Capítulo 21

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Podía escuchar como la niña lloraba desconsolada, asustada por él. No quería perderla, y sin embargo parecía que era eso lo que iba a pasar.

Después de todo, no era fácil escapar de un ejército entero de Humanos, quienes buscaban a los últimos Cambiaformas para usarlos como sirvientes. Para quedarse con su sangre.

—Drista—. Dijo débilmente, murmurando, aprovechando que ella tenía su cabeza recostada en el regazo. La herida de su abdomen sangraba a borbotones. Pero sabía que se estaba curando, puesto que podía sentir como su piel se volvía a unir. También sabía que no estaría sano a tiempo.

Oigan, prueben esto—. Dijo uno de los Humanos, más específicamente el que le había apuñalado. Estaba lamiendo la daga empapada de líquido carmesí.

¡Es deliciosa!—. Exclamó en respuesta una mujer, quien trataba de apoderarse del arma luego de probar unas cuantas gotas. Un par de hombres mas se unieron a la bola, tratando de quedarse con la valiosa sangre. La pequeña de cabellos rubios cenizos apartó la vista, y como no hacerlo. Él sabía que a ella le desagradaba mucho la idea de que los Humanos se pelearan por su sangre, así que acarició sus mejillas en un intento de calmarla.

¡Basta, ineptos!—. Todos se detuvieron cuando escucharon la demandante voz del cabecilla del escuadrón, gritando furioso al ver lo incompetentes que eran. —¡Recuerden que esa sangre no es para ustedes! ¡El Rey está en busca de nuevos sirvientes y estos niños serán para él!

Oh, vamos. ¿No podemos al menos quedarnos a la niña?

¡La niña es la más valiosa! Su cuerpo aún es virgen. Nadie a bebido de su sangre aún. El niño ya ha sido utilizado. Sin embargo, todavía es joven, y servirá igual. Saben que el Rey Pew Die Pie no tiene preferencias.

El joven se aferró a la ropa de su hermanita y la jaló con suavidad, haciendo que volteara la mirada hacia él. Ella hizo caso al jalón, empalideciendo en cuanto decifró las palabras implícitas en esa mirada.

Trataba de decirle, por medio de sus ojos esmeraldas, apenas visibles a través de los orificios de su máscara, que era el final. Que por fin los habían atrapado. Pero también quería decirle que no tuviera miedo. Era una mirada de desesperanza, pero también de consuelo.

Muy bien, ya está. Atrápenlos. Finalizó el cabecilla, harto de sus compañeros. Y más les vale apurarse, que no tenemos todo el día.

Drista empezó a respirar agitadamente, llorando a cántaros, aterrada de lo que pasaría después.

Oh, pobre de su hermanita. Aquella a la que él había criado. A la que había regalado la sangre de sus venas cuando ya no podía más con la sed o el hambre. A la que había entrenado. A la que había devuelto las risas cuando estaba por rendirse.

Pero vio como ella secó sus lágrimas escarlatas con las mangas de su blusa blanca favorita, manchándola. Y pensar en la cantidad de veces que ella hizo berrinches cada vez que le pasaba algo a esa prenda. Observó como ella miraba a los agresores con el ceño fruncido y sintió como puso su cuerpo sobre el suyo, gruñendo como si se tratara de una lobo protegiendo a sus cachorros. En su cabeza, lo único en lo que podía pensar, eran innumerables "no".

 En su cabeza, lo único en lo que podía pensar, eran innumerables "no"

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Betrayed | CANCELADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora