realmente bien: se había apartado del grupo numerosas veces y en otras ocasiones se quedaba mirando hacia el poniente, como  rememorando un días más alegres.

— ¿Qué ocurre? — la voz de Dhía interrumpía el silencio del paraje al cual Felipe se había retirado.

— Nada — aseguró el muchacho limpiándose una lágrima — revisaba que todo vaya bien mientras avanzamos.

— ¿Sabes que te necesitaremos en tus cinco sentidos, verdad? —El hada hablaba de un tema sobre el cual no quería realmente hablar.

— Cuando enfrentemos a nuestros enemigos me aseguraré de estar listo — fue la respuesta de Felipe, quien percibía que sus compañeros se daban cuenta de la situación.

— A veces es bueno desahogarse — tomando valor, Dhía había retomado la palabra — un hombro amistoso es algo que…

— No necito un hombro amigo — Felipe cortó bruscamente a Dhía — lo que yo necesito es a…— el muchacho se dio cuenta que no podía terminar la frase.

— ¿A Nathy? — Dhía completó la frase temerosamente a tiempo que Felipe la veía furioso— Nuestro amor no siempre se ve correspondido por el ser que amamos — el hada completó su frase con un tono melancólico, al tiempo que sus ojos se llenaban de lágrimas, quizá pensando en quien ella amaba.

— No necito tus consejos — Felipe interrumpió cortante —Quiero estar solo… ¿es tan difícil de entender? — ante sus palabras Dhía se retiró aún más triste que antes, desde que Nathy había escogido a Yin ella había intentado acercarse a Felipe en varias ocasiones para calmar el dolor del semi elfo, y en todas ellas Felipe la había alejado tan bruscamente como en aquella ocasión.

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En cuanto el grupo entró en la sala de lo grandes reyes dragón,  sin más preámbulo, uno de los reyes, ataviado con una imponente armadura, tomó la palabra.

—  Yo soy Ashe Zu Azhe — rugió el dragón — soy el señor de la guerra, por mi venas corre el espíritu combativo de mi raza, mía es la ira, la conquista y la gloria de la batalla, mío es el orgullo de mi pueblo y mía es la responsabilidad de protegerlo. Escuchen, entonces, mi canto.

Dos posibles portadores deben enfrentarse

Para justa lid deberán preparare

El orbe que uno a su lado mantiene

Y la espada que la otra sostiene

Verán sus destinos encontrados

Pues tras la batalla ambos serán entregados

A quien la lid haya vencido

Y así con la luz sea portador ungido.

— Quiere decir que Linwëlin posee la espada en la cual se hallaba cautivo el símbolo de la luz y que debemos enfrentar a la elfa para quitarle la espada o perder el orbe en el intento y, por ende, perder definitivamente la guerra. — Resumió Semth.

— Es como lo dices joven elfo —  respondió Ashe Zu Azhe — sin embargo, jóvenes aventureros, no deben preocuparse de enfrentar a un ejército entero,  pues nosotros nos encargaremos que la batalla se realice con justicia.

Tras ello, un poco más confiados, fueron enviados hacia la locación que los dragones habían indicado.

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— ¡Felipe! — el grito de Nathy sacó al muchacho de sus pensamientos, preocupado por el tono de voz del hada, el muchacho se apresuro a darles alcance.

Nathalie y los Portadores de los ElementosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora