El estigma.
El secreto que no es del todo secreto.
Las paredes de mi cuarto gris que siempre los gritaron, los moretones de mis piernas que a veces aparecían sin explicación.
Un cuadro que me regalaron para sustituir a un mejor amigo.
La cicatriz que aún no se borra del todo en mis muñecas.
El silencio del porqué no me dejaban usar las tijeras...
Entonces cuando miraron sus ojos las pastillas, me observaron con horror pero pronto el miedo se volvió en vergüenza y cómo si tuviera que disculparme por estar enferma, clausuré mi corazón.
Creí que tenía que disculparme por tomarlas, me hicieron creer que estaba mal sentirme así. Así que tuve que ocultarlas de todo el mundo.
Era lo único que me hacía sentir bien.
Buscar los lugares donde nadie me viera tomarlas, encontrar los horarios donde nadie me preguntará qué eran esos frascos rojos que ocultaba en los bolsillos.
Avergonzarme de mi misma.
Y sobre todo, de un tratamiento.Pero las cosas cambian; es algo que aprendí muy bien, la gente suele hacerlo todo el tiempo y yo también cambié.
La culpa y la vergüenza se hicieron pequeñas y tuve valor de hablar de esas pastillas ocultas en la alacena, no fue bonito, ni divertido, mucho menos tierno pero fue consolador.
Entonces me miraron de nuevo, lo hicieron como si ellos no me hubieran obligado desde el inicio a ocultar esos frascos; se compadecieron de mí y otra vez, me señalaron que era mi culpa por nunca decirlo.
La gente cambia, algunas no lo hacen por completo.
Pero no es el final de la historia. Gracias al cielo no lo es...
El estigma en una vida jamás se va del todo, da miedo la forma en la que el mundo trabaja ¿No lo crees?
Pero ahora no da mucho miedo.
Ya no lo hace tanto al menos.
No lo hará en mucho tiempo.
Te lo prometo.
ESTÁS LEYENDO
De lo que corre por mis venas
PoesiaEntre esos pasillos de mi alma, siempre hay una ranura que sangra recuerdos.