Dinámica «Citas en el café» (Secta Géiser)

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«Mientras puedas mirar al cielo sin temor, sabrás que eres puro por dentro y que, pase lo que pase, volverás a ser feliz»

No recuerdo en qué momento comencé a sentirme así,
tan mediocre ante lo reflectante,
pues un día vacío,
aunque claro y brillante,
es tan oscuro como cualquier noche.

El aroma fresco
e intenso del café
incitaba a cualquiera que rondara por la calle
a cometer el pecado de situarse
en la mesa contínua a la mía.

La tinta delineaba
trazos inciertos sobre mi cuaderno.
En mi cerebro, las ideas se derretían,
escurrían
y disolvían
ante el vapor de la infusión.

Nunca creí necesitar algo más que la pluma y la hoja,
pero allí me hallaba:
sola, abatida,
fatídica y perdida,
a pesar que mil hojas se desplegaban ante mi vista
y la pluma estaba cargada de tinta.

El alrededor era algo ajeno;
estaba centrada en mis pensamientos.
No noté la entrada de aquella muchacha
anunciada por la pequeña campana.

Mi mirada se desvió
hacia la vidriera desplegada por el inminente local,
y me sentí desnuda
ante las calladas miradas de los demás.

Centrándome en mi reflejo,
desgarbado y descuidado,
la muchacha se ubicó detrás de mí;
dos clones en tempestad.

Su melena castaña contrastaba con su pálida piel
y su mirada curiosa inspeccionó todo mi ser.
Sin embargo, al darme la vuelta
el hallazgo de su figura
fue arrebatado ante su ausencia.

«La hoja es más paciente
que el ser humano»
mencionó.
Ante mi sorpresa,
le di la razón.

Dando inicio a su monólogo,
impidiendo revelarle mi confusión,
el reflejo de la judía vagaba y yo,
como una tonta,
la miraba.

«Sentada allí, mirando hacia la nada,
esperando un llamado que no realizará
y aquella oportunidad que solo tú crearás,
desperdicias tiempo en ideas vagas.

¿De qué sirve pensar en la miseria
cuando ya eres miserable?
Yo no pienso en ella,
sino en la belleza que aún permanece.

A tu alrededor hay una gran aglomeración de problemas
enfrascados en personas,
pero tú eliges si permanecer en la profundidad del abismo
o volar hacia el infinito».

La vida se ha vuelto efímera,
la rutina un calvario;
los genes me consumen;
al sueño lo sustituye el desgano.
Las piezas de mi mente
se pierden ante lo diferente,
y el polvo se acumula bajo mis párpados.

Solo con versos me consuelo,
pero estos están dormidos.
En mi reparo ante el día,
solo recuerdo lo cohibido.

«Dejar que el tiempo resuelva nuestras dudas y dolores
es mejor que tratar de cortarlos impacientemente.

Nuestras mareas se desbordan,
pero salimos a flote
guiándonos por luceros
plasmados sobre un lienzo».

Su figura inerte,
frágil
y con mirada fría
me esbozó una sonrisa.
Antes que me volviera loca,
volvió a abrir la boca.

«Eleva la mirada más allá de tus pies
y procura reparar el daño,
no en vano Dios nos ha dado un cielo
y un cálido sol en donde refugiarnos».

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